El calendario señala el 12 de mayo. Tal día como éste, el mismo en el que las Fallas van a decidir su particular resurrección, pero hace cuatro años, la sociedad valenciana, especialmente la fallera, despertaba con la noticia de que nos había dejado Jesús Barrachina. Uno de los grandes personajes de la ciudad a lo largo del medio siglo anterior. Empresario de la hostelería, directivo de fútbol y más de un cuarto de siglo presidente.

Desapareció con él la gran referencia de la comisión de Convento Jerusalén durante una generación después de asumir la presidencia a finales de los años ochenta -en un momento donde había que, una vez más, volver a empezar- y abrió una nueva etapa en la misma. Con altos y bajos, éxitos y frustraciones. Alabanzas y críticas. Entre balones, bocadillos ("Bocadillo", uno de sus apodos) y fallas plantadas y quemadas. Incluyendo ocho primeros premios de Especial, seis de ellos en fallas grandes. A lo largo de su mandato, Convento se mantuvo en la primera línea de la fiesta sin flaquear más que alguno, escaso año de recuperación económica y sin sufrir graves crisis sociales. En su haber, conseguir atraer a las fallas a un sector de la sociedad y el empresariado no identificado con ella. Un par de años antes, con la salud quebrantada, se había consumado el relevo en la presidencia, que pasó al ahora concejal Santiago Ballester.

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Barrachina pertenecía a una saga de hosteleros que, durante años, llenó la vida de la alimentación de esta ciudad y que se convirtió en uno de los negocios con más raigambre popular de la ciudad. Licenciado en Derecho, Jesús Barrachina fue la tercera generación familiar de aquel negocio hostelero con sede en la plaza del Ayuntamiento, fundó la Asociación Nacional de Empresarios de Hostelería y fue presidente de la Asociación Internacional de Turismo.

Fue nombrado presidente honorífico de la comisión. Indispensable en la historia de la fiesta.