Para Marc Kelly, la frontera invisible de 500 kilómetros que separa la provincia británica de Irlanda del Norte de la República de Irlanda puede llegar a ser tan fría como el Muro de hielo de 'Juego de Tronos'.

La popular serie le ha dado trabajo a este escultor irlandés de 34 años, a quien la cadena de televisión HBO encargó piezas para los escenarios de la octava temporada y de las precuelas previstas. Muchos de sus capítulos están grabados en Irlanda del Norte.

HBO tiene sus estudios en Belfast. De camino hacia la capital norirlandesa, las esculturas de Marc cruzan el estrecho paso fronterizo del puente Ballagh, sobre el río Blackwater, situado a unos 5 kilómetros de su pueblo, Emyvale.

A unos 60 kilómetros de ese paso, se vuelve a divisar la sinuosa frontera desde la granja de Seamus "Jazz" McDonnell, próxima a la localidad norirlandesa de Jonesborough.

"Jazz", de 75 años, tiene un negocio de ganado que mantiene a toda su familia. Cada semana transporta sus ovejas en camiones hasta un matadero irlandés sin apenas burocracia. Lo hace en virtud del tratado europeo de libre circulación del que aún disfruta el Reino Unido.

Marc y Seamus son gente corriente del sur y del norte de Irlanda que no quiere que la salida británica de la Unión Europea restablezca una frontera física entre ellos, una barrera que pondría en peligro la economía de la isla y su frágil proceso de paz.

Puentes de paz

"Voy a tener más trabajo con la HBO en Belfast, me preocupa mucho que tenga que cruzar cada día la frontera, los posibles retrasos, tal y como los que sufríamos cuando nuestros padres nos llevaban al otro lado, con los puestos de control, los registros...", recuerda Kelly.

Esta zona del condado de Monaghan tiene una comunidad empresarial vibrante y un gran espíritu emprendedor. Muchos ciudadanos de Irlanda del Norte trabajan en ella. "Vienen a diario por la carretera que une el norte y el sur. No hay una barrera internacional visible. Vamos y venimos, compramos en el norte, tenemos amigos allí y viceversa", describe.

Esta normalidad es posible gracias al proceso de paz entre las dos Irlandas, lanzado con el acuerdo del Viernes Santo en 1998, que rompió el aislamiento al que les sometió el cierre de la frontera por un conflicto que causó unos 3.500 muertos durante más de 30 años.

Kelly está trabajando en una escultura inspirada en una antigüedad del condado. Su forma -dos piezas circulares conectadas por un arco- simboliza la unión entre dos comunidades históricamente enfrentadas, la católica-nacionalista y la protestante-unionista. "Es una escultura de paz", dice. "Aunque han pasado 20 años, seguimos construyendo puentes, conectando comunidades, no queremos que nada lo interrumpa".

Un ecosistema frágil

Las zonas fronterizas son "ecosistemas" delicados. Prosperan cuando se eliminan las barreras y languidecen cuando se levantan obstáculos.

Este el caso de Mullan Village, un pueblo irlandés situado a menos de un kilómetro del paso fronterizo del puente Ballagh, que linda con el condado norirlandés de Tyrone. "Si buscáramos un lugar en el mundo para poner infraestructura fronteriza no podríamos escoger uno peor", advierte Patrick Mulroe, historiador local y autor del libro "Bombas, balas y la frontera".

"Si retrocediéramos al establecimiento de la frontera de 1922 (tras la independencia de Irlanda), este sería, probablemente, uno de puntos más violentos". Hubo décadas de ataques del Ejército Republicano Irlandés (IRA) contra las fuerzas de seguridad británicas y, finalmente, el puente se cerró de forma definitiva en 1973.

"Durante el pasado conflicto, cerrar las carreteras fronterizas quizá fue un error, porque lo que pasaba es que venían los locales y las reabrían y, después, volvía el Ejército a cerrarlas. Pero el IRA lo veía como una oportunidad para disparar desde el otro lado de la frontera", explica.

El activismo se volvió más organizado en los 80 con la implicación de grupos vecinales, que acudían al río Blackwater con excavadoras, tractores o cualquier tipo de herramienta agrícola para retirar los bloques de hormigón colocados por los militares.

En una de esas acciones, ocurrida en enero de 1990, la Policía norirlandesa, el RUC -considerada profundamente sectaria y compuesta casi exclusivamente por protestantes-, respondió desde el otro lado con balas de goma, dejando un herido grave.

