Es lunes en Qala i Naw. Los militares destacados en este enclave del oeste de Afganistán reciben la orden de meterse en los refugios: la base española va a ser atacada. Con todos a salvo, un cohete cae dentro de sus instalaciones y otro en la cercanía. Detrás de ese aviso, estaba el CNI.

"Se tenía la información de que grupos insurgentes querían lanzar cohetes a la base nueva de Qala i Naw y, a través de fuentes, se pudo saber cuándo iba a ser el lanzamiento". El que habla es Luis, un agente del CNI que relata a Efe, en una entrevista inédita, detalles de la participación de la inteligencia española en la misión más larga del Ejército, que esta semana ha llegado a su fin.

"Atacada con cohetes la base de Qala i Naw sin provocar daños personales", decía el titular del teletipo de ese lunes 11 de marzo de 2011, que concluía con un "Tras el incidente, los militares españoles allí destacados continuaron con su actividad sin novedad". Lo que no contaba es lo que ahora Luis saca a la luz.

La reunión se produce alrededor de una mesa redonda. A Luis, por ponerle un nombre, le acompaña Alberto, otro nombre al azar. El primero es un veterano agente que conoce Afganistán como la palma de su mano. El segundo, más joven y visiblemente apasionado por su trabajo, también estuvo allí. Es un encuentro pionero. Nunca antes dos miembros del servicio secreto español habían hablado para explicar su labor.

A lo largo de una hora y media, relatan cómo actuaban en Afganistán, cuántos agentes estuvieron en los 19 años de misión, las dificultades con las que se encontraron y dos de sus logros, ocultados hasta ahora y que son solo un ejemplo de cómo la información puede evitar muertes.

Hasta 200 agentes en 50 equipos

La misión comenzó tras los ataques del 11S en Estados Unidos. España desplazó los primeros efectivos en enero de 2002, que contaron, unos meses después, con la ayuda de agentes del CNI. Tenían, dicen Luis y Alberto, una relación de "simbiosis" con los militares españoles. "Su vida era nuestra vida". Compartían espacios y convivían en las bases, codo con codo.

En los primeros años, hasta 2005, explica Alberto, actuaban en solitario, pero luego se formaron equipos mixtos de agentes y militares de Operaciones Especiales, esos que sobreviven en las situaciones más extremas. De 2005 a 2015, unos 200 hombres y mujeres del CNI estuvieron en Afganistán encuadrados en medio centenar de equipos.

Entre los agentes desplegados se mezclaban "militares, civiles, licenciados, diplomados y con estudios básicos", personas "con cierta capacidad de sufrimiento" y voluntarias todas, hasta el punto de que, dice Alberto, "había que descartar" a gente.

El CNI tenía dos equipos operativos en Qala i Now y en Herat, un tercero en esta última localidad dedicado a captar información de satélite y un cuarto de enlace en Kabul. Eso hasta 2015, cuando quedaron tan solo un centenar de militares españoles y el dispositivo se redujo a un equipo en la capital afgana.

Antes de partir al país, los agentes se entrenaban con sus futuros compañeros de equipo de Operaciones Especiales durante meses en Alicante. "El éxito de esta misión es en gran parte suyo", dice Luis de estos militares altamente resolutivos.

Formaban así una piña y llegaban a conocer las virtudes, defectos, miedos y fortalezas de sus colegas de equipo. "Mis compañeros sabían qué podían esperar de mi y yo sabía qué esperar de los otros", resume Alberto.

"Imagínate, podía ir un licenciado en Derecho, un comandante de Operaciones Especiales y una ingeniera" en un mismo equipo. El primero y la tercera, dice Alberto, poco sabían de vida militar. En el curso, aprendían lo básico y forjaban algo esencial, apunta Luis: la confianza mutua.

Los equipos de espías y militares se comenzaron a usar en 1995 en Bosnia y se aplican ahora a todas las misiones de riesgo. "Se han mejorado los procedimientos, por eso no hemos tenido ninguna baja en la zona", resume Luis. De los 102 españoles fallecidos en Afganistán, ninguno es del CNI.

"Pasar desapercibidos era muy difícil"

Y eso que estos agentes se movían muchas veces "solos", sin la cobertura del Ejército más allá de los militares de los equipos. Su función: identificar a las "personas clave", a los afganos que tenían el poder de mover voluntades; comprobar si lo que España gastaba en ayudarles llegaba a su destino y detectar amenazas como los cohetes que cayeron en Qala i Naw.

