Las fiestas patronales de cada uno de los pueblos valencianos giran entorno al homenaje a su propia historia y cultura. Son los actos más tradicionales los que más fielmente hablan de uno mismo. La centenaria Cavalcada de la Ceràmica de Manises, cuyo nacimiento fecha en los primeros años del siglo XX, empezó a celebrarse en el día de las patronas del municipio, las Santes Escudelleres Justa y Rufina, y era una manera de repartir y promocionar lo que por aquel entonces era la gran industria manisera. Los tiempos han cambiado en estos más de cien años, en el mercado globalizado los precios mandan y la cerámica de Manises queda como un oficio tradicional al que se dedican solo algunos artesanos y empresas pequeñas, y que necesita de la protección institucional para asegurar su largo plazo. La Cavalcada, en este nuevo contexto, adquiere un carácter mucho más reivindicativo para con la identidad manisera. Lo propio, que siempre se exalta en fiestas, adopta en Manises la forma de la cerámica. Cada pieza guarda dentro un pequeño pedazo de ellos mismos.

El ambiente que se ha vivido esta tarde en la Cavalcada de la Ceràmica —que en un momento dado pasó a celebrarse el día anterior al de las patronas de la localidad— estaba a medio camino entre lo puramente festivo y la reivindicación espiritual. Los miembros de la Clavaria de les Santes, encargados de la organización de un sinfín de actos a lo largo de todas las fiestas, han sido también los que repartían en mano las más de 35000 piezas de cerámica. Según contó su presidente Josep Esteve a este periódico, ya en el mes de noviembre empezaron a contactar con fabricantes y artesanos para reunir los miles de regalos que se han repartido. Este año, además, y con la ayuda del Ayuntamiento de la localidad, todo el cargamento se ha adquirido a vecinos de Manises.

El numeroso público, venciendo los 32 grados que marcaban los termómetros a las siete de la tarde, atestiguaba que la Cavalcada es el plato fuerte de las fiestas de Manises. Las carrozas seguían el recorrido tradicional, desde la Plaça de la Llenya hasta el final de la avenida Blasco Ibáñez. Antes que ellas, las dulzainas y tabaletes de la Escola de Dolçainers de Manises y de la Colla Estrella Roja de Benimaclet introducían con su música el ambiente festivo. Pasaban seis minutos de las siete cuando aparecía por la esquina de Molí de la Llum la primera de las ocho carrozas. A ambos lados de la calzada, centenares de niños, adultos y ancianos esperaban pacientes a que la mano de algún clavario, o de sus acompañantes, les tendiese su pieza de cerámica.

Vecinos y vecinas de Manises pero también visitantes de otros puntos de la Comunitat Valenciana, España y el resto del mundo, que no han querido perderse la oportunidad de vivir un espectáculo que, según insisten en Manises, es único en todo el mundo. Desde luego, viéndolo en directo, a nadie se le ocurría un evento tan particular. Un grupo de jóvenes británicos, de vacaciones en València, se acercaban a las carrozas como si fueran maniseros de toda la vida. «Very beautiful stuff», comentaban con las manos llenas de las pequeñas piezas. Cestos de textura que imitaba el mimbre, pequeños morteros y platos adornados con motivos florales eran las piezas más regaladas. Los clavarios, desde sus cabalgatas, insistían en la importancia de elegir bien el verbo: «No repartimos la cerámica; la regalamos», aducían, remarcando el verdadero espíritu que ha impregnado toda la tarde: el de la generosidad festera, el de dar para encontrarse.