La Irlanda vaciada

Por entonces Mullan Village ya era un pueblo casi fantasma. Nacido al amparo del auge de la industria textil del siglo XIX, Mullan transformó su fábrica de lino en un negocio de calzado a principios del XX, llegando a tener más de cien empleados a finales de los 70.

"El conflicto comenzó a recrudecerse en Irlanda del Norte. Se cerró la carretera en la frontera y casi al mismo tiempo que cerró la fábrica. El pueblo se convirtió en un callejón sin salida y la gente se fue poco a poco durante los siguientes 15 años. Solo quedó una persona en el pueblo. Sigue viviendo aquí, tiene 90 años", cuenta Mike Treanor, quien, junto a su esposa, Edel, dirigen la empresa de iluminación "Mullan Lightning", alojada en la vieja fábrica textil.

Su padre compró la fábrica en 2002, y en el lote entraron también las casas de los antiguos trabajadores y muchas otras viviendas del pueblo. Poco a poco las reconstruyó y edificó otras nuevas. Gradualmente, la gente comenzó a llegar. El primer impulso lo dio la apertura de la frontera en 1998 y el definitivo vino con el comienzo de su negocio.

"Ahora damos trabajo a 65 personas y muchas de ella viven en el pueblo. Hemos llegado a cerrar el círculo", celebra el corresponsable de una compañía que exporta a 55 países, pero cuyo principal mercado principal sigue siendo el Reino Unido.

"El brexit Hemos empezado a aumentar nuestra presencia en otros mercados para amortiguar su impacto. También hemos establecido una pequeña instalación en Irlanda del Norte porque estamos cerca de la frontera. Así tenemos otra base a unas dos millas al norte que podemos usar en caso de que haya controles aduaneros, arancelarios y fronterizos".

Ambos temen, especialmente, por los empleados que viven en el norte y que provienen, en algunos casos, de otros países de la UE. "No saben si tendrán derecho a trabajar en la República de Irlanda mientras viven en Irlanda del Norte", apunta Edel. Aunque tengan garantizado ese derecho, los controles fronterizos y las retenciones aumentarían el tiempo de sus desplazamientos al trabajo, por lo que tendrán que decidir si les merece la pena.

La batalla contra la "Irlanda vaciada" continúa para ambos, con más proyectos para un pueblo que no tiene aún un "pub", el epicentro de la vida social en cualquier localidad del país, y que mira de reojo a la frontera.

"Queda el antiguo edificio comunitario y, de momento, sigue abandonado, pero estamos organizando un grupo vecinal para recaudar fondos y recuperarlo. Sería un espacio para la comunidad, las familias, para un gimnasio quizá y, tal vez, también para un pub", confía Edel.

Con esta limitada oferta de ocio, los residentes de Mullan buscan diversión fuera del pueblo.

Auge del contrabando

Uno de ellos es Benito Medina, de Torrelavega (norte de España), estudió economía en la Universidad de Cantabria y en enero de en 2017 se fue a Irlanda para seguir formándose. Realizó un máster en Dublín, pagado por el Gobierno irlandés, y surgió la posibilidad, en cuanto acabó, de trabajar en "Mullan Lightning". Tiene una casa alquilada junto a la fábrica.

"Yo diría que paso más de la mitad de mi tiempo en el Reino Unido. Casi todas las actividades que hago cuando salgo en mi día a día son en ciudades cercanas y suelo pasar bastante tiempo en Belfast, que está a solo 45 minutos de aquí", dice Benito, de 29 años.

Si volviera la frontera y tuviera que pasar a diario por controles policiales para mantener sus hobbies, sus rutinas y sus relaciones, confiesa que se plantearía dejar la zona.

Pero Benito apunta además en dirección a otro problema latente: la delincuencia. En los últimos meses, él y muchos otros han notado un aumento de la venta ilegal de combustible en la frontera, entre otros productos de contrabando. Durante el conflicto estas actividades fueron controladas por grupos paramilitares, ahora son manejadas por bandas de crimen organizado.

"Ocurre a 50 metros de aquí, puede ir con el coche casi cualquier día y verlo. La cosa se va a poner tensa y va a dar pie a cualquier tipo de actividades criminales. Si esa gente ya lo está haciendo ahora, cuando haya una frontera?", aventura.

Mulroe, el historiador, va un poco más allá. Cree que el contrabando podría ser una inyección económica para grupos activistas y facilitar, a medio plazo, la movilización de grupos disidentes del IRA y de paramilitares protestantes.

