Cinco años del primer gran "chafón" de unas Fallas 2020 que no llegaron

Tal día como ahora, hace cinco años, la fiesta de las Fallas no existía. Ni había existido en el mes de marzo. Resulta curioso rememorar, hemeroteca en mano, un tiempo que parece casi otra vida. Pero, en esta ocasión, con más motivo. Las Fallas se habían suspendido justo un mes antes, cuando el presidente Ximo Puig anunciaba la paralización tanto de las Fallas como de la Magdalena, dentro de la espiral de aumento de contagios que se estaba produciendo. 

Las protestas que se pudieron escuchar o leer en aquel momento inspiran patetismo, puesto que la pandemia no había hecho más que empezar y todos los acontecimientos posteriores no hicieron más que confirmar que no podía hacerse otra cosa para salvaguardar, en la medida de lo posible, la salud de la gente, en un tiempo en el que el virus aún no tenía cura, más allá de la propia resistencia del cuerpo. 

En aquel momento -hay que recordar que faltaban apenas un par de días para el Estado de Alarma y el confinamiento- se acordó celebrarlas del 15 al 19 de julio, dentro de una hipotética Gran Fira. Esos cálculos, con el paso del tiempo, también quedarían convertidos en quimera, propia de esa falta de conocimiento del comportamiento que iba a tener el proceso vírico. 

Y fue el 11 de abril de 2020 cuando se empezó a llegar a la conclusión de que las Fallas de Julio tenían mal color de cara. "Lo mejor es el mes de julio, porque se cerraría el ejercicio sin problemas. Ahora bien, si tienes que hacer la fiesta sin mascletaes, sin Ofrenda y sin los principales actos, porque no se puede juntar la gente, habrá que buscar un plan B, que es septiembre u octubre" comentó en ese sentido el entonces presidente de la Interagrupación, Guillermo Serrano. Empezaba a aparecer el concepto "plan B". 

¿Cual era el problema de las "no Fallas"? La paralización social -que desplomó el censo de falleros- y, sobre todo, la paralización laboral, con talleres sin actividad -como tantos otros procesos productivos-. 

Esta noticia fue un "chafón" moral, puesto que la esperanza de celebrar en verano se contemplaba como algo factible -dentro de la ignorancia-. Sin embargo, tenían que pasar muchas cosas aún y las Fallas se convirtieron en una particular "patada a seguir". Primero se hablaría de las Fallas de Septiembre 2020 y luego ya finalmente, a finales de año, se acabaría por descartar incluso las de Marzo de 2021. 

Basta un ejercicio de memoria para recordar qué es lo que pasó: la celebración de unas extraordinariamente atípicas Fallas de Septiembre, que fueron mucho mejores de lo que, en el peor momento, podía ni imaginarse. Y que, seis meses después, la fiesta volvería a celebrarse, cada vez con menos restricciones, aunque aun con mascarillas. 

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¿Qué pasó, entonces, en aquel abril de 2020?

Instalados en la incertidumbre, abril mostró lo que sería una constante durante los doce meses: la solidaridad de la fiesta. Los casales se abrieron lo esencial, lo que incluyó en numerosos casos recuperar comida y bebida preparada para la semana de Fallas y entregarla en centros de carácter social. 

También en cuanto se produjo una cierta organización, aunque fuera telemática, desde las comisiones empezaron a aparecer iniciativas para elaborar mascarillas, que se entregan en centros sanitarios. 

Mientras, cientos de falleros y falleras cambiaron los trajes de gala por los epis y compartieron la precariedad de medios con el resto de sus colegas médicos, encerrándose en los hospitales para tratar a los enfermos. 

Los talleres falleros se reconvirtieron y aprovecharon su tecnología para elaborar equipos de protección. Fue momento de arrimar el hombro mientras casi todas las comisiones confirman la continuidad de sus presidentes. 

La ciudad albergó vestigios de las Fallas: senyeras de plástico que iban amarilleando (casi como ahora, sin pandemia), luces que se han quedado colgando de las calles (el confinamiento impidió trasladar las brigadas para el desmontaje). Y sólo en el tramo final del mes se terminó de retirar la jaula de la plaza del Ayuntamiento, las vallas y los sacos de arena que esperaban para falcar los monumentos. 

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Y en mayo, la sentencia

Las Fallas de Julio se finiquitaron en mayo y, por extensión, las Fallas 2020. Ya no fue una suspensión o aplazamiento, sino cancelación. La pandemia no daba tregua y las cuentas, ni salían ni salieron. A cambio se creó la fórmula 75+75 para subvencionar a las comisiones si garantizaban en 2021 y 2022 un desembolso en falla por lo menos igual al 75 por ciento de lo abonado en 2020.  

En ese mes de mayo se acordaría en votación telemática y por abrumadora mayoría, la continuidad de falleras mayores de València y cortes de honor. Consuelo Llobell, Carla García y sus 24 compañeras de viaje formarán parte de los libros de la fiesta de una forma inusitada y no deseada. 

En mayo se trasladó la primera gran tanda de fallas a Feria València, mientras se empezaba a vaciar la Exposición del Ninot, donde habían quedado las figuras durante semanas. 

Así mismo, la Meditadora quedó sentenciada con la convocatoria de una nueva falla municipal para 2021. Finalmente, lo que quedaba de la Meditadora se quemó en aquellas fallas de Septiembre de 2021 y la falla contratada, adjudicada a Alejandro Santaeulalia y Vicente Llácer, acabaría quemándose en 2022. Pero para entonces quedaba todavía muchísimo tiempo por delante. Y mucha historia por escribir.