José Naranjo

dakar/enviado especial

La presencia de grupos terroristas de corte islamista radical en el Sahel no es nueva. Cuando en 2006 el temible Grupo Salafista para la Predicación y el Combate (GSPC) argelino decidió unirse a la red de Al Qaeda, dando nacimiento a Al Qaeda del Magreb Islámico (AQMI), ya anunciaba una clara vocación de extensión de la lucha terrorista a otros países de la región. Y el enorme territorio de fronteras porosas situado entre Mauritania, Malí y Níger, al sur de Argelia y Libia, se convertía en su retaguardia perfecta, un amplio desierto donde esconderse y llevar a cabo todo tipo de tráficos ilícitos (drogas, armas, tabaco) y donde los débiles gobiernos de la región no podrían hacerles frente.

Al margen de los sangrientos atentados en Marruecos o Argelia y los ataques a bases militares en Níger y Mauritania, AQMI, considerada en la actualidad como la peor amenaza terrorista que se cierne sobre Europa occidental, se ha dado a conocer estos años como una auténtica industria del terror, una máquina de hacer dinero. Los secuestros a occidentales, sobre todo franceses y españoles, les han generado enormes beneficios con los que mantener su actividad, nutriéndose de muyahidines venidos de todo el orbe musulmán. Sus líderes más conocidos son Abdelmalek Droukdel, el gran emir de AQMI, y los jefes de columnas Moctar Belmoctar, alias el Tuerto, y Abou Zeid, el Traficante.

Sin embargo, el año pasado un pequeño pero recalcitrante grupo de combatientes de AQMI decidió romper con la organización y crear un nuevo grupo, el Movimiento por la Unicidad del Yihad en África del Oeste (Muyao). Hartos del dominio de los emires argelinos y convencidos de la necesidad de ampliar la lucha a otros países de la región, el Muyao, integrado sobre todo por mauritanos y malienses, saltó a la escena internacional con el secuestro de dos cooperantes españoles y una italiana en Tinduf en octubre de 2011. La filosofía y las formas son las mismas que las de AQMI, pero su radio de acción pretende extenderse mucho más allá.

Pero aquí no acaba la cosa. Un tercer grupo yihadista ha sentado sus posaderas en el norte de Malí. Se trata de Ansar Dine, los Defensores de la Fe. Liderados por el histórico líder tuareg Iyad Ag Ghali, en la actualidad contaría con unos 6.000 hombres bien armados. Nacido a la sombra de la rebelión tuareg que estalló en enero de 2012 (tras el regreso a Malí de cientos de combatientes armados hasta los dientes que habían luchado en la guerra de Libia), Ansar Dine ha sabido medrar en un contexto de enorme inestabilidad, tejiendo redes con otros grupos terroristas de la región, como los propios AQMI y Muyao, pero también los nigerianos de Boko Haram y los somalíes de Al Shabab, e incluso atrayendo a este polvorín a muyahidines de Pakistán y Afganistán, con la permanente sombra de un más que posible apoyo financiero de ciertas monarquías del Golfo Pérsico, sobre todo Qatar.

Estos son los nuevos señores del norte de Malí. En enero se unieron a los rebeldes tuareg del Movimiento Nacional de Liberación del Azawad (MNLA) y juntos lograron derrotar al Ejército regular, al que acabaron por expulsar del territorio a finales de marzo. Sin embargo, el MNLA es por definición laico y ha basado su estrategia de comunicación en Occidente asegurando que ellos podían liberar a esta región del peligro del terrorismo. Por eso, la alianza con los yihadistas tenía que saltar por los aires. Y lo hizo a finales de junio. El MNLA sufrió una severa derrota a manos del Muyao y sus combatientes escaparon a Burkina Faso o pasaron a engrosar las filas de Ansar Dine.

Desde entonces, los barbudos aplican su ley. Está prohibido escuchar música occidental o jugar al fútbol en la calle. Las mujeres deben llevar velo y no pueden viajar en moto junto a hombres, a menos que sea su marido. Beber alcohol o fumar cigarrillos se castiga con latigazos.

Y, en el paroxismo de su fundamentalismo, han llegado a lapidar a una pareja por tener hijos sin estar casados y han amputado la mano a al menos seis presuntos ladrones. Es su versión, retrógrada y rigorista, de la sharia o ley islámica. La misma que aseguran querer extender a toda la región de África occidental.

Mientras los radicales imponen su ley en el norte del país y ante la evidente incapacidad militar maliense para resolver este problema, la Comunidad de Estados de África Occidental (Cedeao) no ha perdido tiempo en organizar la contraofensiva. Ya existe un plan que el presidente de la Cedeao, el marfileño Alassane Ouattara, se ha encargado de anunciar y que incluye el despliegue, en todo Malí, norte y sur, de una fuerza militar integrada por 3.300 soldados africanos. Nadie quiere oír ni hablar de presencia occidental sobre el terreno. Pero sí apoyo logístico y financiación. Los perfiles de esta costosa operación, en la que Gran Canaria va a jugar su papel como base de apoyo y aprovisionamiento, no están aún del todo claros y se definirán en los próximos días.

Naciones Unidas

Hasta ahora, el principal problema estaba en el poder establecido en Malí. La junta militar golpista que sigue moviendo los hilos en la sombra, tras el golpe de estado del 21 de marzo, ha mostrado en reiteradas ocasiones que no aceptará una presencia militar extranjera en Malí. Por ello, el presidente de la transición nombrado por la Cedeao, Dioncounda Traoré, que hace dos semanas solicitaba oficialmente a la Cedeao dicha ayuda, ha tenido mucho cuidado de especificar que se trata tan solo de "apoyo aéreo" y "algunos batallones" que tan solo se desplegarían en el norte y nunca en el sur, siempre bajo la coordinación del Ejército de Malí, obsesionado en lavar su afrenta, pero a la vez temeroso de que una fuerza de interposición africana se instale en Bamako y acabe por serruchar el suelo bajo sus pies.

Así las cosas, tan solo falta un importante detalle. Toda la operación, que cuenta con el explícito apoyo de Francia y sus aliados europeos (entre ellos España) y con el respaldo más discreto, hasta ahora, de Estados Unidos, debe llevar el sello y el aval de Naciones Unidas.

La Cedeao ha llevado el dossier en dos ocasiones al Consejo de Seguridad de la ONU, en demanda de una resolución que autorice la intervención militar, pero éste se ha negado a autorizarla limitándose a pedir más información. Pero las resistencias en Nueva York, más por prudencia que por verdadero rechazo, parecen estar a punto de caer.

El pasado martes arrancó en Nueva York la 67ª asamblea general de Naciones Unidas, en cuya comisión de Desarme y Seguridad Internacional el tema maliense ha sido la estrella. Y para el martes 26 de septiembre está prevista una Conferencia por el Sahel, también en Nueva York, con más de 60 jefes de Estado invitados.

El lobby, encabezado por el presidente francés François Hollande y con la inestimable ayuda de sus dos grandes aliados oesteafricanos Alassane Ouattara (Costa de Marfil) y Blaise Compaoré (Burkina Faso, mediador oficial en la crisis), ya está en marcha.