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Turquía, el candidato eterno que se aleja

La deriva autoritaria de Erdogan dificulta las necesarias relaciones a varios niveles con Ankara

Recep Tayyip Erdogan

El pasado 6 de abril, la presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen, y el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, viajaban a Turquía con una línea clara: tratar de reconciliar diplomáticamente a Ankara con Bruselas, pero no a cualquier precio. «El respeto a los derechos humanos son cruciales. Tienen que ser parte integral de nuestra relación», aseguró la dirigente alemana tras el encuentro con el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan. A fin de cuentas, la deriva autoritaria del país euroasiático -estratégicamente clave en varios asuntos para la Unión- lleva años preocupando a los organismos comunitarios -la Eurocámara, sin ir más lejos, este viernes afirmaba que las relaciones con Ankara están en un «mínimo histórico»-, una circunstancia que, sin embargo, no siempre fue así. Porque Turquía, pese a todo, sigue siendo hoy un candidato oficial a entrar en la UE. Su realidad, pese al ya largo proceso de aspiración, lo hace ahora irrealizable.

A diferencia de lo que sucede en los territorios de los Balcanes Occidentales que aplican al ente europeo, Ankara ya quemó en la segunda mitad del siglo XX etapas en el camino hacia el club comunitario. Miembro de la OTAN desde los años 50, Turquía entró en 1996 en la Unión Aduanera de la UE, el área comercial que establece una tarifa común a las mercancías que provienen del exterior de la Unión y que, en la práctica, había sido considerada como una etapa previa a la incorporación al organismo comunitario, una previsión que en el caso turco no se ha cumplido.

Como apunta el investigador principal del Cidob Pol Bargués, la aplicación comunitaria de Ankara parece hoy «un sueño de otro tiempo», uno muy diferente al actual marcado -desde la llegada al poder de Erdogan- por un giro «hacia el islamismo, con confrontación constante con la UE». «[Erdogan] cada vez muestra un régimen más autoritario y un giro hacia el islamismo», coincide Mira Milosevich, investigadora principal del Real Instituto Elcano. Este marzo, sin ir más lejos, Turquía se retiraba de la Convención de Estambul -tratado internacional en favor de los derechos de las mujeres- ante las presiones de los grupos más radicales que consideraban que esta atacaba los valores tradicionales de la familia. O en la propia reunión de los organismos comunitarios con Ankara, momento en el que la polémica surgía cuando Von der Leyen se veía relegada a un sofá mientras Erdogan y Michel ocupaban las sillas principales en un desplante que indignó a Bruselas y a países como Italia, donde el primer ministro Mario Draghi llegó a calificar al líder turco de «dictador».

Barrera en su política exterior

Sin embargo, la no entrada de Turquía va más allá de episodios concretos, no solo por ejemplo por su gran población de 83 millones sino también por sus tensiones con Grecia en el Mediterráneo, el conflicto sin resolver en Chipre o la postura ante la guerra en Siria, más cercana a Moscú que a Bruselas.

Frente a esta realidad, Milosevich apunta a que la UE «busca con Turquía una relación pragmática» más que su integración, una perspectiva que también comparte Bargués, quien señala que ambos actores «necesitan cooperar» en asuntos claves como la cuestión migratoria -por los millones de refugiados sirios en Turquía que siguen sin pasar a territorio comunitario- o la económica, con la propia reformulación del acuerdo aduanero, entre otros. «Hay una serie de puntos que hace que sean imprescindibles. La Unión Europea no puede decir ‘fuera’ y confrontarse con Turquía. Hay una mutua dependencia el uno del otro», concluye el experto. 

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