Él cree -en minoría, reconoce- que la violencia no regresará a corto plazo porque "no hay un Ejército en las colinas listo para atacar a los puestos fronterizos", pero el miedo al conflicto es tangible y compartido.

El nuevo IRA

El 18 de abril de este año, la periodista Lyra Mckee murió en la localidad de Derry (Irlanda del Norte) al recibir varios disparos en la cabeza durante unos disturbios. La Policía detuvo a dos jóvenes disidentes vinculados al Nuevo IRA como supuestos autores.

Los agentes abrieron una investigación por delitos de terrorismo, al considerar que fue un "complot orquestado" en respuesta a una operación policial previa para incautar armas de fuego.

"Lo hemos visto, sobre todo desde el referéndum. Hay un crecimiento de los grupos disidentes republicanos del IRA. Ha habido un asesinato en Derry. ¿Por qué les damos motivos para reclutar gente en esta zona? Cualquier tipo de infraestructura en la frontera se convertirá en objetivo y lo utilizarán como reclamo para reclutar", advierte Bernard Boyle, miembro del Border Communities Against Brexit (Comunidades fronterizas contra el brexit).

"La frontera, ahora mismo, es esto", explica apuntando con un dedo sobre la carretera que une el pueblo norirlandés de Forkhill, de 500 habitantes, con la República de Irlanda: "un tipo distinto de asfalto y dos señales de velocidad, una en kilómetros y otra en millas".

"Esta es la única manifestación de la frontera entre el Reino Unido y la Unión Europea. Esa granja de ahí detrás tiene una parte irlandesa y una británica, no hay barrera en el prado, ninguna señal de que estás pasando de una jurisdicción a otra, las vacas se mueven libremente entre el Reino Unido y la UE", remarca.

Boyle tiene una firma contable en Forkhill, una de las localidades más castigadas económica y socialmente durante el conflicto, cuando llegó a tener hasta un 50 % de paro.

Tiene su despacho en un centro empresarial establecido después de la firma de los acuerdos de paz, financiado, en parte, con fondos comunitarios. Frente al complejo se levanta una colina donde ahora hay un parque y columpios.

"Cuando llegó el Ejército británico en 1969 tomó el control de ese terreno. Está a solo un kilómetro de la frontera, en medio del pueblo, rodeado de casas, por lo que debieron pensar que era un lugar seguro y que los paramilitares no les atacarían".

El cuartel estuvo ocupado durante más de 30 años por unos 300 militares, sin interacción alguna con los locales."Controlaban la iluminación de las calles, la señal de televisión. En cualquier colina sobre este pueblo o sobre toda la frontera había torres de vigilancia, registros en las carreteras. Era como vivir en un campo de concentración", describe.

La caja de pandora

Forkhill es ahora un pueblo próspero. Ha reducido su dependencia de la agricultura y se ha abierto a otras economías, como el turismo, que ha florecido en los últimos años gracias al proceso de paz, con la llegada de visitantes que no se hubiesen atrevido a cruzar la frontera durante los años de plomo.

Cualquier tipo de infraestructura aduanera que traiga el brexit podría destruir el equilibrio de esta zona, subraya Damian McGenity, granjero a tiempo parcial y coordinador de BCAB, entidad que impulsó "harto" de escuchar a políticos discutir sobre el brexit ignorando los efectos que tendría sobre la gente corriente de las zonas fronterizas.

"La gente tiene que verlo. La frontera es esto, un campo, un río, son las casas de ahí, que están divididas al 50 % por la frontera. Aquella vivienda tiene el garaje en el sur y el resto en el norte. El contador de la electricidad pertenece a una empresa irlandesa, que suministra energía a toda la isla", afirma McGenity.

Todos confían en que Londres y Bruselas negociarán una nueva relación comercial tras el brexit y que, de alguna manera, Irlanda del Norte seguirá alineada con ciertas normas del mercado único y la unión aduanera, a fin de mantener la frontera tan abierta como sea posible.

"Si pones una barrera visible en las 300 millas de frontera estás invitando a que la ataquen. ¿Cómo proteges a un agente aduanero? Le pones un policía. ¿Cómo proteges a un policía? Le pones un soldado y, dada la historia de Irlanda, si regresa el Ejército británico se abrirá de nuevo la caja de pandora: habrá violencia", advierte McGenity.