Miguel Díaz-Canel, el disciplinado pupilo de Raúl Castro, ha entrado en el libro de la historia de Cuba como el primer presidente del poscastrismo, tras una carrera forjada desde la base del Partido Comunista y rodeado de incógnitas sobre cómo pilotará la nueva era que se abre en la isla.

El primer vicepresidente ha sido elegido como presidente del máximo órgano de gobierno del país, el Consejo de Estado, candidatura que fue sometida ayer a votación en la Asamblea y cuyo resultado no se ha conocido hasta ahora.

El primer presidente de Cuba que en casi 60 años no se apellidará Castro y que no llevará uniforme militar encabeza así el relevo generacional prometido por su antecesor, en una sucesión minuciosamente diseñada y cuyo objetivo es asegurar la supervivencia del sistema socialista cubano.

Perteneciente a una generación que no participó en la lucha de Sierra Maestra, educada en la ortodoxia comunista y cuya juventud sí conoció el socialismo próspero auspiciado por la extinta URSS, Díaz-Canel es un hombre del Partido Comunista (PCC) que ha escalado paso a paso y sin estridencias los peldaños del poder hasta llegar a la cúpula dirigente.

"No es un advenedizo ni un improvisado": ya lo dijo Raúl Castro cuando en 2013 Díaz-Canel fue nombrado primer vicepresidente, el número dos del régimen, en lo que fue su plataforma de lanzamiento hacia la presidencia.

Nacido en Placetas (Villa Clara) en 1960, un año después del triunfo de la Revolución, este ingeniero electrónico que el viernes cumple 58 años comenzó su carrera política en 1987 en la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), la cantera del PCC, en la Universidad Central de las Villas, donde ejercía como docente.

Siete años después y, tras progresar en el escalafón de la UJC e ingresar en el PCC, fue designado primer secretario del partido en su provincia natal de Villa Clara.

Allí dejó una impronta de dirigente accesible y cercano a la gente en los duros tiempos del Periodo Especial, pues se le podía ver recorriendo los barrios en bicicleta o a pie, bailando en actos festivos e incluso apoyando iniciativas como El Mejunje, centro pionero en espectáculos de travestismo y convertido en símbolo de la lucha por los derechos LGTBQI.

En 2003 se produjo un paso sustancial en su trayectoria: además de ser nombrado primer secretario del partido en la provincial oriental de Holguín, ingresó en el todopoderoso Buró Político del PCC.

Ya estaba en la mira del general Raúl Castro que, entonces, subrayó de Díaz-Canel su "alto sentido del trabajo colectivo y de exigencia con los subordinados" y su "sólida firmeza ideológica".

Su paso al Gobierno llegó en 2009 como ministro de Educación Superior. Cuatro años después, en 2013, fue elevado a primer vicepresidente de los Consejos de Estado y de Ministros, "un paso definitorio en la configuración de la dirección futura del país", anunció Raúl Castro en aquel momento.

De mirada seria y gesto un tanto frío e inexpresivo en sus apariciones oficiales, Díaz-Canel es un político experimentado que se ha conducido con cautela, sabedor de los riesgos que entraña ser tentado por "las mieles del poder".

Tentaciones que sí acabaron en la defenestración de anteriores "delfines" del castrismo como Roberto Robaina o Carlos Lage, dos de las fallidas promesas de la era fidelista que destacaron más de lo que tocaba.

Ya como "número dos", Díaz-Canel se hizo visible para los cubanos y para el exterior: en la isla se hizo constante su aparición en los medios estatales y en los últimos cinco años ha cursado numerosas visitas y giras internacionales.

En sus intervenciones públicas, Díaz-Canel ha exhibido un discurso fiel a la ortodoxia revolucionaria, con continuas referencias de lealtad a Fidel y Raúl Castro y a la generación histórica que luchó en Sierra Maestra.

Como su mentor, Díaz-Canel no es amigo de prodigarse ante los medios y menos ante los internacionales, pese a que ha hablado en varias ocasiones de acabar con el secretismo de las fuentes informativas y ha admitido limitaciones en los medios cubanos -todos estatales-.

Un aspecto que le distingue de sus predecesores es cierta sensibilidad por impulsar las nuevas tecnologías en Cuba, uno de los países del mundo con menor acceso a internet, pero con la vista puesta en contrarrestar la "avalancha pseudocultural", "banal" y "subversiva" para sustituirla por los "contenidos de la Revolución". Los retos que afronta Díaz-Canel son tantos como las incógnitas que suscita.

Descartada una transición política, el candidato está llamado a culminar las reformas que Raúl Castro deja pendientes como la unificación monetaria, la ampliación del trabajo privado, la inversión extranjera o la mejora de los precarios salarios en el sector estatal.

Otro interrogante es cómo gestionará las maltrechas relaciones con Estados Unidos tras el frenazo al deshielo impuesto por la administración Trump.

Y uno de los enigmas más interesantes es cómo consolidará su propio liderazgo, tanto de cara a la población como en los complejos equilibrios del poder en Cuba entre el Partido Comunista, las Fuerzas Armadas y el Gobierno y los sectores reformistas y ortodoxos.

Díaz-Canel es un dirigente discreto con su vida familiar, aunque se sabe que tiene dos hijos de su primer matrimonio.

Está casado en segundas nupcias con Liz Cuesta, una académica experta en cultura cubana con la que se ha dejado ver en numerosos actos públicos, que la proyecta, en una imagen inédita en la Cuba revolucionaria, como la "primera dama" del país.