La intrahistoria de unas lágrimas de fallera
Carolina Rueda protagonizó uno de los momentos emotivos del ensayo

Moisés Domínguez
El momento de pasar por primera vez por el pasillo, aunque sea sin público -más allá de unas pocas personas presentes- y sin la pompa propia del acontecimiento no quita para que, para las protagonistas de la Exaltación de las Fallas 2025, sea un momento cargado de emotividad. Es la señal de que anuncia uno de los momentos culminantes, si no el que más, de la vida fallera de cada una.
El hecho de haber pertenecido a la fiesta desde niñas -con diferentes intensidades si se quiere- y ser conscientes de que protagonizan un acto único, que mil veces han visto por televisión, reservado a muy pocas personas, propicia que, ya en la simulación del acto, acudan los sentimientos. Algo que también viene a demostrar que la fiesta tiene facetas tan diferentes entre sí como compatibles.

Ensayo de la exaltación de las falleras mayores de València 2025 /
Este año fue una imagen repetida: en el paso, o ya sentadas, las falleras dejan rienda suelta a los sentimientos. Saben, además, que el día grande hay que contenerlos más. Pero es un momento cargado de sensaciones, de recordar a quienes les inculcaron las Fallas. Dos de ellas, Claudia Ausina y la propia Berta Peiró, tendrán un recuerdo para sus padres. La madre de Lucía Latorre verá desfilar a su hija por el mismo lugar que ella lo hizo hace 38 años, Beatriz Navarro lo hará después de haber reordenado una vida por la que pasó un mar de lodo; los padres de Carolina Torres vivirán las mismas sensaciones que con su otra hija, y el trío Claudia Ausina, María San Miguel y María Mahiques volverán al mismo pasillo que ya vivieron de infantiles para redondear un éxito al alcance de pocas...

Claudia Ausina, María Mahiques y María San Miguel vuelven al pasillo de la Exaltación / Moisés Domínguez
Y ahora detengámonos en una de ellas, que llamó la atención por la emotividad. Es la penúltima de ellas, Carolina Rueda, de cuya reacción se extraen no pocas conclusiones. Por ejemplo, que se pueden tener 30 años y una vida intensa en el mundo laboral, lejos de València, y sentir el significado de lo que es participante.
"Lo que llores hoy no lo lloras el sábado. Digo mañana" le dice una de las organizadoras mientras se seca -o intenta secarse- las lágrimas. Durante la espera mira al otro extremo de la sala y le manda besos a su compañera de pareja -Lucía Latorre, con quien forma la "pareja de las altas"- y espera el momento de escuchar su nombre.
La fallera de Molinell-Alboraia ya lo contó a Levante-EMV cuando era simplemente preseleccionada: desde los 18 años se marchó a Madrid a hacer carrera. Desde allí hizo el camino de ida y vuelta cada fin de semana para cumplir con los compromisos de fallera mayor de su comisión de toda la vida -su abuelo Sebastián fue uno de los fundadores y ella ya fue fallera mayor infantil en 2006-. Un camino "ayudada por el teletrabajo en alguna ocasión" para acudir a la exaltación, la presentación de boceto o la fiesta casalera de turno. Ahora ha tomado una decisión no menos audaz, como es la de pausar un trabajo que ya estaba plenamente consolidada -en Recursos Humanos de una empresa del sector del lujo- para formar parte del grupo de trece la dedicación casi profesional que exige.
El día que volvió a nacer
Cada vida de una fallera de la corte tiene unas circunstancias y unas historias que contar. Agradables o no tanto. De superación, de alegrías o de decepciones. Nada que no se pueda esperar de personas (este año entre 21 y 30 años) de la sociedad contemporánea. En este caso particular está multiplicado por mil: hace ahora diez años, volviendo a Madrid tras las Fallas de 2015 sufrió un accidente de coche. Así lo explicaba el pasado verano: «Mi segundo cumpleaños es el 21 de marzo. Ese día, volviendo de Fallas en 2015, cuando tenía 21 años, el coche me hizo aquaplanning. Me rompí muchos huesos. Brazo, pelvis, los dos fémures... fue mucho tiempo de dolor, de incertidumbre, de recuperación, de silla de ruedas y de pensar que hoy estás y mañana no". Aún son visibles en su cuerpo las cicatrices, que no quiso tapar a base de más operaciones o retoques. "Al final, gané más que perdí porque ahora me permite valorar el día a día. Valorar la familia que tengo, los amigos que tengo y que hay que ser feliz en cada momento». En el ensayo demostró que las cosas, aunque cuestan, pueden valer la pena, incluyendo un pasillo en el Palau.

Desde 2001 a 2024, las falleras mayores de València lucen unos espolines exclusivos, unos cartonajes propiedad del ayuntamiento que sólo se tejen para ellas. /
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