Al menos 38 personas murieron este miércoles en Birmania en una nueva jornada de protestas contra la junta militar violentamente reprimidas por las fuerzas de seguridad, según la enviada especial de la ONU, Christine Schraner Burgener.

“Fue el día más sangriento desde que ocurrió el golpe”, dijo Schraner Burgener en una conferencia de prensa para repasar la situación en el país asiático desde que los militares tomaron el poder el mes pasado.

Además de munición real, las autoridades birmanas volvieron a reprimir las protestas con gases lacrimógenos, balas de goma y granadas aturdidoras; sin embargo, una vez se calma la situación, los manifestantes regresan una y otra vez a las calles para proseguir con la protesta.

Los manifestantes exigen al Ejército, que gobernó el país con puño de hierro de manera ininterrumpida entre 1962 y 2011, restablecer la democracia, reconocer los resultados de las elecciones de noviembre y la liberación de todos los detenidos por los militares, incluida la líder de facto depuesta, Aung San Suu Kyi.

Los ministros de Exteriores de Filipinas, Indonesia, Malasia y Singapur, condenaron el martes el uso de la fuerza letal por parte de las autoridades birmanas para aplacar el movimiento de oposición pacíficos surgido tras la sublevación.

Los cancilleres, reunidos por videoconferencia durante una sesión informal de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) donde participó el ministro de Exteriores nombrado por la junta militar birmana, Wunna Maung Lwin, reclamaron al Ejército buscar una solución dialogada a la crisis política y la liberación de los detenidos.

El Ejército birmano justificó la toma de poder por un supuesto fraude electoral en los comicios de noviembre, donde observadores internacionales no detectaron ningún amaño y en los que arrasó la Liga Nacional para la Democracia, el partido liderado por Suu Kyi, como ya hiciera en 2015.