Ayer falleció Vicente Enguídanos. «L’Últim Velluter». El último de una generación de tejedores que hicieron de la seda y el terciopelo la sublimación de una tradición centenaria en la ciudad de València. El hombre capaz de enhebrar en telares manuales. Se marcha a los 87 años y apenas unos meses después de que el ayuntamiento de València aprobara la concesión a su misma persona del título de Hijo Predilecto de la ciudad.«Soy la cuarta generación. Mi bisabuelo ya era tejedor, mi abuelo fue profesor de tejedor en una fábrica destacada de València, y mi padre se estableció en su día como empresario artesano. Yo en su momento no quise estudiar ninguna carrera y opté por continuar la profesión de tejedor. El taller estaba ubicado en la casa donde vivíamos, en Juan de Mena. Se ganaba para vivir más o menos y encima disfrutaba».

«Disfruto con lo que enseño»

Así se expresaba en una entrevista para la web del Colegio del Arte Mayor de la Seda, justificando su razón de ser, que ahora continuaba en el museo, en el que se puede apreciar su telar del Siglo XIX. «Disfruto con las pocas cosas que puedo enseñar.

He tenido el tesón de intentar hacer un espolín de 130 centímetros de ancho y actualmente sirve para las demostraciones que se hacen al público que visita el Museo de la Seda», explicaba el tejedor valenciano.En 2018, el ninot indultado infantil, de la falla Barrio Beteró, estuvo dedicado a su persona, uno más de los homenajes que se le atribuyen en los últimos años de vida como reconocimiento al últiempo de una tradición centenaria, que pervive en la indumentaria tradicional.

Con los pies y las manos

«Es cierto que la vida ha cambiado, pero siempre digo que el arte está en la manualidad. Los telares funcionan con los pies y las manos del artesano. Ese cariño es difícil sustituirlo por una máquina», dijo el tejedor como conclusión a la citada entrevista. Un egendario en su gremio que ha dedicado toda su vida a hacer funcionar los telares con las manos y los pies.