Para ello, salían por los caminos de tierra en vehículos civiles, vestidos de civil. ¿Se disfrazaban? "Pasar desapercibidos allí es muy difícil, a la mínima pregunta que te hicieran, se sabía quién eras", responde Alberto.

Aunque a veces usaban vestidos afganos y se dejaban la barba larga, no pretendían pasar por uno de ellos. Eso sí, se amoldaban a sus costumbres. "Si tenías que comer con la mano, comías con la mano".

Las comunicaciones no ayudaban, en un país sin carreteras asfaltadas y que los primeros años no tenía ni cobertura móvil. Luis recuerda cómo a veces había que concertar citas con métodos de otro siglo. "Le dabas una carta a un motorista que pasaba por allí para que la llevara a otro pueblo y, a los dos días, venía el señor en cuestión preguntando por ti".

El objetivo era ganarse, por todos los medios, la confianza de esas "personas clave" para dar seguridad a las tropas españolas. Asegurar sus desplazamientos y anticiparse a los ataques. Lo que Luis resume con la frase del famoso general de la antigua China Sun Tzu: "Conoce a tu enemigo".

Alberto lo ilustra con una imagen: "Llegabas a una vivienda y ofrecías tabaco y una botella de whisky". Unos regalos que a menudo, dice, eran más efectivos que el dinero que ofrecían los espías norteamericanos, porque iban acompañados de una gran dosis de "empatía".

En ese trabajo, el papel de las agentes era muy valorado. "El hombre afgano no escucha a la mujer afgana, pero sí a la española y a veces es más útil porque se sinceran más", ilustra Alberto sobre sus compañeras del CNI.

Así lograban tejer una red de informadores, el mayor tesoro de un agente de inteligencia y que debía ser preservada a toda costa para evitar represalias contra esas personas, que a ojos de los talibanes colaboraban con el enemigo extranjero.

"Lo más importante es que no supieran con quién hablábamos", dotar a esa red de un "blindaje" para evitar ponerlas en peligro. Era, dice Luis, la "prioridad número uno". "Una máxima", repite.

Alto el fuego

Son esas fuentes las que evitaron muertes en el ataque a la base en 2011 y también las que, descubren ahora Luis y Alberto, consiguieron un alto el fuego que pidió a España un ejército extranjero de los que participan en la misión de Afganistán.

Ocurrió en 2009, en uno de los llamados puestos avanzados, pequeños emplazamientos militares alejados de las bases que sufrían continuos ataques y a los que era difícil acceder incluso para llevar comida.

Tanto que ese ejército extranjero tenía que lanzarla en paracaídas, con la mala suerte de que uno de los paquetes cayó a un río y a un militar que acudió a buscarlo se lo llevó la corriente. Dos más se tiraron al agua a salvarle, en un incidente que le costó la vida a dos soldados.

Los aliados no conseguían llevar hasta allí sus equipos de rescate para recuperar los cuerpos, la insurgencia les amenazaba, pero el CNI tenía contactos en ella. Por eso, acudieron a los españoles, que consiguieron un alto el fuego temporal mientras rescataban a los fallecidos. Fue, dice Alberto, gracias a la relación de los agentes españoles con altos cargos tribales.

Pero había que tener fuentes en todos sitios, añade para relatar cómo en el caso de los cohetes de Qala i Naw el que dio el aviso estaba "muy por debajo" en la escala social. "Nos sentábamos con lo más bajo de la sociedad afgana".

Y a la pregunta de cuántas vidas se salvaron gracias al CNI, ni Luis ni Alberto pueden, aunque quieran, responder. Porque no se sabe, dicen, si al haber hecho cambiar la ruta de un convoy se evitó la explosión de un artefacto, o si los inhibidores de frecuencias que manejaban habían efectivamente bloqueado la señal de un IED.

Lo que sí tienen claro es que su labor era "callada y silenciosa", que no buscaban "medallas ni felicitaciones", cuenta Alberto, y que siempre intentaban "pasar desapercibidos" en los actos oficiales.

Callados también ante sus amigos, a los que él, como mucho, mandaba desde allí una foto "con una Mahou y un fondo liso" para brindar en la distancia. Incluso hay, reconoce, padres que no saben dónde están sus hijos, jugándose la vida a miles de kilómetros.

"Para nosotros es un reto profesional y un sacrificio personal", asegura Luis, que se compensa con la alegría del trabajo bien hecho y con las amistades que se crean allí, tanto con agentes como con militares. Hasta el punto de que a ellos, dice Alberto, se los llevaría "al fin del mundo".