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Opinión

El tren del aprendizaje

Victorino Barberá enseñaba a los niños en una habitación del humilde edificio municipal situado en la plaza mayor del pueblo

El tren del aprendizaje

El 3 de mayo de 1830, el administrador del señor de Alaquàs anotó en su libro de contabilidad que había pagado al maestro de primeras letras de la villa la cantidad de cien reales de vellón como salario por cuatro meses de docencia. En otra casilla escribió que un peón de albañil había recibido una cantidad aproximada a la del maestro por un mes de trabajo. Al estudiar todos los asientos advertí, no obstante, que en esa fecha la situación del maestro había mejorado, ya que ahora, al lado del apunte contable, no se añadía como en años anteriores que el pago lo recibía en concepto de «limosna al maestro de escuela».

Victorino Barberá, nombre de aquel docente, enseñaba a los niños en una habitación del humilde edificio municipal situado en la plaza mayor del pueblo o, en ocasiones, era su propia casa la que ponía a disposición de los niños. Éstos acudían a sus clases hasta los diez u once años y su horizonte profesional estaba claro: trabajar las tierras que sus familias tenían arrendadas al señor de la localidad o a propietarios de la ciudad de Valencia; también podían llegar a ser olleros, el otro trabajo artesanal que ocupaba a más personas en la localidad. Las expectativas de futuro de aquellos niños y niñas eran claramente perceptibles: practicar una economía de subsistencia igual a la que sus mayores habían llevado a cabo durante los últimos siglos. El pasado y el futuro venían a ser casi lo mismo para ellos?, y, sin embargo, en aquellos años se organizaba la educación primaria general en Francia y ya en algunos estados alemanes esa educación primaria era obligatoria. Probablemente en estos países se preparaba mejor el tiempo por venir.

Hace unos días he seguido online una conferencia del profesor José Antonio Marina; de ella quiero destacar unas frases que me llamaron especialmente la atención en clara referencia al aprendizaje: «España perdió el tren de la Ilustración, también el de la industrialización. Si España pierde ahora el tren del aprendizaje nos convertiremos en el bar de copas de Europa».

Pensé que aquellos niños y su maestro, en 1830, no podían ser conscientes, por la dificultad de ampliar sus marcos de referencia, de que su mundo estaba sufriendo un proceso de transformación que iba a cambiar inexorablemente las viejas barreras sociales y económicas feudales para resurgir en un nuevo mundo lleno de cambios radicales; su educación simplemente no les podía ayudar. Y medité que, aunque la vida de aquellos niños ya es Historia, ellos, sus hijos y sus nietos sufrieron durante las décadas siguientes lo que significó no estar al nivel de los cambios tecnológicos e industriales que estaban ocurriendo en los países más avanzados.

Han pasado casi doscientos años de aquel pago inseguro realizado a un maestro y de una educación incierta dirigida a aquella generación de niños. Hace tiempo que el proceso de globalización comenzó; hemos ampliado nuestras expectativas intelectuales: tenemos excelentes profesores, padres preocupados, unos espacios de enseñanza convenientes, una ley de educación, se buscan pactos educativos? ¿De quién depende?, ¿de qué depende??, ¿qué debemos hacer entre todos para no perder el tren del futuro? Es hora de convertir la educación en nuestra máxima preocupación.

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