La Proclamación de las falleras mayores de València es un acto con casi la misma rigidez que la «telefonada». En el que cambian las caras, pero en el que los mensajes suelen ser muy parecidos. La pandemia ha permitido, eso es verdad, tunear en parte los discursos y los mensajes. Aún se ha vivido en esta ocasión, porque el acto ha recuperado todas las normalidades al uso y no sólo el de evitar las mascarillas: también las apreturas y los caos propios de esta jornada (ni las falleras mayores de València de años anteriores tuvieron asientos reservados). Y el interés. Cientos de personas acudieron a las puertas del ayuntamiento por el mero gusto de ver pasar falleras famosas (las del año pasado y las actuales). Dotorear, que se dice, y que no hace daño a nadie. Las imágenes estereotipadas que aún el año pasado se hicieron a medio gas y enmascaradas. La subida de las escaleras, con ese punto barroco que tanto gusta a quienes les gusta. Que son muchos.

El alcalde, Joan Ribó, por ello, destacó que «si alguna cosa hemos podido reafirmar en estos tiempos de incerteza, es que la fiesta es una necesidad humana. Ese es el valor que está en la base y esencia de las Fallas: su principal impacto que es el humano y el personal».

Habló de la singularidad, la red de relaciones personales, la creatividad y las innovaciones técnicas. Pero en esta ocasión fue un discurso más de aliño. «Estoy convencido de que la fiesta se enriquecerá con vuestra experiencia personal, académica y profesional y con vuestro compromiso con la sociedad. Como jóvenes, como mujeres, teneis mucho que decir sobre el futuro y el presente de esta fiesta, que será, que lo ha de ser ya, plenamente». Hubo tiempo para despedir también a Carmen Martín y Nerea López, finalizadoras de un año excepcional, caracterizado por su absoluta empatía con el mundo al que pertenecen, las Fallas.

Hablar sin mascarilla

Plenamente recuperada la proclamación, Laura Mengó pudo hablar sin mascarilla. Tuvo el detalle de recordar a las 60 preseleccionadas no elegidas, hizo causa común metiendose en el grupo de trece indistintamente, no como doce de la corte más una, ella, que la complicidad siempre es buena y estuvo muy hábil a la hora de centrarse en el corazón: «la cardioversión valenciana -el lema de su falla municipal- es un bombeo que cesa nunca, que sostuvo la esperanza de un colectivo y que ha conservado siempre nuestra tradición. Después de años atípicos y difíciles, resurgimos de las cenizas y dimos paso a las Fallas de los dentimientos, los recuerdos, experiencias y encuentros».

Paula se refirió a ser los niños el presente y el futuro de la fiesta «porque si hay un gran patrimonio, ese es el sentimiento fallero que heredmaos de nuestros mayores» y le recordó al mundo fallero que «os necesitro. Quiero que disfrutemos juntos de nuestra gran fiesta».

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Un detalle con Paula: el traje elegido para la ocasión fue un «San Alfredo» de color aguamarina. Exactamente el mismo traje que lució su tía, Belén Medina, en su exaltación en el año 1990. Apenas actualizadas las manteletas y poco más. Todo un guiño familiar. Laura, en tonalidades similares, con su mejor traje. Ahora toca para ambas no sólo el reinado, sino el reinado invisible. El de la dedicación exclusiva al cometido. Que afrontan gustosamente.