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Ayuda humanitaria como salvavidas

Un vecino de Torrent viaja a Perú para ayudar en las aldeas indígenas amazónicas

Ayuda humanitaria como salvavidas

«Vivimos por encima de nuestras posibilidades y al otro lado del charco hay gente que no tiene nada y no deja que la alegría abandone sus vidas. La gente es agradecida por cualquier cosa. Aquí en occidente, no sabemos hacer eso». Contundente, convencido. Vicent Martínez tiene claro por qué ha elegido Perú como destino de su tercera misión internacional de ayuda humanitaria. Una experiencia con la que trata de mejorar la vida de los que menos tienen pero que al mismo tiempo, cuenta, le ha servido a él como salvavidas en contadas ocasiones de su vida.

Mecánico de profesión, el torrentí ha dedicado su vida laboral a un taller automovilístico en la capital de l´Horta Sud.

Con la crisis de 2008 lo perdió todo. Llegó un momento en el que «el negocio me podía». Fue en esa época cuando su hijo le introdujo en el mundo del yoga. La actividad espiritual le cambió la vida. «despertó algo en él», cuenta su hijo José Miguel. Ahora es profesor de Yoga. Vicent aplicó esta disciplina a ámbitos sociales y de marginación social. De la mano de su mujer, que era voluntaria en la prisión de Picassent y del cura de la cárcel, Ximo Montés que fue como una especie de «mentor» para él, el torrentí comenzó con sus clases de yoga en la institución penitenciaria. Cuanto más se involucraba en mejorar la vida de los demás, más mejoraba la suya. Viajó a la India con una orden de franciscanas y trabajó con enfermos por la lepra. Más tarde, emprendió su primer viaje al destino en el que ahora desarrolla su cometido: Perú. Eso fue hace dos años. Cerca de la ciudad, el grupo de misioneros recogía a ancianos abandonados a las afueras de la ciudad y atendía, asimismo, a menores que se encontraban en soledad. La experiencia le llenó tanto que ha vuelto. Pero esta vez a la virgen selva amazónica cerca de la ciudad de Íquitos y Requena. Junto al arzobispo Juan Oliver, que es de Carcaixent, el mecánico viajó el pasado uno de marzo para estar tres meses dedicado, en cuerpo y alma, a los niños y niñas del Amazonas de Perú.

«Allí lo que hacemos es ayudar en atención primaria sanitaria y educativa. Uno de los objetivos que tiene el arzobispo que vive en la aldea con ellos, es darles de comer al menos dos veces al día». Un proyecto, según explica Vicent, para que 200 niños se alimenten y aprendan a leer y escribir. «Veo que la verdadera ayuda está aquí, he conocido lo que es estar alegre sin tener nada. La gente es agradecida y te ofrece todo incluso cuando no tiene nada», explica emocionado. Vicent dice haber encontrado el verdadero sentido de la vida, «no valoramos lo que tenemos y allí lo valoran todo». Ha llegado un momento en el que él «ya no ayuda», «a quien me ayudan es a mí». Y es que Vicent, con sus viajes, ha descubierto que la felicidad también pasa por hacer feliz a los demás.

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