La revolución de Francisco

El papa ha llevado a cabo cambios sustanciales para modernizar la Iglesia, con el mayor papel de la mujer, el fin de la pederastia o acabar con las ‘finanzas b’ del Vaticano como pilares de su pontificado

El papa Francisco saluda desde el balcón de la catedral de San Pedro en el Vaticano, en una imagen de archivo. | EFE-EPA/ANGELO CARCONI

El papa Francisco saluda desde el balcón de la catedral de San Pedro en el Vaticano, en una imagen de archivo. | EFE-EPA/ANGELO CARCONI / Juanma vázquez. valència

Juanma vázquez. valència

«Hace falta tiempo para poner las bases de un verdadero cambio». Cuando Francisco I pronunció esas palabras en alusión al futuro de la Iglesia en septiembre de 2013, solo habían pasado seis meses desde su llegada al pontificado. El camino trazado, sin embargo, estaba claro. El reformismo tendría que llegar sin prisas, poco a poco, hasta recimentar no solo la confianza perdida en la Santa Sede -salpicada por los escándalos económicos y de pederastia- sino también la necesaria adaptación de la institución católica a los nuevos tiempos.

En este marco, la rotura de un nuevo ‘techo de cristal eclesiástico’ con el nombramiento hace dos semanas de Nathalie Becquart como la primera subsecretaria para el Sínodo de los Obispos -una elección de peso que le permitirá tener además de voz también voto en los mayores encuentros del Vaticano excluyendo los cónclaves- tan solo se ha convertido en el último movimiento de un complejo proceso modernizador a varios niveles, una transición fraguada con paciencia donde el pontífice ha abogado por otorgar mayor relevancia a la mujer dentro de la institución. «Se trata de integrarla como figura de la Iglesia», ha destacado Francisco, quien este mismo año -pese a no levantar el veto al sacerdocio femenino- también ha introducido cambios en el Código de Derecho Canónico para que las mujeres -oficialmente- puedan desempeñar nuevas funciones como ayudar en el altar durante las misas o distribuir la comunión.

Estas transformaciones han resultado decididos pasos adelante en un contexto de renovación en el que Francisco I se ha mostrado más abierto que sus antecesores también en temas espinosos dentro de la institución como la homosexualidad -donde ha llegado a defender una «ley de convivencia civil» para las parejas, reconociendo abiertamente que «tienen derecho a estar en una familia»- o el aborto, para el que ha solicitado el perdón pese a mantener su rechazo al mismo cuando su país, Argentina, lo legalizó. No obstante, en su camino ha tenido que lidiar también con la herencia más vergonzante que arrastraba la Santa Sede: la de los abusos sexuales a menores.

«Mirando hacia el pasado nunca será suficiente lo que se haga para pedir perdón y buscar reparar el daño causado», fueron las palabras de arrepentimiento del pontífice en una carta difundida en el verano de 2018 tras un informe que desvelaba el abuso de más de mil niños por sacerdotes. Sus condenas a estos actos, desde Chile a Irlanda, no han cesado, tanto de palabra como con hechos. El obispo de Roma ha levantado así el secreto pontificio para casos de pederastia, prohibiendo la imposición del silencio tan usual en el pasado y exigiendo la colaboración con las autoridades. Incluso ha divulgado una guía de denuncia y actuación contra aquellos eclesiásticos que sean culpables de abusos.

El pontífice reza con la cruz entre sus manos. | LEVANTE-EMV

El pontífice reza con la cruz entre sus manos. | LEVANTE-EMV / Juanma vázquez. valència

Fin a las finanzas corruptas

Pero la huella revolucionaria de Francisco I se extiende más allá de la condena de la pederastia. La estructura financiera del Vaticano bien lo sabe. En ella, el papa ha realizado una de las maniobras más sonadas e importantes desde que se conociera su elección. Destituyó al cardenal Angelo Becciu, que hasta septiembre había sido en la práctica el ‘número tres’ de la Santa Sede -con acceso total a los fondos vaticanos- tras un escándalo que le señaló como responsable no solo de especular con millones de euros en la compra-venta de varios inmuebles, sino también de crear una red diplomática oculta malversando para ella el dinero destinado a la caridad. En esta línea, en busca de una mayor transparencia, también ha dejado desde este enero sin fondos a la Secretaría de Estado. Sus presupuestos serán ahora dirigidos desde la Administración Apostólica, toda una declaración de intenciones en una lucha contra la reaccionaria Curia frente a la que ha ido afianzando cada vez más a sus aliados con el nombramiento de cardenales que puedan ayudarle a preservar su legado, el mismo que deja una Iglesia que mira cada vez más también al exterior.

Porque la trayectoria del pontífice argentino no puede entenderse sin su apuesta por una mayor interrelación con otras confesiones religiosas. O por la mediación, esa que ha representado desde su elección en entornos tan volátiles como las negociaciones en Venezuela, las primeras conversaciones en décadas entre Cuba y Estados Unidos o incluso la defensa de los corredores humanitarios para aquellos migrantes que llegan en la actualidad a la Unión Europea. Son, todas ellas, prioridades y reformas de un papa que mira -revolución mediante- claramente hacia el horizonte.

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