En Benigànim nunca ha podido triunfar la devoción a una Virgen o a un Cristo. Tampoco ningún santo ha estado por encima de la Beateta. Es locura con su paisana Josefa María Albiñana, quien a mediados del siglo XVII, con apenas 18 años, ingresó en el convento de las Agustinas Descalzas, donde murió «en llaor de santedat». Fue la primera mujer valenciana en llegar a los altares.

En el Museo del Prado, hay una preciosa obra de Vicente López, aguaparda y lápiz sobre papel perjurado amarillento, con la imagen de la Beata Josefa María de Santa Inés de Benigànim, pintado en 1805, lo que denota la intensidad de la devoción que siempre se ha tenido hacia ella.

Era analfabeta, sólo hablaba valenciano, nada de castellano, pero «discurría como un Santo Tomás y aconsejaba como un San Pablo», al decir de su confesor. Se le encontró muchas veces en su celda levitando, en el aire. Desde los 14 años había tenido visiones de Jesús, la Virgen… Su vida estuvo rodeada de hechos milagrosos. Murió el 21 de enero de 1696. Su fama de santidad hizo que en 1888 fuera beatificada.

Este fin de semana (21 y 22 de enero) Benigànim de nuevo se convierte en un pletórico corazón encendido en pasión por la Beateta. De todos los lugares de la región acuden en peregrinación a venerarla.

El viernes 21, por la tarde, el pueblo visita a la comunidad de religiosas de clausura, que guardan convento, celda e iglesia y el precioso huerto del cenobio. La gente adora, cuida y mima a las monjitas. El convento es un oasis de paz y belleza, lleno de recuerdos de la Beata Inés.

El pueblo siempre las ha apoyado y protegido. En la revolución cantonal de 1868, el gobernador Peris y Valero dio órdenes a una turba para que desalojaran del monasterio a las religiosas. El alcalde y los vecinos se opusieron.

El sábado 22, a media mañana, ofrenda y Misa de Pontifical con el obispo Enrique Benavent. A media tarde, la procesión con la imagen de la Beata. La asistencia a todos los actos es masiva por las calles que con primor engalanan vecinos y vecinas.

El desfile de gente, propios y extraños, por la capilla de la Beateta estos días es incesante. Los visitantes aprovechan para comprar arrop i tallaetes. Recuerdan y comentan la estampa, no muy lejana, de los artesanos de Benigànim recorriendo con sus burros cargados de «xarop» los pueblos de la geografía valenciana al grito de: «Dones, arrop i tallaetes» Aún quedan casas donde se enseña al curioso los corrales donde hacen el tradicional postre valenciano. Los peregrinantes aprovechan para visitar la casa natal de la Beata en la calle San Miguel y todos los lugares inesinos que la recuerdan, pues todo Benigànim es un museo abierto, al aire libre, dedicado a ella, cuya imagen figura hasta en el «llavaor del poble» en un hermoso retablo cerámico.

Siempre que paso por Benigànim cumplo con la costumbre de visitar a las religiosas, pura delicia de bondad y santidad. Me lo enseñó Paco Salvador Oliver, un gran alcalde que tuvo el pueblo durante un cuarto de siglo entero. Y siempre les pregunto lo mismo: «Con la fuerte devoción que hay a la Beata, con lo que se la quiere, con las incontables peregrinaciones y visitas que recibe, con los favores que la gente dice que recibe y los prodigios que de ella se cuenta, ¿cuándo la van a canonizar?» Y siempre contestan con la misma humildad: «El milagro no llega».

El milagro es la viveza del recuerdo de la Beata, omnipresente en Benigànim. El pueblo la quiere y la venera, lo demuestra año tras año, desde hace más de tres siglos. Es la Iglesia —¿la Orden de los Agustinos?— quien se proponga en firme el proceso de canonización para que la Beata Inés deje de ser Beateta y se le declare santa, pues por santa la tiene el pueblo soberano. Un buen propósito y objetivo para el 125 aniversario de su beatificación.