Como potros salvajes en medio de la "mascletà"
Charangas de València y pueblos de alrededor caldean las mascletaes en la Plaza del Ayuntamiento con el objetivo de amenizar la espera y promocionarse para captar futuros negocios. Su repertorio es amplio y su energía inagotable. Son la esencia de la fiesta pero también tienen queja: "¿Por qué no se nos permite tocar en otras fechas?".

Claudio Moreno

Tubas y trombones anuncian la llegada del terremoto. Como las siete trompetas del Apocalipsis. Los minutos previos a las «mascletaes» en la Plaza del Ayuntamiento tienen el hilo musical de las cada vez más numerosas charangas, encajadas en medio de la masa para amenizar la espera a base de jarana.
Desde bien pronto, chavales equipados con sus instrumentos y vestidos con camisetas de colores llamativos van tomando posiciones en sitios estratégicos de la plaza, preferiblemente cerca de la jaula. Son charangas de València y pueblos de comarcas cercanas. Cada grupo tiene una docena de componentes con edades comprendidas entre los catorce y los veintitantos años, casi siempre con estudios medios o superiores en escuelas de música.

Xaranga No ni què, de Carlet. / M.Domínguez
Junto al kiosko de prensa de la calle Marqués de Sotelo -principal acceso al ‘templo de las mascletaes’ los días de pólvora- se apiña la gente de Charanga La Bombilla, de Titaguas, un pueblo de unos 500 habitantes enclavado en la comarca de Los Serranos. Interpretan la sintonía de la serie de culto ‘Aquí no hay quien viva’ y empalman con la sintonía de ‘Física o Química’, un placer culpable para los (ya no tan) jóvenes. Más tarde añadirán a la thermomix varios temas de El Canto del Loco. Prácticamente cualquier melodía se puede charanguizar.
Yago es el presidente de la charanga y cuenta que han acudido a la mascletà porque es un escaparate inmejorable. No cobran por estar más de una hora dándole a la baqueta y los pistones, les ha invitado la televisión pública valenciana y ellos aceptan de buen grado la visibilidad. «Hemos venido porque À Punt nos ha dado minutos de televisión, pero el año pasado ya vinimos gratis. Aquí pueden verte miles de personas», dice el joven con una camiseta en la que aparece el número de contratación. Tocan desde rock hasta reguetón, divierten y, con suerte, captan negocio para futuras fiestas.

Xaranga Relamidos, de València / Levante-EMV
Preguntado por la cuota de trabajo, sobre si pudiera haber competencia laboral entre charangas y bandas musicales, Yago explica que hay un trasvase sano de músicos. «Las charangas no podemos tocar en los actos de fallas grandes, por ejemplo. En general hay hermandad. Nosotros somos todos amigos de la banda La Lira de Titaguas, que es una de las más antiguas del País Valencià», explica sobre una banda cuya primera prueba de vida data de 1840.
Las charangas, aunque más informales, también son patrimonio cultural de la Comunitat Valenciana. Además de montar su buena farra de viento y redoble antes y después de las mascletaes -casi en cada fiesta popular, en realidad-, ayudan a exhibir el talento de la comunidad autónoma con más músicos por metro cuadrado. Las tres últimas ediciones del Festival Nacional de Charangas de Poza de la Sal (Burgos) se saldaron con victoria de grupos valencianos.
Quemada la pólvora, sigue la fiesta
A 30 metros de los músicos de Titaguas han cogido sitio en primera línea de mascletà la gente de Xaranga Relamidos, estudiantes universitarios del barrio del Grao. Los días grandes hay grupos solapando canciones en cada baldosa. Relamidos sigue tocando tras el disparo de pólvora. Tiran de megáfono para encender a su jovencísimo público. La gente se agacha y se levanta al ritmo de la música. Salta. Grita. Alza las manos. Pero no todo es fiesta: «Si esto lo ensalzan en Fallas, ¿por qué no el resto del año? Nosotros nos ganamos la vida así», dice Pau, trompa de marcha de la charanga.

Charanga La Bombilla, de Titaguas / Levante-EMV
Después del lamento, más canciones. Los músicos ejecutan La Amapola, auténtico himno de las charangas, y se gana definitivamente a la multitud con una reinterpretación de la famosa «Potra Salvaje» de Isabel Aaiún, que actúa como un chute de adrenalina, con decenas de chavales desbocados en medio de la plaza, coreando «no quiero riendas ni herrajes», hasta que llegan las máquinas barredoras del ayuntamiento y se llevan la euforia a otra parte.
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