El joven primer ministro, canadiense, Justin Trudeau, prometió durante la campaña electoral que le llevó a la presidencia de su país el pasado otoño acoger a unos 25.000 refugiados sirios. Y en una verdadera muestra del dicho «querer es poder», nada más tomar posesión de su cargo se puso en marcha la maquinaria solidaria canadiense. De diciembre de 2015 a febrero de 2016, el país norteamericano dio cobijo justamente a esa cantidad de refugiados.

Unos desplazados que llegaron desde los masificados campos de Jordania, Líbano y Turquía, donde malvive el grueso de los más de 5 millones de sirios que han tenido que huir de su país a causa de un devastador conflicto que cinco años después de su inicio parece no tener fin y deja a la población civil a merced de los ataques aéreos indiscriminados del régimen sirio,el fuego cruzado de facciones armadas rivales o del cruel extremismo de grupos yihadistas como el Estado Islámico o el Frente Al Nusra, el brazo de Al Qaeda en el país árabe.

Cifras rotundas

Mientras Canadá daba un ejemplo al mundo en la UE se celebraron varias cumbres para tratar la crisis de refugiados y al mismo tiempo varios países -como Hungría, Bulgaria o Macedonia- levantaron muros en sus fronteras o endurecieron sus leyes de asilo -como Dinamarca o Alemania-. Las comparaciones son odiosas, pero mientras la UE se comprometía el pasado septiembre a realojar a 160.000 personas, Canadá, un país con algo más de 35 millones de habitantes y en escasos tres meses, realojó refugiados a un ritmo aproximado de 278 por día. Por el contrario, En la UE, un territorio poblado por 507 millones de personas y en casi el doble de tiempo, la cifra apenas alcanza las 1.581, según ACNUR.

La rotundidad de las cifras provoca sonrojo. Pero aún hay más, el Gobierno canadiense planea duplicar la cantidad de refugiados en su suelo. Así, mediante una fórmula que mezcla el acogimiento público y privado, pretende llegar a una cifra entre los 35 y 50.000 refugiados para finales de este año.