La vida se abre paso en la calle de Paiporta que "volvió a nacer" del barro

Peluqueros voluntarios instalan un salón improvisado frente a una casa y cortan el pelo a los vecinos y vecinas en un acto cotidiano dentro de la tragedia: "Había que venir"

José, un vecino de los "renacidos del barro" en la puerta de su casa, donde han montado una peluquería improvisada.

José, un vecino de los "renacidos del barro" en la puerta de su casa, donde han montado una peluquería improvisada. / Eduardo Ripoll

Violeta Peraita

Violeta Peraita

«Todos somos nacidos y crecidos aquí y ahora hemos vuelto a nacer del barro en la misma calle». Hay dos calles en el casco antiguo de Paiporta, el núcleo de la catástrofe de la dana que arrasó puentes, viviendas y vidas el pasado 29 de octubre, donde viven, entre muchos otros, Pascual, José, Esther, Facundo, Pura, Ana o Hugo.

Es un cruce de calles que da a una pequeña plaza donde se llevan reuniendo históricamente las familias paiportinas que habitan en la contornà. No son vecinos y vecinas, siempre fueron algo más. Algunos cuentan a este diario que se consideran familia y es por eso que entre ellos se llaman 'tío' o 'tía'.

Los vecinos y las vecinas con la camiseta "Nací del barro" este fin de semana tras sobrevivir a la dana.

Los vecinos y las vecinas con la camiseta "Nací del barro" este fin de semana tras sobrevivir a la dana. / L-EMV

Siempre han estado ahí. Desde que vinieron a este mundo. Es un punto en el pueblo que se conforma de casas familiares que pasan de una generación a otra. "Hemos crecido juntos y ahora...pues ahora hemos vuelto a nacer, todos juntos también. Tenemos de todo, hasta alegría".

Lo cuenta Pascual, policía local jubilado de 83 años que rechaza irse de su casa ni en los peores momentos, dice que está "hecho polvo" pero vivir dos riadas y una pantanà le han hecho llegar a una conclusión: "Lo más importante es la familia y vivir, vivir mucho, vivir muy intensamente y ayudarnos los unos a los otros. Y seguir adelante, yo no pensaba que aguantaría tanto", confiesa.

Pascual, con la marca de hasta dónde llegó el agua a su casa

Pascual, con la marca de hasta dónde llegó el agua a su casa / Eduardo Ripoll

Lo explica vestido con una camiseta que reza: "Nací del barro, junts". La llevan todos, como un escudo de resistencia que la sobrina de uno de ellos (que se llama Esther Paredes) ha conseguido financiar ("es guionista y los cómicos Corbacho y Buenafuente han colaborado", asegura su tío, que se llama José).

Calentadores contra la humedad

En la calle también está Esther, hija de Pascual y madre de Hugo, que cuenta entre lágrimas lo que pasaron el día 29 de octubre, cuando temió por su vida y la de su padre intentando cerrar la puerta contra una corriente de agua que hacía muchísima presión. Lo hicieron y subieron al primer piso. Hubo tensión. Y miedo, pero "estamos juntos, y vivos, que eso es lo más importante".

Ahora, las plantas bajas de Paiporta están arrasadas y algunos propietarios tienen en los habitáculos (antes habitaciones con agencia y uso definido y ahora diáfanos) calentadores para secar las paredes, que acumulan muchísima humedad. Por otra parte, comienzan a entrar en las calles (la circulación ya es posible) camiones con electrodomésticos y muebles que la gente ha donado para reamueblar lo que algún día fue un salón.

Las comunidades de vecinos de toda la vida encaran el futuro con esperanza tras la catástrofe. Lo han perdido todo pero el barrio es una familia: "Estamos juntos y vivos. Eso es lo que importa"

Pascual, José, Facundo y Esther cuentan las incontables cenas que han hecho en esa calle. La cerraban muchas noches de verano para compartir tortillas de patatas, cervezas y conversaciones banales y trascendentales. La vida.

Un salón de peluquería en medio de la calle

Es domingo y José (el hijo de José padre, que es el presidente honorífico de la calle, tal como dicen sus vecinos y bromean con que es un cargo heredado de su padre) ha conseguido lo que llevaba desde el primer día que se despertaron con el pueblo arrasado intentando hacer. Traer un peluquero a su calle. José hijo va a cortarse el pelo a un local en el barrio de Benimàmet (València), "Dubai, barber shop". Oukacha es uno de los profesionales que han improvisado un salón en la puerta de una planta baja que ahora es un salón diáfano.

Sesión de peluquería en una calle de Paiporta.

Sesión de peluquería en una calle de Paiporta. / Eduardo Ripoll

"Bueno, em toca ja o que?" o "A mí córtamelo como a él" o "Déjame guapo", son algunas de las frases que escuchaba y respondía Oukacha y sus dos compañeros sin dejar el peine, las tijeras y la maquinilla ni un momento. "Teníamos que venir, pero hasta hoy no hemos podido entrar con todo el material", cuentan. Son voluntarios, pero los vecinos se empeñan en pagar algo: "No nos dejan", se quejan. Por eso han puesto un cartel en la pared: "Se admite la voluntad".

Una máquina, unas tijeras y mucha esperanza

Es un acto de cotidianidad en un contexto de anormalidad absoluta. No solo en esta calle han vuelto al trabajo los peluqueros. En la calle primero de mayo, un local muy cercano al barranco desbordado y totalmente arrasado por el agua tiene delante un sillón de salón y a un cliente sentado en él. Por delante pasa una máquina de retirar barro y mientras tanto, un peluquero le corta el pelo.

Badar Sohail es el dueño de este pequeño negocio que abrió en 2014. "Nosotros queremos volver a trabajar", dice. Y la verdad es que los servicios cotidianos también son necesarios. José hace cola ante este establecimiento, que parece más un bajo para coches que lo que en su día fue un negocio, pues las paredes y todo su interior se ha reducido a lodo.

Una peluquería sigue cortando pelos aunque no tiene ya local, que ha sido totalmente arrasado en Paiporta.

Una peluquería sigue cortando pelos aunque no tiene ya local, que ha sido totalmente arrasado en Paiporta. / Eduardo Ripoll

"Esto también es devolvernos la dignidad. Digo, ¿dónde me corto el pelo?, he venido a ver cómo estaba la peluquería y resulta que aquí están, al pie del cañón", señala. Los especialistas hacen su trabajo, pero no cobran ni un euro. "Solo queremos que la gente esté bien.Aquíí nos conocen todos los vecinos y nos han cuidado siempre, nosotros también queremos estar en estos momentos duros", apunta Sohail.

Paiporta ha conseguido despejar la mayoría de sus calles, antes taponadas con coches amontonados, enseres de casas arrasadas y lodo, mucho lodo. Ahora, las principales preocupaciones están bajo tierra: el alcantarillado y los garajes. Mientras tanto, en la calle, la gente trata de avanzar en una recuperación que todavía queda lejos. Pero que no falte nunca, como dice Pascual, la alegría de vivir.

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