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El día que llegamos a otro mundo

La tripulación del Apolo 11 pisó la Luna con muchas probabilidades de no lograr su objetivo

El día que llegamos a otro mundo

Michael Collins, piloto del módulo de mando de la misión Apolo 11, se siente el ser humano más solo en el universo cuando sus compañeros Neil Armstrong, comandante de la misión, y Buzz Aldrin, piloto del LEM -Lunar Excursion Module- se adentran en la nave que les llevará a la superficie lunar. Tiene lugar en esos momentos el inicio de la maniobra en la cara oculta de la Luna. Se encuentran a 110 km de altura cuando comienza la operación de inserción en la órbita de descenso del Eagle, el módulo lunar. Separado de éste, el Columbia -el módulo de mando y servicio o CSM- se queda a la espera de su vuelta en una órbita de aparcamiento. A sus mandos, Collins observa cómo se alejan sus compañeros de tripulación orbitando alrededor de la Luna a unos 384.000 km de la Tierra.

Despegue descomunal

Han pasado cuatro días desde el despegue del mítico cohete Saturno V desde la plataforma de lanzamiento 39A de Cabo Cañaveral en Florida, utilizando para ello una descomunal propulsión de 33,5 millones de newton de empuje necesarios… ¡tan solo para la primera etapa! Es el 20 de julio de 1969 y comienza la fase final de la misión espacial que marcará un antes y un después en la historia de la humanidad, tanto a nivel científico, tecnológico y social, como en el nacimiento de una nueva conciencia ecológica.

Tripulando entre dudas

Armstrong es plenamente consciente de la probabilidad de fracaso, hasta cerca del 50% según declarará posteriormente. Pero, como buen astronauta, se empieza a preparar siete años y medio antes para posar exitosamente un vehículo en la Luna por primera vez en la historia de la humanidad. Además, los tres tripulantes de la Apolo 11 intensifican su instrucción y entrenamiento durante los últimos seis meses en catorce horas diarias, seis días a la semana, más otras ocho horas adicionales los domingos.

Los dos astronautas que pasarán a la posteridad al pisar por primera vez otro mundo saben de la enorme cantidad de variables que entran en juego y de la diversidad de cosas que puede salir mal: ¿Y si en el descenso no se llega al área de alunizaje estudiada y hay que hacerlo en terreno no lo suficientemente explorado? ¿Tendremos suficiente combustible entonces? ¿Perderemos la señal de radar en algún momento? ¿Perderemos señal de contacto con el control en Houston? ¿Se hundirán las patas del módulo lunar al tocar la superficie? ¿Funcionará adecuadamente el sistema de agua de refrigeración de los trajes espaciales extravehiculares durante la exploración lunar? ¿Funcionará luego el desacople de la base del Eagle en el despegue desde la Luna?

Llevar a cabo algo tan peligroso en lo que muchas cosas pueden salir mal y hacerlo por primera vez en la historia te obliga a considerar seriamente que te estás jugando la vida, aunque te hayas dedicado a instruirte y entrenarte en exclusiva la última década de tu existencia.

Difícil vuelo del Eagle

Para insertarse en la curva de descenso activan motores solo durante unos 30 segundos. El módulo lunar comienza la aproximación en órbita elíptica y paulatinamente, durante alrededor de una hora, se van acercando a la superficie lunar. Han descendido ya 95 km cuando inician la fase de descenso propulsado con la Tierra ya por fin visible. Llevan una elevada velocidad de 7.560 km/h que hay que frenar con el motor durante los 460 km que les separan del lugar de alunizaje, lo que implica poco más de 10 minutos para realizar la operación de alunizaje con éxito.

