Silvia García López

Falla Pío XII-Jaume Roig

29 años

La primera sensación que tiene un fallero o una fallera a partir del 20 de marzo tiene nueve letras: depresión. Para una fallera mayor aún lo es mayor porque se ha acabado uno de los períodos más especiales de la vida, cuando no el que más, por mucho que quede todavía por vivir. Silvia pudo evitarla porque sabía que el día 21, con las cenizas aún humeantes, le llegaba algo tan necesario como un empleo. De «Administrativa contable de una empresa de telas en Bétera. Había estudiado ADE y tiempo atrás había presentado el currículum, me habían entrevistado y me respetaron que era fallera mayor antes de empezar».

Con esa renovada energía afrontará en septiembre unas pruebas que rematarían una trayectoria fallera que empezó en el patio del colegio de Purísima Concepción. «Cuando era pequeña, mis amigas del colegio se iban los viernes por la tarde «a merendar a la falla». Yo preguntaba en casa a mi madre que por qué yo no podía hacer lo mismo». El habitual pico-pala «y al final lo conseguí. Estamos hablando de 2004, con nueve años». Y a pesar de lo cual «aún pude ser fallera mayor infantil. Me gustó tanto que nada más entrar, al año siguiente, ya lo fui. Una locura en un visto y no visto, porque en casa no había tradición fallera». Y cuyo final del primer acto es una historia mil veces escrita: «entró mi hermana conmigo y detrás vino toda la familia».

El salto a fallera mayor se lo pensó más. «La responsabilidad era mía y quería primero acabar la carrera y ahorrar un poco para afrontar el año». Silvia, que es Silvia por sugerencia paterna, rematará con la Fonteta tres años en la falla de La Font, que así se conoce a su comisión. «Yo quería tener mi semana fallera de verdad. Y la verdad es que me prolongaron al tercer año antes de las Fallas de Septiembre. Se votó y salió sin problema y estoy contenta de haber cumplido con todas las obligaciones». El último salto hasta las alturas de la fiesta sería la cuarta para su comisión, cuya presencia más reciente fue la de Estefanía Mestre en la corte de Rocío Gil.

Lo vivido hasta ahora son las historias que contará cuando regrese a su particular refugio interior, el pueblo de Alcaraz, la herencia materna. «Es mi paraíso oculto».