Carles Mulas

valencia

Desde hace algunas semanas, cuando suena un teléfono móvil en las calles de la capital siria, Damasco, el tono de llamada más popular no es ningún éxito musical de moda, sino la consigna del partido Baaz: "¡Alá, Siria, Bachar y nada más!". De esta forma se reconocen los seguidores del presidente Bachar al Asad de los detractores del régimen que preside desde hace casi once años. La división entre la población es muy grande desde que estallaron las protestas en varias ciudades sirias -Deraa y Latakia, especialmente-, siguiendo las revueltas de Túnez, Egipto o Libia. La represión policial y de los temidos servicios secretos del régimen ha causado al menos 114 muertos, según dos ONG defensoras de los los Derechos Humanos. Las últimas víctimas se produjeron el pasado viernes cuando las fuerzas de seguridad dispersaron a tiros otra protesta en la céntrica plaza de la Municipalidad de Damasco. Allí murieron cuatro manifestantes. Una niña fue la quinta víctima de la jornada, al caer por una bala perdida en la ciudad de Homs.

De nada sirvió que Al Asad cambiara por completo su gobierno esta semana, incluyendo al todopoderoso ministro de Exteriores y "mano derecha" de su padre, Hafez, Faruq al Shara. Tampoco que el presidente creara dos comisiones especiales en el Parlamento: una para investigar las muertes habidas durante las protestas, y otra para redactar las prometidas reformas políticas, empezando por la derogación de la ley de emergencia nacional, vigente desde 1963 y su sustitución por una nueva norma antiterrorista. El ala dura del régimen y del ejército no cede y el joven presidente se vio abocado a echar la culpa de la inestabilidad social a "la injerencia extranjera".

Pocos sirios reconocen haber visto en directo a los manifestantes de la oposición, pero muchos jóvenes se han bajado videos de Internet en los que se grita la consigna opositora al régimen: "¡Alá, Siria, libertad y nada más!". Las redes sociales son armas para convocar las protestas, pero con discreción. Hace sólo cinco semanas que la censura fue levantada en la red. Con todo, los ciudadanos están intranquilos. Los sirios se han acostumbrado a una vida sin democracia, pero también sin la inestabilidad que ha afectado a sus vecinos de Irak o Líbano. El miedo a que un cambio de régimen pueda costarle su seguridad se impone entre muchos ciudadanos, que miran perplejos las inusuales protestas en el país.

Los ciudadanos están más inquietos que nunca. Ni siquiera cuando su viejo enemigo, Israel, bombardeaba a su aliado Hizbulá en Líbano en 2006, a sólo 40 kilómetros de Damasco tuvieron tanta incertidumbre. En aquella ocasión muchos sirios se reunían en cafés y restaurantes, ajenos al conflicto bélico, pero ahora no hay la serenidad necesaria.

Hasta la fecha, el antecedente que más vulneró la tranquilidad ciudadana fue la revuelta islamista en la ciudad de Hama, en 1982, que concluyó con la muerte de miles de personas.

Las ansias de libertad y democracia son patentes entre la juventud siria. Sin embargo, no son pocos los que temen que la posible caída del régimen de partido único: el Baaz, pueda abrir la espita del islamismo radical. En este análisis coinciden con las autoridades de Israel y de Turquía.

La población siria es mayoritariamente islámica de rama suní (un 70%), aunque la minoría alauí (un 15%) es quien gobierna. El presidente, el Gobierno y los altos mandos del ejército pertenecen a esta rama del chiísmo. Por todo ello, el principal grupo opositor, los Hermanos Musulmanes, se adelantaron a repetir que quieren reformas, pero no se plantean una guerra civil entre sirios: "no queremos una segunda libia", dicen sus líderes en un intento por pactar un proceso de transición.

El tecnócrata con "guante de hierro"

Bachar al Asad pasó de ser considerado un tecnócrata reformista a convertirse en un dirigente con "mano de hierrro", emulando a su padre, Hafez al Asad, "el León de Damasco" (Asad significa león en árabe) al que sustituyó tras su muerte por leucemia en 2000. Llegó al poder con sólo 34 años, acompañado de su mujer, Asma, otra joven de estilo europeo. Ésto hizo creer que quería acabar con el férreo régimen que dirigió el país desde 1963 y que pretendía introducir reformas democráticas y frenar la corrupción. Sin embargo, Bachar se plegó a la "vieja guardia" del partido Baaz y las reformas nunca llegaron.

Mientras estudiaba oftalmología en Londres, tuvo que dejar la carrera para regresar a Damasco en 1994, cuando su hermano Basel, el heredero elegido para sustituir el viejo Hafez, murió en un accidente de tráfico. Entonces su talante era conciliador, aunque, con el tiempo, no respetó ni a los suyos. Dos ejemplos: en 1998, el primer ministro libanés Salim El Hoss le pidió que replegase sus tropas de Beirut, ya que se entendíra como una humillación, y Bachar lo hizo. En 2005, el exvicepresidente Abdel Halim Jadam, el más firme colaborador de su padre, tuvo que refugiarse en París tras declarar que Bachar protegía a uno de los implicados en la muerte del exprimer ministro libanés Rafiq Hariri.