Albuixech es como una isla que emerge en medio de la huerta acogedora, buscada y ansiada por su serena habitabilidad. Sus días son silenciosos, pacíficos, tranquilos, sumergidos en la belleza de la huerta que le enmarca y orla. 

De topónimo árabe, de sentido fecundo y fértil como sus campos. “Alborcec” –que no alborser- aparece en el Llibre de Repartiment, la primera vez que se ve escrito el nombre, junto a Alqueriam de Alboixech. Lo reconfirma su trama urbana, calles largas y estrechas, que no ha sido violentada por la especulación urbanística de los mamotretos y cajas de zapato al uso. Conserva y cuida casas de exquisita prestancia, nacidas después de que un gran incendio hace dos siglos destruyera las barracas levantadas alrededor del templo parroquial, en un tiempo que les fue propicio económicamente a los del pueblo gracias a la agricultura, eran grandes cultivadores de cebolla, además de expertos en producción de seda. Llama la atención al callejear por ellas que los nombres de sus calles son un nutrido santoral, fruto de la fuerte influencia religiosa de antaño hasta en la nomenclatura urbana.

Siempre fue Villa Real por pertenecer al Rey, no estuvo sometida a ningún señor feudal y eso se nota aún a sus habitantes en el carácter. En el anterior escudo estaban la corona real, una mitra y un báculo, que hablan de dicha vinculación histórica al rey. Jaime I donó la alquería a Berenguer de Castellbisbal, obispo electo de Valencia, pero éste renunció al cargo y propiedad, y pasó otra vez a propiedad real.

De sus orígenes, barracas en torno a la Iglesia, queda algún que otro recuerdo en el camino a Mahuella, donde hallaron a su Virgen, la Mare de Déu de Albuixech, que llevaba de apellido el nombre del pueblo, datada en el siglo XIV. Es una “marededeutrobada”, por lo tanto preislámica su advocación y devoción, la talla original, románica, de tiempos visigóticos, que como tantas otras sufrió el embate de la guerra, enunciaba su antigüedad. Era de gran predicamento y atrajo infinidad de romeros y peregrinos entre los siglos XV al XVII, que llegaban a Albuixech en su busca. Fue preciso en aquellos tiempos construir en 1636 una hospedería para albergar a los numerosos peregrinos que allí acudían necesitados de alojamiento, cuenta Martínez Aloy. Su Cofradía es de las más antiguas marianas existentes en tierras valencianas y fue instituida en el siglo XV en la mismísima Catedral de Valencia, tal era su posición e importancia.

Tiene el pueblo un curioso mercado municipal, albergado entre las casas, como una más de entre todas, discreto, y en cuyo ático hay un espacio cultural. La plaza principal, donde en verano se hace la “festa en laire”, alberga a san Ramón, el patrón de la villa, dispuesto sobre una discreta, proporcionada y encantadora fuentecilla. Las calles están limpias, muy limpias, es de los lugares donde aún las amas de casa, de buena mañana, barren su parte frontera de calle. Las casas lucen fachadas muy cuidadas. Hace cien años había censadas 500 casas, “todas ellas de moderna construcción, enjabelgadas y de infinita albañilería en su mayor parte”. No había escuelas, los cien niños y niñas, por separado, que estaban en edad escolar iban a dos casas grandes de la calle Mayor que hacían de escuela.

Conservan los antiguos lavadero y matadero, memoria histórica de una vida en común que ya pasó. Han levantado recuerdo –aquí sus ilustres son profetas reconocidos en su tierra- a Miguel Ambrosio Zaragoza, natural del pueblo, el dibujante e ilustrador del famoso Capitán Trueno, que llenó de aventuras la infancia que nació y creció sin ninguna tecnología informática o digital. La ermita dedicada al Cristo de la Misericordia y la mismísima iglesia parroquial señalan por su posición, sobre todo ésta última, dispuesta al sur-sureste, la Meca, antiquísimas mezquitas.

Tiene un importante polígono industrial, adecuadamente distante del pueblo para que le beneficie y no moleste, donde se fabrican, entre otros, los mejores trenes no sólo europeos, sino de todo el mundo. El polígono se logró gracias a los desvelos del notario Enrique Taulet Rodríguez Lueso, que tenía un especial cariño por el pueblo, no siendo hijo de él.

Alcalde ya desde hace varios años es José Vicente Andreu Castelló, muy popular, divertido, a quien conozco desde nuestros años mozos de juventud. Ingenioso, creativo, preocupado por su pueblo, que congenia con todos los vecinos sean del color político que sean. Buen relaciones públicas, afable y con don de gentes, él quiere irse, dice, pero creo que va para largo.

Albuixech es pueblo que goza de una gran paz y tranquilidad, isleño, tiene la suerte de nadar entre huertas y cerca del mar. Tiene de todo, hasta un observatorio astronómico y un grupo de vecinos expertos en astronomía con sede y taller en la Casa de Cultura. Un pueblo muy culto, con una excelente banda de música, que hace más sociable, si cabe, la vida en la quietud de su cotidianidad.