La nueva normalidad de Paiporta

Cuando se cumplen 26 días de la noche en la que el agua engulló la tierra, el municipio más afectado por la DANA intenta sobrevivir a la condena más cruel e injusta mientras lamenta «una lenta reconstrucción» y falta de ayudas: «He estado en varias guerras, pero la destrucción que hay aquí no la he visto antes»

Rafael Fabián

Paiporta

Los vecinos de Paiporta siguen tachando días en el calendario desde el fatídico 29 de octubre. Como si de una prisión embarrada y maloliente se tratara intentan escapar, que en su caso significará recuperar la añorada normalidad: volver a sus trabajos, a sus colegios, a su rutina. Mientras tanto, por muy arbitrario e injusto que lo sea -que lo es-, no les queda otra que sobrevivir en su nueva normalidad.

Miguel indica el nivel de agua que se alcanzó en su planta baja.

Miguel indica el nivel de agua que se alcanzó en su planta baja.

Esta expresión se popularizó en la pandemia para explicar que algo que antes era anómalo ahora es común. ¿Y qué es lo común hoy, 26 días después de la tragedia, en Paiporta, el municipio más afectado por la DANA? Lo común es calzarse botas de agua cuando sales de casa para evitar que el fango se te cale en los pies, que las nubes de polvo en las que se ha convertido parte del lodo seco se te claven en los ojos y en la garganta, provocando molestias y enfermedades. También es común ver negocios arrasados, montañas de basura y coches apilados por cualquier rincón del pueblo, mientras que de los vehículos que funcionan cuelga un cartel de «coche operativo» para evitar que se conviertan en chatarra. La gente, por su parte, intenta sobreponerse como puede. Los que pueden, porque en el pueblo con más fallecidos por este tsunami de agua, cañas, barro y escombros, 45 de sus vecinos ya no pueden hacerlo. «Si hubiera perdido a alguien de la familia esto sería insoportable», admite Marcela, que pasó cuatro horas subida a un contenedor para sobrevivir a la riada y ahora, en ausencia de comercios, atiende uno de los muchos puestos solidarios en los que se pueden encontrar productos de aseo y limpieza o comida: «Ayudar es mi terapia».

La magnitud de la destrucción del ‘tsunami’ aún asusta.

La magnitud de la destrucción del ‘tsunami’ aún asusta.

Muchos de los vecinos de Paiporta que sacan fuerzas para valorar la catástrofe, no quieren entrar en valoraciones políticas. «Ya habrá tiempo de eso», confirma Modesto. Nadie entiende, eso sí que no se les avisara de la magnitud del desastre. «Se hizo mejor en 1957 que ahora, con la cantidad de medios, tecnología y organismos que hay», añade Miguel, que sufrió también aquella riada. Como nadie justifica la ausencia de un plan que hubiera minimizado la envergadura de los daños. «No sé si la solución era una presa en Cheste, o diques, o limpiar el cauce del Poyo. Seguramente todo. Pero es incomprensible que nadie en todos estos años nadie haya hecho nada», señala Sergio, policía local.El sentimiento de decepción y hartazgo es generalizado en la población no solo con el antes y el durante, sino también con el después.

Voluntarios, vecinos y operarios conviven en el municipio.

Voluntarios, vecinos y operarios conviven en el municipio.

El estoicismo tiene un límite

Desde el 29 de octubre Paiporta amanece con un paisaje desolador. «No vemos avances. Los voluntarios nos dieron una lección de vida y les estaremos siempre agradecidos. Después fueron viniendo militares y otros medios, pero no es suficiente», comparten vecinos como Fernando Robles, que tiene un bar situado a escasos 12 metros del tristemente famoso barranco del Poyo: «Hasta ahora no he recibido ni un euro de ayuda y sin apoyo es difícil volver a arrancar porque lo he perdido todo».

Entre los voluntarios se encuentran los mismos trabajadores desplazados al lugar que comparten el dolor con los afectados. Entre ellos se encuentra José David Naves, que acude cada día desde Moncofa reparar las desaparecidas conexiones ferroviarias: «Me levanto a las cinco de la mañana y cuando llego me pongo a trabajar hasta que acabo mi jornada, pero después, hasta las diez de la noche sigo ayudando en garajes y bajos porque el drama de estas familias me ha llegado al corazón. Ya le he dicho a mi mujer que hasta que esto no se arregle un poco me verá poco por casa». No menos afectado se encuentra Manuel, un capitán del Ejército de Tierra que dirige un ‘escuadrón’ que limpia garajes aún hoy inundados: «He estado en varias guerras, pero la destrucción que hay aquí no la he visto antes. Llegué hace un tiempo del Líbano y aquello está mucho más limpio que esto». Lo cierto es que los números asustan y dan buena cuenta de la magnitud de la tragedia en la provincia de Valencia: Más de 60.000 viviendas, más de 110.000 vehículos, más de 10.000 comercios y almacenes destrozados. La riada se llevó todo por delante, pero sus efectos siguen hoy casi tan presentes como el primer día. La catástrofe no fue. La catástrofe está siendo y, por desgracia, seguirá por mucho tiempo.

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