­El empeño de un padre y los conocimientos de una profesora de la universidad CEU Cardenal Herrera les ha permitido crear una máquina que ayuda a niños con parálisis cerebral a emular el patrón de marcha al caminar logrando resultados destacables.

La loca aventura, como ellos mismos la califican, surgió hace más de un año durante un veraneo en Cullera. El padre impulsor de la idea, con una niña con parálisis cerebral, junto con la colaboración de unos amigos, decidieron embarcarse en crear un dispositivo que permitiera a su hija entrenar y realizar los movimientos propios para andar. Invirtieron mucho tiempo, y también dinero, hasta que crearon una unidad robótica experimental.

El aparato, con patente incluida y que ya tiene un segundo modelo perfeccionado, cuenta con una parte eléctrica que está realizada con material industrial que lo dota de una gran fiabilidad. Se dispone de un armario con todos los elementos eléctricos en el que se integran un PLC, un dispositivo de seguridad y varios mecanismos de control y protección para controlar las partes móviles de la máquina. El interfaz, mediante una pantalla táctil, contiene un diseño de software sencillo para poder realizar cambios de posición de talón y velocidad de marcha de forma eficiente, fácil y segura. Además, gracias a varios sensores de presión, logran controlar el trabajo que realiza el niño, pudiendo determinar el grado de esfuerzo realizado. Todas las sesiones, controladas por un fisioterapeuta, quedan registradas para su posterior visualización y control.

Pero la idea no quedó ahí. La profesora Mª Teresa Montañana, que regenta un centro de rehabilitación en Mislata, presentó el dispositivo robótico de marcha CL1Walker como proyecto de tesis doctoral en la Universidad CEU Cardenal Herrera, que lo aprobó. El objetivo de la investigación, tal como cuenta, fue comparar la eficacia del entrenamiento mediante el dispositivo junto con la inmersión en un programa de realidad virtual en niños con parálisis cerebral. Un total 24 menores con este diagnóstico participaron en el estudio.

El protocolo de la intervención se llevó a cabo durante un periodo continuado de diez semanas, con intervenciones de 2 días por semana y una duración de 30 minutos por sesión. En los primeros entrenamientos se contemplaba la posibilidad de realizar descansos en caso de que no tuvieran la suficiente resistencia en el ejercicio. Respecto a la velocidad del entrenamiento en marcha comenzaron entre 1 y 1.5 Km/h, aumentando progresivamente 0.5 Km/h, según la adaptación de cada uno de ellos.

Los resultados, según Montañana, fueron notables, y los niños mejoraron en el incremento de la velocidad de la marcha; en la disminución del gasto energético después de realizar el entrenamiento; los menores más gravemente afectados, con muy pocas capacidades para la marcha, lograron un mayor control en la capacidad de mantenerse sentados con menor ayuda externa y mejores respuestas de enderezamiento en la cabeza y el tronco; también mejoraron la capacidad para mantenerse de pie tanto con y sin ayudas técnicas, y poder desplazarse en distancias domiciliarias, rutinarias y comunitarias, teniendo en cuenta el nivel de afectación de cada niño. «Este tipo de entrenamiento se puede considerar como beneficioso para mejorar la condición física, mantener y mejorar el movimiento en miembros inferiores y mejorar la capacidad de marcha en aquellos niños con potencial para la misma», explica Montañana.