En la actualidad la omnipresencia de Internet arrincona cada vez más el espacio de los libros en nuestra sociedad. Sin embargo, todavía quedan personas que pregonan sus virtudes, esa posibilidad que ofrecen los libros de poder ser tocados, olidos, subrayados o tachados.

Además, la situación económica no es un problema para estas personas. De hecho, casi parece que sea todo lo contrario porque les ha obligado a agudizar el ingenio y ofrecer a sus clientes ideas nuevas que resulten atractivas. Los negocios Cuchufleta, Slaughterhouse y Kaf Café son un ejemplo de que si se hace algo más con los libros que simplemente guardarlos en una estantería, pueden ser, además de interesantes, rentables.

Librería Cuchufleta

«Tenía la idea clara desde hace mucho tiempo, pero no sabía cómo plantearla ni dónde ubicarla», asegura Óscar García, este empresario de Manises. Al final se decidió por el barrio de Ruzafa, en la calle Pintor Abril, donde se puede visitar la librería Cuchufleta desde hace ya más de un año.

Su tienda está dividida en dos espacios, uno es la librería propiamente dicha y el otro es el lugar donde se realizan las actividades para los niños todos los sábados por la mañana más alguna otra tarde puntual.

Además, según apunta, tiene dos objetivos todavía pendientes: «Centrarme en material para los niños discapacitados y hacer algo para los padres, para que sea un centro donde padres e hijos compartan la lectura».

Slaughterhouse

En el mismo barrio de Ruzafa, pero en la calle Dénia, se encuentra la carnicería librería, como ellos mismos la describen, Slaughterhouse (matadero). Ramón Cabrera, uno de los tres socios responsables del negocio, afirma que el nombre viene de la novela «Matadero 5», de Kurt Vonnegut, «y también porque antes en el mismo local había una carnicería», añade Ramón.

En esta librería se ofrece una gama de libros seleccionados con el único criterio que el gusto de los dueños. «Este último año hemos notado una reducción en la venta de libros debido a la crisis, pero hemos fidelizado a una clientela de barrio que hace que todos los días haya gente», asegura Ramón.

Durante los dos años que lleva abierta Slaughterhouse ha hecho mucho más que vender libros de ocasión. La librería es también cafetería, se sirven tapas frías, se realizan presentaciones de libros, proyecciones, exposiciones y hasta fiestas temáticas. «Hace no mucho tuvimos una fiesta rusa y lo ambientamos todo en ese sentido, la comida, la bebida y , por supuesto, también los libros», señala Cabrera.

Kaf Café

Para su cafetería, Sebastián Vitola, eligió otro barrio, el de Benimaclet, un barrio que desea reivindicar: «Aquí hay muchas actividades y vida cultural, pero los medios siempre se olvidan de Benimaclet».

En la calle Arquitecto Arnau no se compran libros, sólo se leen. Sebastián quiere que la gente lea, y por eso los presta hasta dos meses, «como una biblioteca, pero menos estricto con la devolución». Además, allí se presentan libros y se dan recitales de poesía en los que cualquier persona puede leer sus textos o los de otros. Y también se habla de política. Sebastián quiere que el suyo sea un espacio donde poder fomentar el pensamiento crítico. El ciclo que actualmente proyecta sobre periodismo en zonas de conflicto es una buena prueba de ello.