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Opinión

Doctor en Filosofía

La clase magistral de Susana

Susana Andreu

Susana Andreu / L-EMV

El ejercicio de la escritura es uno de los hechos más misteriosos que existen. Se escribe sin un destinatario claro y sin saber cuál será el efecto que va a producir en ese lector invisible y sin rostro. La escritura, diría Frances Torralba, es como lanzar una botella al mar con un mensaje dentro. No sabemos si llegará a alguna playa, a un destino determinado, y si lo hace, cómo lo hará. Esta regla se recrudece cuando aquello que tratamos es el acontecimiento más importante de la vida: la muerte. Ésta tiene el poder extraordinario de pararnos, donde las agendas pierden su fuerza y, de repente, comenzamos a pensar en nuestra debilidad y vulnerabilidad radical. Si fuésemos conscientes de la fragilidad que nos constituye y define, del hilo tan fino del que depende nuestra existencia, sería posible que el oficio de vivir lo afrontásemos de forma diferente.

Esta gran lección nos la acaba de dar una persona sencilla, Susana, hija y madre, que disfrutaba de la vida sin hacer ruido, donde su presencia se transformaba siempre en una sonrisa. Y maestra de un colegio que lleva el nombre de un escritor, Antonio Machado, que recurrió a un personaje ficticio, Juan de Mairena, que inmortalizó la importancia de la educación, del diálogo, de la curiosidad, del aprendizaje, del amor por las letras y la cultura. Estos días, estando cerca de la familia y de su marido, Manolo, mi amigo del alma, han retumbado en mí las siguientes palabras de Mairena que Susana nos ha enseñado e impartido como su última clase magistral en la tierra: “Aprendió tantas cosas -escribía mi maestro, a la muerte de su amigo erudito-, que no tuvo tiempo para pensar en ninguna de ellas”. La muerte nos exaspera, nos rompe y nos abre en canal, nos resitúa, pero, al igual que la enfermedad, nos une y nos recuerda lo que olvidamos y no deberíamos olvidar. Susana, y todas las personas que nos dejan, desde el cielo, nos lanzan un órdago en modo de pregunta e interrogante: ¿cómo vives y para qué vives?

Siempre que vivimos de cerca la muerte atacamos la vida sin misericordia. La insultamos, la devaluamos, haciendo caso omiso a lo que hemos vivido, a las amistades que hemos ido forjando a través del paso del tiempo y de la historia, a nuestros amores, nuestras conquistas, superaciones y victorias. Susana, desde su eterna sencillez, nos ha puesto encima de la mesa una gran verdad: la muerte resitúa todo nuestro sistema de valores porque afina la mirada y nos hace caer en la cuenta que vivir no es una necesidad, sino que es un milagro, un regalo y una oportunidad para comprender el valor de estar vivos.

No somos libres de vivir desgracias. Nos vienen sin elegirlas, pero sí somos libres de cómo afrontarlas. O nos asumimos en el absurdo o buscamos el sentido que brota en las entrañas más abismáticas de nuestra existencia. No es fácil, ya que es un proyecto que debemos andar, un camino que debemos transitar, con baches, con lágrimas y golpes que sólo se superan con manos amigas que nos han transformado y nos han enseñado que la vida sí merece la pena celebrarse. Esta es la clase magistral de Susana, su legado en forma de abrazo eterno y fraterno. Gràcies mestra.

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