Que una de las sensaciones más importantes con la que se sale de la exaltación de la fallera mayor de València 2022 es satisfacción porque «hemos podido verle la cara a Carmen» aún no dice bueno del tiempo que toca vivir. Pero, a estas alturas, tan sólo los anacoretas pueden mostrar su sorpresa porque, efectivamente, el mayor éxito del día grande de Carmen Martín haya sido ver a Carmen Martín. Y verla en plenitud.

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Gala de exaltación de la Fallera Mayor de València Germán Caballero

Y el segundo mayor éxito de la exaltación es que se haya celebrado la exaltación. Recuperar la cita del (provisional) Palacio de Congresos significa que las cosas van volviendo a la normalidad, aunque sea en una versión aún alejada de lo que vivíamos, de lo que vivía la fiesta, no hace tanto tiempo. Por ejemplo, cuando Consuelo Llobell pasaba por esos mismos pasillos hace dos años.

Un futuro con sonrisa de Fallas

Qué lejos nos parece y qué ingenuos éramos en aquel momento, cuando apenas faltaba un mes y medio para que los cielos y los infiernos cayeran sobre la cabeza de las Fallas. Y Consuelo es uno de los ejemplos de lo que está pasando: no pudo asistir a un acto donde es autoridad por haber cogido, por segunda vez, el Covid.

El caso es que la historia se escribe tal como viene y ayer fue el día de Carmen Martín Carbonell, 25 años, odontóloga y fallera mayor de bonhomía comprobada y sonrisa franca. Si: sonrisa franca. Esa que se nos escamotea sistemáticamente y que esta vez pudo verse y comprobar que ayer fue la persona más feliz del mundo.

En otras condiciones, Carmen habría estado en una butaca del Palau, viendo cómo se exaltaba a su sucesora. Ella ya habría finalizado su reinado hace tres meses. O quizá ella no habría sido la fallera mayor. O no tendría las mismas doce compañeras de viaje. Si el aleteo de una mariposa puede causar un huracán al otro lado del mundo, jamás sabremos cómo habrían sido las cosas si a la Meditadora no se le tiene que poner una mascarilla. Pero el destino, en medio de tantas jugarretas, la ha compensado con un regalo impagable: el paso a los libros de historia. Y a cara descubierta. Ella y la corte.

El mantenedor, Miguel Prim, empezó encendiendo un farolito. Que estaba lleno de significado: aquellos falleros que quedaron en el camino y que simbolizaba así su presencia en la velada. Su discurso, de enérgico fondo, se basó en el relato de la interrupción de la fiesta y su regreso. No podía extrañar: lo ha vivido en primera línea como miembro de la Mesa de Seguimiento. En un tiempo de reconstrucción, había que recordar cómo se había llegado hasta allí. Incluyendo el trabajo en común entre autoridades ciudadanas y ciudadanos falleros. «El tiempo nos mostrará en el tiempo lo que conseguimos salvar con voluntad. Y que aquel septiembre engalanado como un auténtico marzo, recuperáramos la sonrisa gracias a las Fallas»

Dijo de Carmen que «serás el secreto en forma de deseo, la misma chica que dejaba las fiestas de tu pueblo para ver el acto de la Fonteta. Cuando a la fallera mayor le sumas corte de honor, sois plural. Embajadoras, luchadoras, imagen y palabra de una nuevas Fallas, esas que pedían una oportunidad para recordar que eran posible».

Las protagonistas de la fiesta fueron recordadas en clave de historia de fallas, de monumentos históricos en cada una de sus callas y plazas.

Y la constante reivindicación: «Es hora de reinfectanos de esta fiesta, de mudar esta piel que no nos deja ser cómo éramos. Progresar ha de ser retroceder y ganar el fugturo será volver al pasado, porque ya algunos días no nos reconoce ni nuestro espejo» pero «llegará un día en el que volveremos a bailar, ofrendar, plantar, quemar, y sobre todo, salir a la calle y respirar sin esa amenaza invisible». Un discurso necesario, totalmente diferente, totalmente histórico. Para dejar impresas todas las sensaciones vividas durante dos años. De hemeroteca.

Un acto artístico equivocado

Estos momentos, que los verdaderamente importantes, dejan en tercera fila el envoltorio artístico que hizo las veces de preludio. Equivocado. Un espectáculo de variedades para pasar un buen rato. Incluso para darle a la corte de honor el protagonismo que merece. Un juego de acertijos sobre la vida y anécdotas de todas ellas. A gritos y todo en castellano. No era el sitio ni el momento. Ni la forma, ni el continente ni el contenido. Quizá para las infantiles, con menos aspavientos. O en la carpa de la falla. Pero no para un acto de gala. No hay lírica y solemnidad en lanzarse pelotas de colores entre los asistentes. Mientras, la Banda Municipal estaba en la puerta, tocando marchas tristes en la puerta.