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Paiporta

El cementerio donde nadie quería que lo enterrasen

Un cuentacuentos recupera en Paiporta Món de Contes la historia del campo santo construido en 1927 sin la bendición parroquial, lo que provocó incluso cambio de empadronamientos de los vecinos

Como muchas otras poblaciones Paiporta dispone de dos cementerios, el «viejo», en el Camí de Malpas, y el «nuevo» en el Camí de Catarroja. Si bien durante esta semana previa a la celebración del Día de Todos los Santos se puede ver a gente llevando flores a los nichos de uno y otro, no siempre fue así.

En 1927 el Gobierno Nacional promulgó una ley que obligaba, por razones de salubridad, a cerrar los cementerios que estaban dentro del núcleo urbano y a construir uno nuevo en zonas alejadas de la población. Algo que precisamente no ocurría en Paiporta porque tenían un cementerio que ya estaba alejado, pero en aquella época el gobierno conservador, del partido único de Primo de Rivera, sorprendentemente, no tenía buena relación con la Iglesia, que era quien gestionaba el cementerio viejo. Con este decreto del Ministerio, el Ayuntamiento de Paiporta vio la oportunidad de acabar con la gestión parroquial del cementerio e investigadores locales como Xavier Tarazona aseguran que los gobernantes empezaron a crear mala opinión sobre el mal estado del único campo santo existente con causas muy primarias como el cementerio era un nido de bestias y que los perros se llevaban los huesos de los difuntos, todo por arrebatar a la iglesia la gestión de los nichos, que era una fuente de ingresos importante.

Así, el ayuntamiento decidió construir el cementerio nuevo en el Camí de Catarroja y le dijeron al párroco que fuera a bendecirlo, a lo que él se negó. Según la historia que recogió y narró el cuentacuentos Domingo Chinchilla en «Paiporta Món de Contes», el gobierno local mandó a la Guardia Civil a buscar al cura, que se escondió en la casa de algunos vecinos, paradójicamente muchos de ellos republicanos y liberales, que se oponían a la decisión del gobierno conservador.

Como no lo consiguieron, llamaron al párroco de una población vecina quien se negó a hacer algo que no había hecho uno de sus «hermanos». Así que al final el gobierno tuvo que hacer una bendición «improvisada» con una cruz de madera y agua extraída de un pozo.

Sin embargo, los vecinos y vecinas del pueblo sabían que este cementerio nuevo no tenía el beneplácito de la Iglesia y se negaban a enterrar allí a sus familiares.

Tal es así que el ayuntamiento se vio obligado a cerrar el cementerio viejo pero ni aún así consiguió que los vecinos enterraran a sus difuntos allí. De hecho, muchos de ellos prefirieron incluso empadronarse en las localidades vecinas como Benetússer para asegurarse de que no sería enterrada en el cementerio nuevo.

Primer entierro subvencionado

Ante tal tesitura el alcalde de la localidad, el entonces Josep Sorlí, anunció que pagaría el entierro al primero que fuera al cementerio nuevo, que en aquel caso fue un niño al que se le pagó el entierro y el nicho.

Con la llegada de la República, se volvió a abrir el cementerio viejo, aunque su apertura fue efímera, duró lo que la República, y con el franquismo de nuevo se volvió a cerrar.

A partir de los 80, ya en democracia, se mantuvieron abiertos los dos campos santos de Paiporta, y hoy en día se siguen utilizando los dos indistintamente, lo que lleva a muchas familias a en días como el de mañana, 1 de Noviembre, a tener que llevar flores a ambos cementerios, ya que sus familiares están en uno u otro cementerio según el año en el que murieron y el gobierno que regía entonces. Una paradoja digna de un cuento.

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