Día 1 de marzo sin Fallas. Tan sólo algunos vestigios en forma de adornos o movimiento de redes sociales. El mes de la fiesta grande llega no sólo con la incertidumbre de no saber cuando va a volver a reactivarse -tanto salir a la calle como, simplemente, abrir los casales-. También, y es más importante, con la incertidumbre de no saber hasta cuando va a poder sostenerse el tejido económico que bascula alrededor de la fiesta. Las Fallas son tan importantes que han generado una enorme dependencia a miles de profesionales, amenazados ahora no sólo por la suspensión de este festejo, sino por el de todo el calendario de fiestas populares, uno de los aspectos que más tardará en volver a la normalidad.

Hoy está prevista una protesta del sector pirotécnico ante el ayuntamiento (curiosamente, la única entidad que les ha garantizado contratos de trabajo). Pirotécnicos e indumentaristas (que se manifestaron meses atrás) son los dos sectores más afectados por el parón al tratarse de sectores dependientes y que, además, no tienen mercados alternativos libres de restricciones. Son en los que se espera más desastre.

Detrás vienen los artistas falleros. Algo menos de la mitad del volumen de negocio está salvado con los contratos de la ciudad de València de cara a 2022, pero aquellos especializados en poblaciones están amenazados de cierre de actividad. Un sector que viene tocado desde hace años (más de doscientos profesionales han dejado de firmar falla en los últimos doce años) y del que ahora se esperan nuevos cierres de talleres. Estos son los grandes huérfanos de una fiesta desaparecida. Y, de momento, la ciudad permanece enmudecida.