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De perseguido en China a sacerdote libre en Albal

Juan llegó hace año y medio para estudiar Matrimonio y Familia, y volverá a su país para formar a seminaristas

­«Aquí soy feliz y libre para evangelizar, pero quiero volver a China pese al peligro de ser perseguido. Mi fe nació allí». Habla Juan, tiene 33 años y lleva más de 18 meses viviendo en Albal como sacerdote de la iglesia Nuestra Señora de los Ángeles. Se defiende con un castellano que le permite oficiar misa y homilías y se ha mezclado en la festividad popular participando activamente en el día de Sant Blai o Santa Anna, «aunque para mí es un poco raro», dice. Pero su cabeza sigue estando en su país.

Juan se ordenó como sacerdote un 25 de agosto de hace un par de años. Lo hizo en la clandestinidad, en una ceremonia de apenas treinta minutos y con la sola presencia de su obispo, su jefe del seminario, su madre y su hermana. «Fue un poco triste», recuerda. Pertenece a la «iglesia católica perseguida», la que sigue las directrices del Vaticano y que el gobierno chino ve contraria a la «oficial». En su primera semana ofició tres misas, todas en secreto. «Fui al pueblo de mi tío para oficiar una misa con él pero cuando estaba a mitad de camino me avisaron de que no fuera. A mi tío lo habían arrestado. No sé cómo pero el gobierno se había enterado. Pasé mucho miedo», relata.

Su «jefe» lo envió a Valencia a estudiar la licenciatura de Matrimonio y Familia para que a su regreso forme a seminaristas chinos. «He venido con un visado de estudiante. Si el gobierno se hubiera enterado que soy sacerdote no me dejan salir del país. Allí hay muchos seminaristas pero pocos profesores, por eso estudio la licenciatura e igual realizo el doctorado. En China hay poca información sobre Teología y volveré para enseñar y, aunque sé que correré peligro, mi fe nació allí», revela.

Y mientras, en Albal disfruta de la libertad de poder hacer lo cotidiano de cualquier sacerdote. «La gente me trata muy bien. Al principio tenía dificultad con el idioma pero ahora he mejorado mucho y me defiendo», cuenta. Y claro hay experiencias únicas. «La primera misa a la que asistí fue en la Catedral de Valencia en una ordenación de seminaristas y estaba casi llorando de ver que eso en China no lo podemos hacer. Es otro mundo», asegura.

Los domingos acude a San Valero, en el barrio de Russafa, donde se reúne con la comunidad católica china. Juan y Juan Miguel son los únicos sacerdotes del país chino en la provincia.

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