El Eagle está bocabajo por lo que Armstrong y Aldrin pueden observar por las ventanillas el suelo lunar, pero poco más tarde hay que girar en guiñada el módulo para posicionarlo bocarriba, para lograr que la antena de radar apunte a la Luna e iniciar, posteriormente, el cabeceo hasta situarlo vertical para dejarlo en posición de aterrizaje. Esta fase de descenso propulsado es una de las más críticas de la misión porque, entre otros aspectos, requiere la mayor capacidad de procesamiento del ordenador de a bordo. Estamos a unos 10 km de altitud sobre la superficie lunar cuando salta una alarma inesperada en el panel de mando: la 1202. Tanto es así que no había aparecido nunca en los entrenamientos en los simuladores de vuelo. Ni Aldrin ni Armstrong saben de qué se trata… ni en Houston tampoco.

¿Qué dice la Tierra?

Pero solo tardan 15 segundos en decidir que el problema no es grave y en indicar a los astronautas que pueden continuar. El responsable de dar con ello es un joven ingeniero de 26 años, Steve Bales, el especialista en navegación y programación del equipo que comanda Gene Kranz, el legendario director de vuelo de las misiones Gemini y Apolo. Se trata de una sobrecarga del ordenador relacionada con los datos que recibe el radar de aterrizaje.

Poco después salta una nueva alarma, ahora es la 1201, a solo 600 metros de altitud y con una velocidad de 15 m/s. Parece que todo se puede desmoronar y que finalmente van a tener que abortar el alunizaje, no queda casi tiempo. Desde el control en Tierra el astronauta Charlie Duke, que en ese momento es el CapCom, el comunicador de cabina, les indica lo que más deseaban oír: “Roger, alarma 1201. Todo correcto. Mismo tipo. Adelante”.

Posiblemente una persona “normal” en esa situación de estrés continuo y que va incrementándose paulatinamente según se acerca el momento del aterrizaje se plantearía en algún momento qué demonios hace allí. El comandante del Apolo 11 lo tiene claro desde hace años y así lo expresa en la última rueda de prensa previa al despegue: “Creo que vamos a la Luna porque el ser humano afronta desafíos por naturaleza. Es la naturaleza de las profundidades de su alma. Necesitamos hacer esas cosas igual que los salmones nadan río arriba”.

Un gran cráter

Armstrong asume entonces el control manual del Eagle, a 122 metros de la superficie de la Luna poco antes del denominado Cráter Occidental, situado cerca de la zona que se había estudiado y propuesto como lugar de alunizaje. Comprueba por los tiempos y las marcas de posición de su ventanilla que van adelantados respecto a los cálculos que manejan, por lo que seguro se van a pasar de largo. Además, poco más allá comprueba la peligrosidad del terreno que están sobrevolando. Se trata de un gran cráter, con pendientes acusadas y salpicado en casi toda la superficie de rocas de todos los tamaños.

Una vez superada la zona, se encuentran a tan solo 76 metros de altitud cuando el radar pierde la señal de superficie. 67 metros de altitud y en el panel de control se enciende la luz de reserva de combustible, el indicador muestra que solo resta un 5%. Se dan cuenta que están por fin llegando cuando observan que la nave espacial empieza a levantar polvo de la superficie a 37 metros de altura. A tan solo 25 segundos de que control de misión dé la señal bingo -alunizar en 20 segundos o abortar- se encienden las luces que indican contacto con la superficie lunar. Es el momento de una de las dos frases para la historia que pronunció Neil Armstrong: “Houston, aquí Base Tranquilidad. El Eagle ha aterrizado”.

Cuando finalmente se posa el módulo lunar, han pasado 12 minutos y 38 segundos desde la ignición del motor en el inicio del descenso propulsado. Son las 20:17 UTC (Tiempo Universal Coordinado), es decir, las 21:17 en la España peninsular de un 20 de julio de 1969. El día que llegamos a otro mundo.

