"No tengo miedo al agua, sino a quien manda"
Picanya mira al barranco en algunos casos con temor y otros con racionalidad: "Tenemos que acostumbrarnos a las alertas, esto es nuestro día a día"
Celebran que las autoridades tomen medidas con antelación: "Esto es lo que tenían que haber hecho el 29-O"

José María y su tío José María en l'Almacereta de Picanya, junto al barranco del Poyo. / Germán Caballero
El barranco del Poyo (conocido popularmente como el de Chiva en esta zona) vuelve a llevar un reguero de agua en su interior. Las alertas meteorológicas que han hecho cerrar colegios, suspender actividades deportivas y falleras mantienen a todo el pueblo de Picanya en alerta. Hace algo más de cuatro meses que la riada se llevó por delante cientos de casas y cientos de vidas y los vecinos y vecinas de este municipio de l'Horta Sud lo vivieron en primera persona. La herida todavía supura y el mal tiempo y la advertencia de lluvias aguas arriba preocupa mucho en la zona cero de la dana del 29 de octubre.
Con el cielo nublado y un ambiente ventoso y lloviznoso, los vecinos que pasean junto al cauce del Poyo lo miran fijamente como si buscasen la confirmación de que no se desbordará de nuevo. Ascensión es una de ellas. La mujer dice que están intranquilos, aunque celebra que "ahora, por lo menos, lo están controlando, vigilando, nos han avisado. Pero aún así, pues muy preocupados", dice la vecina.
En el mismo paseo, junto al puente Mabey construido por el ejército, José Luis y Jesús son de Paiporta, pero han venido a Picanya a almorzar y comentan el estado del barranco mientras lo miran fijamente. "Estamos acojonados, como cualquier vecino que haya vivido lo que vivimos. Esto, avisar, es lo que tenían que haber hecho antes. Con precaución y mil ojos a las previsiones seguro que no se equivocan", dicen, en referencia a la gestión aquel fatídico martes, ya marcado para siempre en la memoria del pueblo valenciano.

José Luis y Jesús miran al barranco de Picanya. / Germán Caballero
En la otra parte del barranco se ve la ya conocida imagen de las casas y un cartel gigante: "La Almacereta no se tira" y la línea que alcanzó el agua esa noche: 4,75 metros. La calle que da directamente al barranco se llama, precisamente, Almacereta por, entre otras cosas, esta casa que funcionaba como una almazara de aceite. Lo cuentan José María sobrino y José María tío, a quienes este diario ve asomados a la ventana de una casa blanca en obras. Observan el cielo, pero también el cauce.
"Estas casas han aguantado varias riadas"
El primero está reformando como puede la casa de su madre y defiende a capa y espada que la estructura, con más de 200 años de vida, aguantó a la riada, "como ya lo hizo en 1957" y rechaza derribarla como dice que le han aconsejado las administraciones. "Es la casa de mi madre, esto no se tira. No la pueden dejar en la calle". Aquel día todos se salvaron subiéndose al terrado in extremis y ahora, con la nueva alerta meteorológica dice que no es la cantidad de flujo que lleve el barranco lo que le preocupa. "No tengo miedo al agua, sino a quienes mandan", dice José María.

José María arregla la casa de su madre en Picanya. / Germán Caballero
Explica que no quiere derrumbar su casa familiar, que es "lo único que nos dicen", pero "no quieren pagar ni arreglar". "Estas casas han aguantado varias riadas y está bien hechas, tienen más de 200 años", explica. Pero lo más importante es "que aquí vive mi madre y mi hermano". Y en el trabajo de que puedan volver pronto está, pico y pala, literalmente.
Once tabiques destrozados
Paco y Ana saludan a los José Marías por la calle. Viven en la calle València, a continuación del puente que cruza el barranco. Su casa está en obras y han tenido que reconstruir once tabiques que se llevó el agua. La casa de su vecino Fernando (con quien ya habló este diario) les separa de estar directamente mirando al barranco, pero a la hora de la verdad, el agua no distinguió de muros ni distancias, al menos en las viviendas más cercanas al cauce. Entró con violencia en casa de Fernando y atravesó su salón, llegando también a la de Paco y Ana.

Paco y Ana, dentro de su casa, ahora en obras de reconstrucción cuatro meses después de la dana. / Germán Caballero
"Hemos vivido aquí toda la vida y cuando caen 200 litros por metro cuadrado en Chiva nuestro barranco los aguanta. Hemos de acostumbrarnos a las alertas, no hay más, este va a ser nuestro día a día a partir de ahora y hemos de hacer caso a las recomendaciones", dice Paco, que está en plena faena de reconstrucción de su casa tirando de ahorros, pues el consorcio todavía no ha pagado.
No tienen miedo de que vuelva a pasar porque "lo que ocurrió fue un cúmulo de circunstancias naturales concretas" y que "los políticos no estuvieron a la altura. No estuvieron a lo que tocaba, pero es verdad que nadie podía imaginarse que esto iba a pasar". Respecto a las medidas adoptadas en la alerta y acciones de precaución ante esta nueva dana por organismos públicos, Paco tira de dicho popular: "Gat escaldat amb poca aigua en té prou".

Vecinos miran al barranco en el primer día de alerta por la nueva dana tras cuatro meses del 29-O / Germán Caballero
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