El activista australiano Julian Assange, "padre" de los ciberpapeles de Afganistán, estuvo 12 horas en busca y captura, acusado de violación y acoso sexual. La policía sueca intentó detener al fundador de la agencia de filtraciones Wikileaks después de que una fiscal de guardia diera la orden de arresto el pasado 27 de agosto por la noche. Al día siguiente, la fiscal general, Eva Finné, anuló el mandamiento, aduciendo que se basaba en acusaciones ante la policía de dos mujeres que no presentaron una denuncia.

Finné ha estudiado las declaraciones de las dos mujeres y ha concluido que no hay materia para un cargo de violación, aunque sí procede abrir una investigación para esclarecer si hubo acoso. Assange, de 39 años, tendrá que declarar ante la fiscal general en los próximos días. Pero no será el único frente en el que tenga que defenderse.

Desde que el 25 de julio los diarios The New York Times y The Guardian, en unión del semanario alemán Der Spiegel, anunciaron a sus lectores que Wikileaks colgaría al día siguiente en su web 75.000 documentos secretos de EE UU sobre Afganistán, Assange no ha tenido un momento de reposo. Los tres medios, que habían accedido en exclusiva a los documentos para analizar sus puntos fuertes, abrieron la espita de un apasionante ciberfolletín en el que el sexo ha sido la guinda de una sorda batalla entre EE UU y Wikileaks, que amenaza con la publicación de otros 15.000 papeles en los que, asegura, se documenta la muerte de 20.000 civiles.

1,2 millones de textos secretos

Wikileaks, que desde 2007 ha subido a internet 1,2 millones de documentos secretos de gobiernos, bancos, empresas e iglesias, ha exhumado con los ciberpapeles afganos una parte del lado oscuro de la guerra: muertes de civiles no declaradas, actuaciones de comandos secretos del Pentágono, doble juego de los servicios secretos paquistaníes con EE UU y los talibanes, presencia de iraníes en las filas de los rebeldes? Su objetivo es abrir un debate sobre los excesos del conflicto afgano, aunque en realidad lo que ha hecho es atraer los focos de los medios sobre la propia agencia y sobre la curiosa personalidad de Assange, un ex hacker sin domicilio fijo que vive en el nomadismo desde su niñez.

En cuanto al Pentágono, ante todo está humillado. No sólo han sido violados sus sistemas de protección informática sino que, además, todavía no ha conseguido cerrar la página de Wikileaks o borrar los documentos que se cuelgan en ella. La primera respuesta del Pentágono a la filtración fue acusar a Wikileaks de tener las manos manchadas de sangre. Según Washington, los documentos contienen muchos datos sobre las tácticas de guerra de EE UU y sobre las identidades de colaboradores afganos de las tropas aliadas, para los que los ciberpapeles se habrían convertido en una sentencia de muerte. De modo que, además de abrir una investigación para proceder contra la agencia, el Pentágono ha exigido el borrado de los documentos publicados y la devolución de los 15.000 que aguardan su turno.

La respuesta de Wikileaks se ha producido en varios frentes, demostrando que sus rectores entienden en profundidad el alcance del desafío que han lanzado. En primer lugar, han ofrecido al Pentágono una revisión del material todavía no publicado para eliminar nombres y datos peligrosos. Una oferta que implica un vejatorio trato con el departamento de Defensa de la primera potencia mundial y que ha sido rechazada. En segundo lugar, Wikileaks se ha movido deprisa para guardarse aún más las espaldas. La agencia, que utiliza una veintena de servidores y opera a través de un centenar de dominios de internet, se siente segura en la ciberguerra, pese a ser consciente de que los especialistas del Pentágono, muchos también antiguos hackers, se devanan los sesos para dinamitarla.

Sin embargo, Wikileaks sabe que un juez puede conseguir lo que aún no han logrado las bombas digitales. De ahí que, desde el principio, tenga sus bases de operaciones en Suecia, Islandia y Bélgica, países con legislaciones muy estrictas en la protección de las fuentes. Temiendo, sin embargo, que ese respaldo legal sea insuficiente, Assange anunció el pasado día 19 un pacto con el Partido Pirata sueco, que defiende a ultranza la libertad sin trabas en internet y cuenta con representación en la Eurocámara. Los piratas alojarán a Wikileaks en sus servidores, con lo que un ataque a la organización de Assange se convertiría en un ataque a un partido político sueco, acción de graves consecuencias legales.

En paradero desconocido

La jugada de enroque ha sido brillante: artillería informática más inmunidad parlamentaria. Casualidad o consecuencia, a las 24 horas llegaron las acusaciones sexuales. "Hay poderes muy fuertes detrás de todo esto", declaró Assange, casi siempre en paradero desconocido, al diario sueco Aftonbladet. "Por eso quiero pedir a las autoridades suecas que vayan con cuidado en esta situación, que es muy seria, y que controlen bien sus fuentes de información. No sé quién está detrás", añadió Assange, "pero se nos ha informado de que, por ejemplo, el Pentágono puede estar jugando sucio para destruirnos. Es más, me pusieron en guardia contra trampas sexuales".

La agencia se proclama adalid de la transparencia informativa, argumentando que el secreto permite a gobiernos y empresas garantizar su supervivencia en detrimento de los ciudadanos. Sin embargo, su propia naturaleza convierte a Wikileaks en un ente carente de toda transparencia.

La recepción de filtraciones en la página web -y ése es el secreto de su enorme éxito- se basa en el anonimato de los filtradores. Pero el punto que más críticas ha suscitado estos días es la financiación de Wikileaks.

Obra de un sanedrín de "hackers"

Wikileaks es la obra de una sanedrín de "hackers" veteranos, especialistas en derribar barreras sin dejar huella y en levantar murallas difíciles de demoler. El propio Julian Assange, de 39 años, ya se paseaba con comodidad a los 16 por los sistemas informáticos de bancos y empresas. Sólo el tiempo dirá si su afirmación de que para tumbar Wikileaks hay que cargarse internet es cierta.