Los 33 mineros que permanecieron 69 días a unos 700 metros de profundidad en un yacimiento en el norte de Chile y que el pasado miércoles volvieron a pisar la superficie, intentan ahora sortear el acoso de la prensa para poder retomar sus vidas.

De la noche a la mañana, los «33 de Atacama» pasaron de ser un grupo de mineros que hacían su vida a la sombra de los grandes titulares a convertirse en 33 estrellas. Salieron de la mina y también de su anonimato para convertirse en héroes que ahora deben huir de los centenares de periodistas que han llegado hasta Chile desde todos los rincones del mundo para capturar su primera frase en libertad, el primer abrazo, cada gesto y paso en la nueva vida que ahora emprenden.

Nada más poner un pie fuera del hospital de Copiapó, tras recibir la noche del jueves el alta junto al boliviano Carlos Mamani y el chileno Juan Illanes, Edison Peña se dio de bruces con la fama. «Esto es una locura. Tuvimos que salir casi arrancando (huyendo)», explicaba tras escapar de las decenas de micrófonos que le persiguieron hasta el vehículo en el que finalmente consiguió emprender rumbo hacia su hogar en la ciudad, en el que fue recibido con emoción por una gran multitud. Junto a estos tres, «no menos de otros diez » de sus compañeros estaba previsto que salieran ayer mismo del hospital.

Mientras les llueven millonarias ofertas de canales de televisión y periódicos de todo el mundo para contar su historia, para lo que fueron preparados con clases de oratoria por videoconferencia desde la superficie, los mineros sólo piensan en descansar y recuperar el tiempo perdido junto a sus seres queridos.

Y eso es lo que recomiendan los expertos: que los mineros esperen unos quince días para tomar decisiones sobre situaciones familiares o sobre su futuro laboral. Pero la mayoría ya lo tiene claro: nunca volverán a la mina. También tendrán que esperar los viajes que tienen pendientes.

En tanto, algunos como Richard Villaroel serán padres, y otros, como Mario Gómez, el más veterano de los rescatados, que se recupera de una neumonía en el hospital, tendrá que ir pensando en los preparativos de boda, después de que le pidiera matrimonio a su pareja por carta desde el fondo de la mina.

Aunque los mineros pactaron no conceder entrevistas en al menos cinco días, periódicos y televisiones ya han empezado a alimentarse de los primeros relatos de los rescatados, que dan cuenta de las desesperadas condiciones en las que pasaron los primeros días, hasta que el 22 de agosto la primera sonda llegó al refugio donde se guarecieron y confirmó que estaban vivos.

«Estábamos esperando la muerte»

«Estábamos esperando la muerte», dijo a los periodistas Richard Villaroel, el aysenino (de la austral región de Aysén) de 27 años que nunca le dijo a su madre que trabajaba en una mina. Según relató, lo peor fueron los primeros 17 días, en los que creían que no les buscaban, ante lo que optaron por enviar señales de vida quemando neumáticos «para ver si afuera veían humo o algo» e hicieron funcionar máquinas pesadas y detonaron cargas explosivas por si las vibraciones eran captadas en la superficie.

Cuando fueron contactados, los mineros llevaban 72 horas en ayuno para maximizar las tres raciones de atún que les quedaban; la leche que encontraron se echó a perder a los pocos días y cuando sólo les quedaban 10 litros de agua mineral decidieron recurrir al líquido no potable que caía por las paredes. «Tenía mal gusto, gran cantidad de aceite de las máquinas, pero debíamos tomarla», explicó el jefe de turno, Luis Urzúa, que fue el último en ser rescatado y que explicó que las decisiones se tomaban democráticamente.

Viviendo casi oscuras, esperando a la muerte, en un ambiente de depresión que a algunos les hacía ni moverse de la cama, comiendo apenas media cucharada de atún al día...y con discusiones y divisiones entre ellos, que a veces llegaban a la intimidación física. La otra historia, la de los primeros 17 días en los que los 33 estuvieron incomunicados, resignados a morir atrapados, ha empezado a aflorar en los primeros testimonios a los medios de comunicación, quebrando en parte la premisa que uno de ellos, Darío Segovia, ha repetido al ser preguntado por las peleas silenciadas. «Lo que pasó en la mina, se queda en la mina».

«Las condiciones de la mina eran inhumanas»

El primer socorrista que descendió en la cápsula Fénix 2 para rescatar a los 33 mineros de Atacama, Manuel González, ha denunciado ante los medios de comunicación que las condiciones de trabajo en la mina San José eran «inhumanas». «Yo trabajo desde hace 20 años en una mina subterránea y trabajo en una cosa parecida a lo que vi, yo trabajo en perforación y tronadura, estoy bastante acostumbrado a ver este tipo de cerros», indicó.

Las condiciones ambientales «estaban bajo estándar», prosiguió. «Creo que nadie puede trabajar en esas condiciones», señaló. «Yo sé que en el norte hay muchas minas que funcionan de esa manera, pero es inhumano, no se puede trabajar ahí», resaltó. Según González, los verdaderos héroes de la operación de rescate fueron los propios «33 de Atacama», quienes mantuvieron una «ansiedad controlada» en todo momento, lo que facilitó la tarea de extracción a la superficie.

El presidente Sebastián Piñera anunció el jueves que el Gobierno va a proponer próximamente un «nuevo trato» hacia los trabajadores en materia de seguridad laboral.