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La nueva era nuclear

La presentación al mundo de un nuevo misil intercontinental ruso ha despertado los temores a una vuelta a los peores años de la Guerra Fría

La nueva era nuclear

El presidente ruso, Vladimir Putin, mostró el pasado 1 de marzo los últimos ingenios del arsenal ruso, entre los que destacó un nuevo misil intercontinental. Se trata del RS-28 Sarmat (SS-X-30 Satan-2, según la OTAN), un cohete capaz de portar entre 10 y15 ojivas nucleares. Para Moscú, es la respuesta estratégica al abandono por parte de EE UU en 2002 del tratado sobre misiles balísticos de 1972. Un arma que según el dirigente ruso hace «inútil» el escudo antimisiles de EE UU. «Nadie tiene algo como esto», enfatizó en un discurso ante el Parlamento ruso que los analistas interpretan como el primer gran acto de campaña para las elecciones presidenciales rusas del próximo día 18 y como un signo más de la incipiente carrera armamentística entre Washington y Moscú.

La puesta en escena de Putin, que incluyó fotografías e imágenes generadas por ordenador -como una secuencia en la que el nuevo misil impacta en Florida con sus 15 ojivas nucleares-,se produjo poco más de un mes después de que EE UU hiciera pública su nueva Estrategia de Defensa Nacional, que apuesta por un reforzamiento militar a gran escala para salvaguardar lo que llama «ventaja estratégica» y que Washington considera «erosionada» por el desarrollo tecnológico militar ruso.

«Me gustaría decir a aquellos que han estado intentando incrementar la carrera armamentística en los últimos 15 años, para ganar ventaja unilateral sobre Rusia, y que han impuesto sanciones, que el intento para frenar a Rusia ha fallado», dijo Putin ante un auditorio enfervorecido. «Nadie quería escucharnos. Escúchennos ahora», clamó.

Así, dejó claro que en virtud de la doctrina militar rusa en vigor desde 2016, Moscú «se reserva el derecho de usar las armas nucleares solo en respuesta al uso de armas nucleares u otro tipo de armas de destrucción masiva en su contra o en contra de sus aliados, o si se ve amenazada la existencia del Estado». Unas palabras que fueron duramente rechazadas por la OTAN, que aseguró que «no ayudan» a calmar las relaciones con Rusia, tensionadas desde la anexión de Crimea en 2014.

El duro discurso de Putin, el más militarista en sus 17 años al frente de Rusia, también tuvo lugar pocas semanas después de que EE UU publicara su nueva Doctrina Nuclear, en la que apuesta por una modernización en profundidad de su arsenal atómico. En ese documento EE UU afirma querer dotarse de nuevas armas de baja potencia en «respuesta» al rearme ruso. Y es que según Washington, Moscú está actualizando un arsenal de 2.000 armas nucleares «tácticas», de corto y medio alcance, evadiendo sus obligaciones del tratado New Start de 2011, que contabiliza solamente las armas «estratégicas» (de largo alcance).

Precisamente uno de los riesgos globales a los que hacía referencia la pasada Conferencia de Seguridad de Múnich era el riesgo de proliferación nuclear por la rivalidad entre potencias. «Un nuevo orden mundial, cualquiera que sea, no puede ser construido sobre las ruinas de un intercambio nuclear suicida», alertó el presidente del encuentro, Wolfgang Ischinger.

Solo Moscú y Washington almacenan casi 14.000 cabezas nucleares operativas, muy lejos de los peores años de la Guerra Fría pero suficientes como para arrasar el mundo varias veces. El mismo secretario general de la ONU, Antonio Guterres, afirmó durante una Conferencia de Desarme en Ginebra el mes pasado que «la reaparición de tensiones entre países ha comprometido los progresos en materia de no proliferación nuclear», y cifró en 150.000 las reservas de armas nucleares en el mundo.

Asimismo, Guterres lamentó que los países hayan abandonado el objetivo de disminuir los gastos militares y calculó en más de 1,5 billones de dólares el gasto militar anual en el mundo, con tendencia al alza.

Poco a poco va calando en los ambientes diplomáticos internacionales la sensación de estar experimentando algo ya vivido. La reacción del diario estadounidense The Washington Post al discurso de Putin fue muy gráfica: «Es el inicio de una nueva Guerra Fría», publicó.

Al día siguiente del discurso de Putin, la canciller alemana, Angela Merkel y el presidente de EE UU hablaron por teléfono y mostraron su «preocupación» ante el cariz de las «superarmas» rusas. Y es que Putin presentó también un cohete hipersónico, el Kinzhal, así como nuevos misiles de crucero y drones submarinos con capacidad nuclear y un arma láser de la que no dio detalles. Todos estos logros, reales o propagandísticos, son el resultado de la Estrategia 2020 puesta en marcha por Moscú en 2008 para poner al día a sus Fuerzas Armadas, maltrechas tras la caída de la URSS en los 90.

El escaparate sirio

La guerra de Siria se ha convertido en el mayor escaparate de los avances rusos. A finales de febrero Moscú desplegó la joya de la corona de su arma aérea, dos cazas furtivos Su-57, para probar sus sistemas. Pero la intervención en el país árabe también ha servido de puesta a punto para los nuevos bombarderos Su-34 o los cazas Su-35. También le ha permitido a la Marina rusa ensayar el uso de misiles de crucero Kalibr y ha tenido su bautismo de fuego el vehículo de combate BMPT-72, apodado «Terminator», uno de los más letales del mundo. De hecho, Rusia ha probado unos 600 sistemas de armas en Siria desde septiembre de 2015.

Este escenario le ha permitido aumentar sus exportaciones incluso a aliados de EE UU, como Turquía o Arabia Saudí. Los nuevos «juguetes» de Rusia entran en escena.

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