Aldaia trabaja a destajo para salir de una manta de barro
El alcalde reclama «manos» para luchar contra «la desolación»
Una septuagenaria narra cómo el agua inundó su planta baja
Aldaia seguía este jueves cubierta de barro, enseres y coches apilados en calles y cunetas. El municipio trata a marchas forzadas de recuperar «algo de normalidad» y evitar una ciudad sin ley con saqueos u ocupaciones.Pero para todo eso necesitat ayuda, y mucha. En este sentido, el consistorio confirma cuatro fallecimientos pero admite más desaparecidos.
El alcalde Guillermo Luján admitía que el municipio era «una zona de guerra». Pese a recuperar la luz y el agua, aunque no en todas las zonas, y tener abiertas las entradas y salidad la localidad sigue «desolada».
El mandatario explicaba que habían comprado material de limpieza y la brigada estaba en marcha. También contaban con la ayuda empresas que han prestado maquinaria para tratar de retirar los vehículos apilados en distintas calles de la localidad. Luján agradeció la ayuda de municipios como Manises, Alboraia, Alcoi y la UME.
El desbordamiento de la Saleta deja muchas historia. Entre ellas la de Pilar Aguado, que pasa de las 70 décadas. Estaba viendo la televisión el martes, las consecuencias de la DANA en Utiel, donde tienen familia. Ni siquiera pensaron lo que estaba a punto de llegar a Aldaia.
«Parecía un tsunami»
Pilar, como su hija, viven en la calle Valencia, en el edificio San Luis. Pese a que el edificio ya se construyó en cierta altura tras la DANA del año 2000, la brutalidad del torrente de agua que desbordó el Barranc de la Saleta provocó que el agua entrara en las plantas bajas, pegadas al barranco. «En la tele ya hablaban de lo que estaba pasando en Paiporta, y media hora después una barrancà trajo el agua en escasos minutos llegaba al medio metro», relata. Rápidamente subió a casa de su hija, en una tercera altura. Allí vieron la terrible crecida y como el agua y el barro anegaban las viviendas. «Parecía un tsunami. Ha sido más gran que en la Riada del 57. Pasamos mucho miedo», admite la mujer.
A las cuatro de la madrugada las aguas prácticamente desaparecieron, pero su rastro fue grande. «No teníamos ni luz ni agua, y no fue hasta el amanecer cuando decidimos bajar y empezar a sacar barro y limpiar enseres», explica. Y así estuvieron durante todo el día.
Y como sucede en este tipo de tragedias la solidaridad vecinal es clave. Pilar, la hija, quiere resaltar la labor de los vecinos de los pisos superiores que acogieron a la gente de las plantas bajas a las que les entró el agua. Además, durante estos días han entregado comida y agua a los han visto como el agua inundó sus viviendas.
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