?La liberación, el pasado fin de semana, de un general, dos coroneles y un sargento colombianos a los que la guerrilla de las FARC tenía prisioneros desde 1998 ha sido un potente espaldarazo para un candidato que, en principio, ya tiene los suficientes. El uribista Juan Manuel Santos, de 58 años, se impuso en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, el pasado 30 de mayo, con el 46,6% de los votos. Sin embargo, la falta de una mayoría absoluta le obliga a medirse mañana con el segundo clasificado, Antanas Mockus (21,5%), el ex alcalde de Bogotá que ha hecho de la legalidad y la lucha contra la corrupción las divisas de un programa centroderechista.

Santos, nacido en el seno de una poderosa familia colombiana, casado y con tres hijos, se presentó durante la campaña como el hombre de la continuidad y a la vez negó ser un clon del presidente saliente, Álvaro Uribe, el primer colombiano en 150 años que alcanzó la jefatura del Estado al margen de los tradicionales partidos liberal y conservador. Candidato del Partido Social de la Unidad Nacional -el Partido de la U fundado por Uribe y por él mismo en 2005-, el programa de Santos se basa en la política de "seguridad democrática", esto es, en el combate militar contra la guerrilla sin diálogo ni canje de prisioneros. Ha sido esta política la que ha permitido a Uribe, que se marcha con un 70% de apoyo popular, mantenerse en el poder desde 2002, alcanzando un segundo mandato en 2006 tras una reforma constitucional. Y debe ser esa misma política la que permita a Santos sucederle en el palacio de Nariño.

Economista y periodista -fue subdirector del diario "El Tiempo", entonces propiedad de su familia y ahora controlado por la editorial Planeta-, Santos se describe a sí mismo como el "hombre duro" que necesita Colombia para no perder el combate contra la guerrilla, el narcotráfico y la delincuencia. Tras ocho años en los que Uribe, respaldado con armas y asesores por EE UU, ha infligido duros golpes a los insurrectos y los ha obligado a retirase de las principales ciudades y vías de comunicación, los analistas pensaban que el país, con casi un 50% de pobres, reclamaba políticas sociales y más transparencia en la gestión gubernamental y en las acciones bélicas. Las principales encuestas -no falta quien sostiene que movidas entre bastidores por el uribismo- pronosticaban de hecho para la primera vuelta un empate técnico entre Santos y Mockus. Pero erraron con estrépito.

Los que acudieron a votar el 30 de mayo, menos de la mitad del censo, respaldaron la hoja de servicios de Santos sin hacerle ascos a sus lamparones. En la ejecutoria de este nieto de presidente, que además es primo del vicepresidente saliente, Francisco Santos, los renglones más estruendosos están dedicados a su paso por el ministerio de Defensa (2006-2009). Santos dio buena prueba de su conocimiento de las FARC en mayo de 2008 al anunciar al mundo la muerte natural de Tirofijo, su fundador y jefe, considerado el guerrillero más veterano del mundo. Tan sólo dos meses antes había asestado a los rebeldes el mayor golpe de su historia: el 1 de marzo, el ejército colombiano bombardeó un campamento de las FARC en Ecuador, matando a su número dos, Raúl Reyes, y a 25 insurrectos más.