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De la vehemencia de Bonig a la ambición pactista de Mazón

El relevo en el PPCV motiva la caída de una presidenta que se vio obligada a endurecer el discurso frente a quien tiene como principal plataforma la diputación y aspira a absorber a Ciudadanos

De la vehemencia de Bonig a la ambición pactista de Mazón

 El ocaso del liderazgo de Isabel Bonig al frente del PPCV comenzó a gestarse el mismo día que Pablo Casado se proclama jefe de Génova, 13. La exalcaldesa de La Vall d’Uixó no apostó por él en aquellas primarias, y el tiempo ha venido confirmando que desde julio de 2018 el dirigente ha ido renovando las estructuras territoriales aupando a sus afines, a quienes le encumbraron a la presidencia. Bonig encabezaba entonces la oposición al Botànic en las Corts. Lo hacía con firmeza y vehemencia, con pasión, pero rozando el histrionismo. Debía abrirse hueco frente al gobierno de izquierdas que los expulsó del poder y eso es algo que, finalmente, ha contribuido, al menos por ahora, a su deceso en política.

Durante seis años, Bonig se ha intentado dejar la piel y la voz para significarse como el azote de Puig y Oltra con un discurso duro e implacable que, sin embargo, no fue respaldado en las urnas. En abril de 2019 su candidatura cosechó el peor resultado de la historia de los populares en la C. Valenciana y para aquel entonces ya tenía escrito su epitafio político frente a Carlos Mazón. Al calor de la cúpula nacional, y bajo el confortable paraguas de la presidencia de la diputación, el alicantino ha tenido la oportunidad de hacerse fuerte sin necesidad de rugir desde la tribuna, con un presupuesto que le ha permitido vender gestión y utilizando el altavoz de una institución que comenzó a pilotar haciendo gala de su supuesto talante conciliador, ese que le permitió fraguar un pacto con Cs. Sin duda, una posición mucho más cómoda desde la que enfrentarse al que ha querido que fuera su rival, que no es otro que el jefe del Consell.

El relevo en la presidencia del PPCV, que se formalizará en el congreso regional fijado el 3 de julio, pone en evidencia el cambio de perfil que busca el principal partido de centroderecha para intentar recuperar la hegemonía de lo que antaño fue un bastión popular. Isabel Bonig, la que fue consellera de Infraestructuras con Camps, intentó forjar su figura como lideresa de la formación prácticamente sin referentes en su entorno. «No había una escuela parlamentaria sobre cómo se hace oposición en el PP», reconoce un diputado popular. Fueron años en los que Isabel trató de contraponer el modelo de gestión de los progresistas, que desmontaban decreto a decreto el proyecto labrado durante años, desde que Zaplana aterrizó en un Palau que ya no les pertenecía. En los últimos tiempos, la parlamentaria admiradora de Margaret Thatcher ha recrudecido su discurso dentro y fuera de la Cámara, tirando incluso de ataques personales para intentar sacar de sus casillas a los botánicos. Todo en busca de una mayor proyección. Ello mientras ha tenido que enfrentarse a parte de su propia militancia para intentar ahuyentar de sus filas a la bandada de gaviotas valencianas que ha venido revoloteando en torno al vertedero de la corrupción. No son pocos en el PP los que reconocen que a Isabel Bonig le encomendaron el trabajo sucio de regenerar un partido salpicado una y otra vez por el fango de las corruptelas mientras a Mazón, íntimo amigo de Teodoro García Egea y, por tanto, con línea directa en Génova, se le han puesto todas las facilidades para cederle el timón del partido en la región. Tras una década en la Cámara de Comercio y contactos de sobra con el tejido empresarial -un punto flaco de Bonig-, Génova cree que reúne las condiciones para reflotar al partido que se mira ahora en el espejo de Díaz Ayuso. 

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