«¿El propietario del Castell de Alaquàs quería demolerlo en 1918?». Esta es la pregunta que Levante-EMV puso encima de la mesa esta semana para que los principales expertos en la historia reciente del monumento reflexionen. En un acto celebrado en la sala de la Xemeneia del propio palacio, organizado por este diario, el arquitecto Vicent García y los investigadores Tomás Roselló y Rafael Roca pusieron en común sus trabajos al respecto y esbozaron sus hipótesis. Eldebate se enmarca en los actos que se desarrollan en la población con motivo del centenario de la protección del Castell.

Los tres expertos, si bien defendieron posturas distintas, coincidieron en que en 1918 el Castell corrió un «peligro grave», si no de derribo, al menos sí de expolio, y eso fue lo que provocó la alerta en la ciudadanía y el ayuntamiento de la época, quienes iniciaron una movilización que logró que fuera declarado monumento nacionalpor el Gobierno central, en un proceso en el que mediaron los hermanos José y Mariano Benlliure (el último era el director general de Bellas Artes), vinculados familiarmente con la población.

Rafael Roca, profesor universitario y miembro de l'Institut d'Estudis Comarcals (Ideco) de l'Horta Sud, así como de Quaderns d'Investigació, fue el primero en tomar la palabra para defender que «el Castell había llegado en 1918 al máximo de decadencia ya que incluso el claustro era un almacén de trastos», como mostró en fotografías. El investigador esgrimió que la venta del inmueble de Julio Jiménez Llorca a Vicente Gil Roca provocó una reacción municipal, de los intelectuales valencianos, del Centre de Cultura Valenciana «que movilizó a cinco o seis de sus máximos responsables en diferentes acciones» y de los medios de comunicación. Roca mostró titulares de la prensa de la época que hablaban del peligro de derribo o de «desaparición» y puso como ejemplo el de la Casa del Delme de Sagunt, también propiedad de Gil Roca y que acabó siendo demolido ese mismo año, como el investigador publicaba hace días en Levante-EMV. «El gobernador civil le envió una carta al alcalde de Sagunt» contándole que intentó una mediación sin éxito con el dueño, explicó Rafael Roca.

Por su parte, Tomás Roselló, Máster en Patrimonio y también miembro del Ideco y Quaderns, además de ser uno de los principales activistas por el patrimonio de l'Horta en la actualidad (sus acciones han impedido el derribo del antiguo Ayuntamiento de Aldaia y han ayudado en la cesión de la Torre Espioca al consistorio de Picassent), utilizó el informe que encontró en 2010 en el Archivo de la Real Academia de Bellas Artes, que permitió entonces documentar la historia, en la que se refleja que el consistorio actuó porque el nuevo dueño del Castell «está contratando su derribo». De ahí que se creara en Alaquàs una comisión que realizó todas las gestiones para impedirlo.

Vicent García, el arquitecto redactor del plan director del monumento y que estuvo al frente del equipo multidisciplinar de expertos que dirigió su rehabilitación, aseguró que el Castell «corría peligro» porque «existía peligro de una actuación negativa sobre él y sobre otros monumentos, que eran atractivos para una serie de personajes millonarios americanos» en un momento de máxima pobreza en España y Europa, por la primera Guerra Mundial. Pero para García, el riesgo no era de demolición sino «de expolio». Para ello recordó que solo las vigas que soportan las principales salas miden ocho metros de largo. «Aquí había mucha madera», matizó.

García explicó que en la década de 1910 se publicaron numerosos trabajos sobre monumentos españoles a cargo de estudiosos europeos o norteamericanos, algunos de ellos agentes de venta de magnates, «que estaban especialmente interesados en el Gótico y el Renacimiento». El arquitecto mostró fotografías de monumentos que fueron íntegra o parcialmente desmontados y viajaron hasta EE UU en barco, especialmente de la zona de Castilla, cuya construcción de piedra facilitaba esta posibilidad, frente a los muros de tapial que tiene, por ejemplo, el Castell. El especialista utilizó el símil de la película «Ciudadano Kane», de Orson Wells, para explicar cómo se edificaban mansiones norteamericanas con elementos artísticos europeos.

En el debate, Rafael Roca insistió en que la psicología del propietario que ha podido conocer por sus acciones y los documentos encontrados, le permitía afirmar que «seguro que hubiera desmontado todo lo que fuera posible», hasta el punto de que pagó 10.000 pesetas por el Castell y, cuando pretendió desmantelarlo, se inició una campaña de Juventudes Valencianistas para recaudar 50.000 pesetas, «probablemente porque era el precio que él exigió». Roca recordó que la generación de intelectuales que se movilizó en 1918 era heredera de los líderes de la Renaixença.

Tomás Roselló incidió en que Mariano Benlliure llegó a iniciar un proceso de expropiación, una demanda de «derecho de tanteo y retracto» sobre el monumento, basado en la Ley de Excavaciones de 1907, que lo permitía, aunque una norma posterior de 1914 solo dejaba la posibilidad para el patrimonio mueble, por lo que la Abogacía del Estado perdió el juicio frente a Vicente Gil Roca. Y opinó que «sí que es posible que artesonados o cerámica hubieran acabado en mansiones de millonarios de Hollywood» como otro patrimonio europeo. No obstante, el experto cuestionó si estos casos «fueron expolio o salvación, teniendo en cuenta cómo se trataba aquí el patrimonio». «El desmontaje de los artesonados del edificio hubiera supuesto en una década o dos que hubiera desaparecido, por lo que sí estaba en peligro real de desaparición», insistió.

A la pregunta de si entonces el Castell estaba en el punto de mira de los ricos americanos e incluso si parte de sus elementos pudieran estar en ese continente (existen diversas leyendas urbanas al respecto), Vicent García dijo que, si bien el monumento cumplía los requisitos, no aparece en ninguna de las publicaciones que se hicieron de monumentos, ni tampoco se ha encontrado ninguna referencia en viajeros que pasaron por València sobre él. «Probablemente porque no está situado geográficamente en los ejes de conexión con Madrid como el antiguo Camí Reial o de la Vía Augusta, no se tuvo conocimiento suficiente de él y Alaquàs no llegó a estar en el circuito comercial americano», opinó el experto, aunque consideró que «es una mole que destacaría como Castell». No obstante, si no a gran escala, García sí que afirmó que el dueño podría intentar colocar sus elementos de más valor «en circuitos más pequeños». «El gran negocio que se movía es como para querer vender lo que fuera, en un momento de auténtica miseria», remarcó.

Los elementos desaparecidos

Otra de las reflexiones que hizo el arquitecto García se refiere a la cantidad de azulejos del Castell desaparecidos (algunos a finales del siglo XX cuando se levantó entero el suelo de la galería por los últimos dueños privados, lo que provocó, en parte la expropiación por el ayuntamiento). También divulgó que durante los trabajos de elaboración del plan director y de la rehabilitación (entre 2004 y 2007) se descubrió, por ejemplo, que las salas nobles estuvieron recubiertas de lujosos tapices de grandes dimensiones porque «se encontraron las marcas». E incluso cuestionó que «no es normal que un palacio de esta categoría no tenga ni portadas ni ornamentos de yeserías propios de la época» como sí que hay en el Castell de Bolbait, que fue propiedad de la misma familia, los Pardo de la Casta, descendientes de los Aguilar y Martí de Torres que impulsan la construcción del Palau de Alaquàs. Por ello, García concluyó que el Castell ha sufrido «graves expolios» durante los últimos dos siglos, «posiblemente desde la Guerra del Francés», aunque afortunadamente se salvaron «sus elementros más valiosos, sus artesonados y sus pavimentos».