Que algo ocurre en París se nota desde que uno aterriza en el aeropuerto: se ha reinstaurado el control de identidad fronterizo, incluso para vuelos procedentes del espacio Schengen, como España. La presencia policial es apabullante y se hace chocante pasear por los Campos Elíseos acompañado de patrullas de militares armados hasta los dientes.

Parte del dispositivo obedece a la máxima alerta antiterrorista que impera en el país, pero otra responde a la operación para contener la marea de «chalecos amarillos» que volvía a amenazar la capital y otras ciudades francesas este sábado.

La Ciudad de la Luz amanecía ayer gris y lluviosa. El centro, blindado y cerrado a cal y canto al transporte público. Desde primera hora de la mañana empezaron a producirse los incidentes en la 'zona cero' de los choques entre los manifestantes más violentos y las fuerzas antidisturbios. Entretanto, en los barrios de la capital la vida proseguía con normalidad: la gente acudía a misa, guardaba cola en las panaderías, hacía la compra, tomaba el aperitivo, comía en los restaurantes... Nada evocaba los disturbios que se producían en el centro de la ciudad.

A primera hora de la tarde, ya caída la noche casi invernal, los más resistentes, jóvenes en su mayoría, se concentraban en la Plaza de la República, fuertemente rodeada por el dispositivo policial, para escuchar y corear las últimas proclamas de la jornada. Mientras, las terrazas y las mesas interiores de todos los cafés de los alrededores se poblaban de parisinos que con sus chalecos amarillos puestos se sentaban a tomar una cerveza o una bebida caliente mientras contemplaban en las pantallas de televisión con cierta incredulidad las imágenes de los actos violentos protagonizados por otros indignados.

Los parisinos siguen, todavia hoy, observando como algo ajeno una revuelta nacida en 'provincias' pero que ha decidido tomar la capital del país como escenario principal para conseguir una mayor repercusión de sus reivindicaciones. Como decía uno de los manifestantes en una de las rotondas del interior del país entrevistado por un medio de comunicación, «somos pacíficos, pero si hay que quemar París, se quema». Una amenaza que el Gobierno parece haberse tomado muy en serio.