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Helia, de 30 años, trabaja en una agencia de viajes en Teherán y en los últimos años ha ceñido su "mantoo" para dibujar su cuerpo y deslizado el velo para dejar entrever su melena azabache. Gila, ojos pardos y gesto adusto, acude a diario a la Universidad de Teherán ataviada con el tradicional "chador" que le cubre de la cabeza a los pies, borra sus formas y oculta la sensualidad -que muchos musulmanes consideran pecaminosa-, de la cabellera femenina.

Vecinas en uno de los barrios más populares de la capital, ambas representan los dos extremos de un conflicto social que se ha agudizado en las últimas semanas y que pone de manifiesto la profunda brecha que divide el país desde la reelección del presidente, Mahmud Ahmadineyad, el año pasado, y que dio origen a las protestas más intensas de la oposición en 10 años.

Cuestiones como el velo, pero sobre todo el papel social de la mujer -aupada a la vanguardia del movimiento de protesta-, han llegado incluso a enfrentar a Ahmadineyad con el sector más conservador de la clerecía chií. Hace un mes, el ministerio de Interior puso en marcha una campaña para "salvaguardar la moralidad" y corregir lo que se ha denominado el "erróneo uso del hiyab".

En nombre de la "decencia islámica", la Policía se ha desplegado en Teherán y otras grandes ciudades con la misión de detener a aquellas mujeres que muestren sus cabellos, vayan muy maquilladas o lleven "mantoos" demasiado cortos. También preguntan a las parejas solas si están casados o son familia. El castigo es una multa que puede superar los mil euros, en un país en el que el sueldo medio ronda los 500 euros.

En un arranque que puede considerarse de populismo, y pese a que la directiva sale del ministerio de Interior, Ahmadineyad condenó el pasado miércoles esta iniciativa. "El Gobierno no interviene en esto. Consideramos que preguntar por la relación entre dos personas es un insulto. Nadie tiene derecho a hacerlo", dio a la televisión estatal.

Recelos de los conservadores

Sus palabras han levantado una polvareda de reproches entre los clérigos más conservadores, que lo interpretan como una concesión a la inmoralidad. "Aunque tengamos muchos problemas políticos y económicos, la moral no puede ser olvidada bajo el pretexto de que hay problemas más acuciantes", dijo el viernes el ayatolá Ahmad Janati.

Sentada en un parque del norte de la capital, Gila observa con desdén a una mujer teñida, con el pelo cardado y el velo caído que pasa junto al banco. "Creo que este tipo de modas deben ser castigadas. La mujer debe ser casta y observar las normas porque si no seremos castigados", sentencia.

Desde que en 1979 triunfase la Revolución Islámica, Irán impone a todas las mujeres, nacionales o extranjeras, un severo código de conducta. Bikinis y minifaldas desaparecieron de los roperos, sustituidas por los impersonales chadores. Aquellas que se pintaban o se resistían podían sufrir las represalias de la Policía, que incluían métodos como meter las manos en sacos de cucarachas vivas o frotar con algodón el maquillaje. La norma comenzó a relajarse durante el mandato del ex presidente reformista, Mohamad Jatamí (1997-2005).

Primero el blanco y después el resto de colores empezaron a pintar el vestido de las mujeres, que poco a poco sustituyeron el "chador" y el "maqnae" (especie de capucha negra cerrada en el cuello) por el tradicional hiyab (pañuelo) árabe. Las capas negras dieron paso a abrigos y guardapolvos "mantoo" que con los años se ciñeron, mientras que el maquillaje rebrotó, a veces de forma exagerada.

"Creo que es un intento vano. Las mujeres han entendido que éste es un terreno para la lucha por las libertades. Han sido muy decididas y lo seguirán siendo pese a las presiones", afirma un sociólogo iraní que prefiere no ser identificado. "Se ha abierto una puerta de libertad y ahora es difícil cerrarla. Son otros tiempos, con una población joven que tiene otras expectativas de las que había hace treinta años. Y las mujeres se han puesto a la cabeza de esa lucha", asegura.

Una tendencia que espanta a los más retrógrados, que ven en ella desde una amenaza a la seguridad nacional hasta el origen de la furia de la naturaleza. Días antes de que la campaña policial arrancase, el hayatoleslam Kazem Sedighi aseguró que la falta de castidad en el vestir "lleva a los jóvenes al descarrío y propagan el adulterio, lo que incrementa el riesgo de terremotos".

"No, no nos asustan las detenciones", explica Helia en una conocida cafetería del norte de Teherán. "Creo que forma parte de nuestra libertad. Yo respeto a quienes lleven el chador, pero creo que debería respetarse el derecho a vestir como quiera", afirma.