­No hay en el mundo un espectáculo como la Cordà de Paterna. Hay otras «cordaes» y otras celebraciones pirotécnicas en las que el fuego envuelve al ser humano, pero muy pocas alcanzan la intensidad del espectáculo paternero, y quizá ninguna implica a tanta gente como en la capital de l´Horta Nord. Tras el pasacalle dels Coets de Luxe del último domingo de agosto, el Carrer Major de Paterna se convierte en un campo de batalla entre irreal y surrealista, donde decenas de personas ataviadas como una especie de samurai espacial o de astronauta gótico, crean y se enfrentan a un huracán de fuego, humo y explosiones que apenas dura veinte minutos pero que marca para toda la vida. Más allá de esos veinte minutos hay meses y años de trabajo de tiradors, coeters y también de artesanos que desde sus pequeños talleres han ido definiendo la evolución de la Cordà.

La primera piel del tirador

Ximo tiene su taller de confección en un pequeño piso junto al campo de fútbol Gregorio Salvador. Es un modisto autodidacta que desde joven se especializó en prendas de cuero. Hace algo más de veinte años, una pareja de amigos le pidió que les cosiera sendos trajes de cuero para salir a la Cordà. Uno de aquellos trajes, el que hizo para su amiga Geles, cuelga de su taller como una muestra del inicio de todo. Geles murió hace un tiempo y el pasado año Andrea, su hija, lució un traje de cuero rosa que Ximo le hizo en recuerdo a su madre. Hoy, prácticamente todos los tiradores de Paterna, y de muchos otros municipios que celebran Cordà, llevan un traje cosido por Ximo o por Tere, su compañera. Ximo habla orgulloso de su trabajo, con el convencimiento de que sus creaciones han mejorado la fiesta porque la han dotado de más seguridad. «Antes los que salían a la Cordà llevaban trajes hechos por su madre o por su tía y abrías el periódico del día después de la Cordà y leías que había habido 100, 80 o 70 heridos. Cuando yo empecé, me empeñé en ir mejorándolos. El año pasado, que se dispararon 60.000 cohetes, sólo hubo cuatro heridos».

Ximo nunca ha disparado, pero por su taller han pasado tantos tiradores que se ha convertido en un experto. «Les escuchó mucho y he ido aprendiendo. El primer traje que hice la parte de arriba llevaba botones, hasta que me dijeron que se podía enganchar ahí el cohete o incluso entrar. Desde entonces, llevan cremallera. Después los de la Comisión del Fuego, que se encargan de descargar las cajas con los cohetes justo antes de la Cordà, me dijeron lo costoso que era para ellos hacerlo con el traje puesto, así que inventé el traje de dos piezas, que es mucho más cómodo. Ahora ya estoy pensando en hacer algo con las botas porque los tiradores sufren para que no se les quemen los cordones. Esto es I+D+i puro». El diseño de los trajes de la Cordà ha evolucionado pero el material sigue siendo el mismo: cuero de vacuno. «Los primeros los hice con el cuero de una empresa de aquí de Paterna que cerró. Es una lástima porque por aquí cada vez hay menos empresas dedicadas a curtir. Ahora compro el cuero en Elda». El precio de sus trajes va de los 200 a los 380 euros, un dinero que Ximo no considera excesivo porque «si lo cuidas bien, el traje lo tienes para toda la vida. Yo no hago esto para hacerme rico, sino porque disfruto. Y cuando más disfruto es cuando acaba la Cordà y no ha habido ningún herido».

La cabeza como obsesión

Ximo nunca ha entrado en la Cordà. En cambio, Juan Franco, «Melero» (apodo que le pusieron por su afición a las colmenas, de ahí también el logo de la abeja que lucen sus creaciones al salir de fábrica), es todo un experto y su experiencia ha permitido que sus cascos estén entre los más demandados por los tiradores. «Yo estaba en la Penya Qualsevol y siempre hablábamos de los problemas que teníamos con los cascos. Antes eran planos, más incómodos y menos seguros y se abrían muy facilmente. Durante cinco o seis meses, todos los viernes después de la reunión, unos cuantos veníamos aquí al taller y hablábamos de cómo sería el casco ideal». En la Cordà de 2002 Melero salió con el prototipo que se acabaría imponiendo en el Carrer Major: un yelmo dividido en dos partes unidas de forma que impiden la entrada de chispas y que protege desde la coronilla a la base del cuello, y una rejilla de acero que cubre todo el rostro pero que permite la visión frontal completa. «Desde entonces ha ido evolucionando y cambiando conforme detectábamos necesidades „explica Melero en la planta baja de la calle Enebro donde tiene el taller„. Ha cambiado la forma de los cuellos para que sean más cómodos, la de las rejillas para que los cohetes se deslicen y no choquen...». Cada tres años, Melero y su hijo aparecen en la Cordà con un nuevo diseño, y si funciona, aplican los cambios a sus creaciones, que suelen vender a unos 170 euros aunque los hay que han llegado a costar 600. «Tardo unos dos días en hacerlos „explica„. Cada casco está personalizado porque cada cabeza es diferente, y hay cuellos de 12 centímetros y cuellos de 28. Antes los hacíamos todos de acero pero ahora también hacemos galvanizados, que es material más barato». Melero concluye orgulloso: «el que sale por esta puerta con uno de mis cascos, está muy contento con él».

Detalles contra el reventón

Y para tirador experto, Alberto Panadero. «Desde 1969, Barona, Vicente Pla y yo no hemos fallado nunca „indica„. Si no hubiera sido tirador desde hace tanto tiempo no tendría el conocimiento para hacer estos cajones». Panadero es carpintero, paternero pero con carpintería en Valencia desde hace décadas. Allí, y en su otro taller de Moncada, fabrica gran parte de los cajones de madera de los que saldrán los cohetes y «femelles» de la Cordà . Al igual que Ximo y Melero, la obsesión de Panadero es encontrar los detalles precisos para incrementar la seguridad y comodidad del tirador, haciendo evolucionar algo tan simple como un cajón desde «las cuatro chapas de conglomerado que se usaban cuando empecé a lo que tenemos ahora». En su caso, el enemigo es ese cohete o esa chispa que se cuela cuando el tirador abre la tapa para coger los proyectiles y hace explosionar todo el contenido. Ante la obvia imposibilidad de hacer un producto hermético, los cajones de Panadero intentar evitar los «reventons» mediante lo que él llama el «recolaet de la tapa» y calzando las juntas hasta minimizar al máximo las posibles aberturas. También ha «estrellado» las bases de las patas para evitar roturas cuando los tiradores arrastran los cajones. «Son pequeños cambios pero que son importantes para aumentar al máximo la seguridad», subraya. Aún así, si hay algo que emociona a Panadero es pasear por el Carrer Major tras la Cordà y ver sus cajones totalmente destrozados, no por la chispa accidental sino por el placer del tirador que decide concluir el espectáculo con una gran explosión.