Francisco Salanova callejea por la Catarroja que habla valenciano. A todo el mundo saluda y todo el mundo le saluda. Su liviana figura, bien cumplidos los setenta años, camina a paso ligero por entre las calles de su niñez y juventud. Tiempo de sueños y esperanzas. Ojos despiertos, alegres, serenos, decididos, seguros, cautivadores. Ojos sostenidos en rostro maduro que miran con brillo de esperanza. Esa menuda figura contemplaba en su adolescencia la quietud de los amaneceres de l´Albufera mientras interpretaba con su oboe las Csardas de Monti, con la técnica y virtuosismo que sólo un genio, con un don especial, puede conseguir. Francisco había nacido para el oboe, o quizás el oboe nació para que algún día conociera a este joven valenciano y se enamorase de él. La menuda figura de aquel zagal abrazaba con amor el instrumento que Morricone elevó a los cielos en La misión.

En los atardeceres de la brisa del mar sin olas se escuchaba entre arrozales y naranjos la música para oboe de Bach, Vivaldi y Chaikovski. Era Salanova quien conseguía fundir la plácida melodía con la serena caída de la tarde del pueblo que huele a azahares de abril y mayo. Salanova disfruta de Serrano, el maestro de Sueca, y siente estremecer sus huesos de emoción en los solos de Las hilanderas, El carro del Sol o el virtuosismo de La Malasombra. Muchas tardes opta por la cadencia andaluza de Manuel de Falla.

Francisco Salanova es requerido en orquestas de todo el mundo pero él sigue apegado a su infancia, a sus calles, a sus aromas, a su Valencia, a sus gentes. Ofrece conciertos por teatros de media Europa: Francia, Rusia, Rumania, Suiza, Holanda, Bélgica, Italia, Austria, Alemania€ pero su sitio está junto a su Albufera y en la cátedra de oboe del Conservatorio Superior de Valencia. Le cautiva la docencia, «me ha robado el corazón», afirmará.

Se crea la Orquesta de RTVE y le piden que marche a Madrid. Lo rechaza. También resiste a la posibilidad de formar parte de la Orquesta Nacional de España. Sólo hay un momento de dudas: ha de decidir en breve tiempo incorporarse como solista a la orquesta de la BBC. «Varias noches sin dormir», confiesa. Dinero, giras mundiales, grabaciones, derechos€es una oferta cautivadora pero ya tiene hijos nacidos en su pueblo, que ve crecer en una familia unida; ya no podrá pasear hacia el Port, hablar valenciano con los amigos, o disfrutar en el trinquet de aquella elegancia de Rovellet .

«La pilota valenciana ha sigut la meua millor afició», afirma. Alguien dijo alguna vez que sólo la belleza de Rovellet podía compararse a los sonidos del oboe surgidos del alma de Salanova. No, en Londres no se habla valenciano, ni apenas sale el sol, ni se siente el aroma de la huerta, ni se puede contemplar el remar del ravatxol€ No. Piensa que esa salida de su tierra le llevará a la melancolía, esa que sufren todos los que dejan los paisajes recorridos de su infancia, los amigos, los retratos de sus padres y abuelos. Y dice no, con la valentía y la sabiduría de los humildes.

¿Qué puede hacer para transmitir todo lo que él ha conseguido aprender? Escribe libros de técnica del oboe : «Camino del virtuosismo», un recorrido de lecciones para alcanzar su inigualable perfección. Ese camino escrito, esa guía hacia lo sublime, estará acompañado de los consejos de quien ama a quien enseña. Salanova contempla orgulloso el triunfo de sus mejores discípulos en las mejores bandas y orquestas de toda Europa. A todos les ha enseñado su técnica; en todos se han impregnado los valores de la humildad, del compañerismo y del sacrificio personal.

Llega la madurez. Es el tiempo de disfrutar mirando la grandeza de lo realizado, sin dejar de ser aquel niño aplicado, que estudiaba el bachillerato nocturno porque el oboe podía despertar a los vecinos; aquel joven que saludaba a todos y que sigue saludando a todos. El que reconoce haber sido un verdadero privilegiado que ha vivido intensamente para la música. El mismo que da las gracias a todos sus alumnos « perque m´ han tractat amb carinyo, educació i respecte». Y remata su reflexión pidiéndoles que «ensenyen a les futures generacions de oboístes tot el que jo els he pogut ensenyar».

En su jubilación llegan los reconocimientos. Por primera vez en el Conservatorio, el aula 206 donde se imparte el oboe llevará su nombre. En el 2012, la Ilustre Academia de la Música le concede el título de Ilustre Personaje de la Música Valenciana. Y llega, quizás, el más emotivo de todos: su pueblo, de manera unánime le proclama «Hijo Predilecto de Catarroja».

Recibe del Ministerio de Cultura la Medalla a las Bellas Artes. El homenaje popular, de sus compañeros, alumnos- exalumnos se celebra en su pueblo, el 27 de diciembre de 2012. Participan diversas instituciones vinculadas a la música, la Banda Municipal de Valencia, la de Madrid, las bandas de Catarroja, el Conservatorio Superior de Música de Valencia. Asiste la consellera de Cultura. «Nos encontramos ante un músico genial, artífice de la creación de una escuela de interpretación única y reconocida en todo el país y en el resto de Europa», se afirma en los discursos.

Recientemente ha recibido de manos del director de orquesta y compositor, Luis Cobos, el reconocimiento de la AIE, la Asociación de Artistas e Intérpretes españoles que preside honoríficamente el rey de España. Se trata de uno de los galardones más prestigiosos en el mundo cultural español. Anualmente sólo hay tres distinciones. Una de ellas, dedicada a la música clásica. El elegido de 2018 ha sido Francisco Salanova, natural y vecino de Catarroja, el mismo que nunca quiso abandonar su tierra y que presume de pueblo allá donde va.