Comer y dormir

Pero, pese a la creencia popular, los astronautas no salen a continuación por la escalerilla para por fin pisar suelo lunar. Hay que realizar los preparativos para el despegue posterior, repasar todos los procedimientos, estudiar la zona de alunizaje, comer y… realizar un “periodo de descanso” de cuatro horas. Como uno se puede imaginar ninguno de los dos duerme ante la euforia y la intensa actividad del momento. De esta forma, se demoran casi 6 horas y 40 minutos, por lo que el histórico momento protagonizado por Neil Armstrong tiene lugar a las 2:56 UTC, lo que supone las 3:56 de la madrugada hora peninsular del 21 de julio de 1969. En esos momentos es el astronauta Bruce McCandless el CapCom desde Houston:

-McCandless: De acuerdo, Neil, podemos verte bajando por la escalera.

-Armstrong: De acuerdo. He vuelto a subir al primer escalón, Buzz. La barandilla no se ha caído de momento, pero es mejor subir.-McCandless: Roger. Te copiamos.

-Armstrong: Hay que saltar bastante.

-Armstrong: Estoy abajo. Las bases del módulo están hundidas tres o cinco centímetros, aunque la superficie parece muy fina cuando te acercas. Es casi polvo. La matriz es muy delgada. Voy a salir del módulo lunar.

-Armstrong: Es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad.

Magnífica desolación

Son 2 horas 31 minutos y 20 segundos de intensa actividad en la superficie de la Luna. Un tiempo que se les queda escaso para poder realizar mediciones científicas, recoger muestras, hacer fotos, instalar la cámara de televisión, hablar con el presidente de los Estados Unidos… y disfrutar del momento. Buzz Aldrin lo expresa con emoción al descender y pisar la Luna: “Es una magnífica desolación”.

En el despegue desde la superficie lunar, la plataforma inferior de la nave actúa de base de lanzamiento del Eagle, por lo que se queda en la superficie lunar. Una placa adosada a una de sus patas de aterrizaje mostrará para la posteridad la inscripción: “Aquí, unos hombres del planeta Tierra pisaron por primera vez la Luna en julio de 1969 d.C. Vinimos en son de paz de parte de toda la humanidad”.

Tres días después, el 24 de julio, tiene lugar el “splashdown” (amerizaje) en pleno Océano Pacífico cerca de las islas Hawái y, con ello, se pone el broche final a la épica misión del Apolo 11. Gene Cernan, comandante de la misión Apolo 17, la última que viajó y se posó en la Luna, en diciembre de 1972, resumió la razón de porqué el ser humano realiza proezas como la de las míticas misiones Apolo: “La curiosidad es la esencia de la existencia humana”.

Splashdown Festival conmemora el 50 aniversario de la llegada a la Luna

La próxima cuarta edición del Splashdown Festival, “El festival del cosmos y la exploración espacial”, será la cita asturiana que conmemorará el épico viaje espacial que tuvo lugar hace 50 años y que nos llevó por primera vez en la historia de la humanidad a pisar otro planeta.

La conferencia inaugural es “Medio siglo del Apolo 11. La primera vez que el ser humano pisó otro mundo” y será impartida por uno de los mejores divulgadores españoles especializados en exploración espacial: el astrofísico canario Daniel Marín.

También dedicada expresamente al evento será la charla-taller del asturiano especializado en teledetección espacial Marcos Álvarez: “Desde la Luna a la Tierra: Descubriendo el pequeño punto azul”.

De la científica Margaret Hamilton, que lideró el equipo que programó el ordenador de a bordo de la misión Apolo 11, hablará de la ingeniera informática Aurora Barrero.

El internacionalmente premiado geólogo planetario Jesús Martínez-Frías tratará del futuro de la exploración lunar y de la habitabilidad y establecimiento de una base semipermanente en nuestro satélite.

Habrá en esta edición un espectáculo de humor y música a cargo del periodista radiofónico Pachi Poncela, se proyectará la aclamada película “Apolo 11”, del director T.D. Miller, estrenada en marzo en Estados Unidos y se cerrará el festival con la música del dúo asturiano de pop-rock Lyla & Javi.

El Splashdown tendrá lugar en su sede habitual, Laboral Ciudad de la Cultura de Gijón, los días 19, 20 y 21 de julio, coincidiendo exactamente con las fechas del alunizaje en la Luna, hace 50 años.

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