?Bajarse los pantalones para mostrar el trasero a un auditorio. Orinar sobre un grupo de estudiantes de la universidad que presidía como rector. Arrojar un vaso de agua al rostro de un rival electoral para precisar una argumentación. Son algunas de las ocurrencias que han contribuido a forjarle al político colombiano Antanas Mockus -58 años, filósofo y matemático de orígen lituanos- una fama de tipo raro e imprevisible. Mockus, que acaparó con una espectacular remontada en las encuestas los focos de la reciente campaña presidencial de su país, confirmó el pasado 30 de mayo en las urnas de la primera vuelta que, con él, nunca se sabe a qué carta quedarse. Mientras las prospecciones le auguraban a su "ola verde" un empate técnico (32%) con Juan Manuel Santos (34%), delfín del saliente presidente Uribe, el recuento de papeletas le castigó con una derrota sin paliativos (46,5%-21,5%). En la segunda vuelta de mañana, reducida ya la lid a un combate singular, Mockus, que ha renunciado a establecer alianzas, confía en remontar su mala posición por dos medios: el trasvase voluntario de votos desde la izquierda reformista, que apoyó al Polo Democrático de Gustavo Petro (10%), y la movilización de parte del 51% de abstencionistas que se reafirmaron en su ancestral escepticismo hacia el sistema político colombiano.

Casado y padre de cuatro hijos, el líder del Partido Verde encabeza, detrás de unas gafas de lente ovalada y tenue montura, una formación centrista y ecologista que pretende implantar en Colombia una nueva forma de hacer política. La fórmula tiene, claro, un evidente regusto obamista y, sin ir más lejos, recuerda los propósitos enunciados en las recientes elecciones británicas por el liberaldemócrata Nick Clegg. Pero ni Obama ni Clegg adornan su rostro con una barba heredera de la de Gregory Peck en "Moby Dick" ni Colombia tiene nada que ver con EE UU o el Reino Unido.

La Colombia cuyas riendas aspira a llevar este bogotano sin sentido del olfato -asegura haberlo perdido al golpearse con un árbol-, y víctima del mal de Parkinson, es un país rico en recursos de todo tipo, incluso petróleo, pero destrozado por medio siglo de conflicto, miseria y delincuencia. Un país de 45 millones de habitantes, veinte de ellos pobres, en el que hasta cuatro millones de personas han sido desposeídas de su tierra al calor de los combates entre las guerrillas, por un lado, y el ejército y los paramilitares, por otro. Unos choques armados que, en muchos casos, no han sido sino la excusa paramilitar para que poderosos intereses económicos se apropiasen por la fuerza de tierras ricas en recursos o en valor estratégico para el narcotráfico o la implantación de nuevos proyectos empresariales. A esa Colombia de sangre y coca llegó en 2002, de la mano de los EE UU de George Bush, Álvaro Uribe. Por entonces, Mockus, formado en Colombia y Francia, donde remató una brillante trayectoria estudiantil que había iniciado aprendiendo a leer a los dos años, era alcalde de Bogotá por segunda vez. El antiguo rector de la Universidad Nacional, que acudía en bicicleta a su despacho, se había hecho con el bastón de regidor en 1995, tras una campaña que denominó de "cultura ciudadana".