13.59 de uno de los primeros 19 días de marzo, plaza del Ayuntamiento de València. Una multitud silba ansiosa de escuchar el permiso de las falleras mayores para que comience el espectáculo en la Catedral del Fuego. En los balcones, cientos de personas miran hacia la jaula mientras, a pie de calle, los móviles se alzan a la espera de la primera explosión.

En la zona de seguridad, la que mantiene la distancia entre el público y los masclets, policías, miembros de Cruz Roja y prensa se protegen la cabeza con cascos azules y blancos.

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Frente al balcón, un hombre mantiene la cabeza bajada y descubierta de espaldas a los 120 kilos de pólvora de la plaza. Es Juan Picazo, conocido como el Algarrobo desde el día en el que levantó mucho peso en la empresa de mudanzas en la que trabajaba antes de llegar a la casa consistorial de los valencianos.

Picazo mira su reloj ajeno al griterío. Son las 14 horas en los móviles de toda la plaza, pero no será hasta que no pasen 20 segundos en su reloj cuando el Algarrobo se coloque el casco verde. El único casco verde de toda la plaza del Ayuntamiento.

El casco verde es más que una seña de identidad de Juan Picazo es, además, la señal que permite a las falleras mayores de València saber que deben autorizar el disparo.

Picazo se coloca el casco verde y en la plaza retumba el “Senyor pirotècnic, pot començar la mascletà” para deleite de los asistentes.

En 2014, en una entrevista con Tamara García, redactora de Levante-EMV, el Algarrobo calculaba que se jubilaría en un lustro. Pero ocho años y siete Fallas después sigue siendo el hombre del único casco verde en la mascletà.