El Partido Comunista de China celebra este jueves su centenario en plena actividad para cimentar la "nueva era" anunciada en 2017 por su secretario general y presidente del país, Xi Jinping, un camino para restaurar la gloria nacional a través de la consolidación del país como potencia mundial.

El consenso general apunta que esta doctrina emerge a raíz de la crisis económica de 2007-2009; el momento en que las autoridades del Gobierno chino perciben, como apuntó en 2014 el considerado como la mano derecha del presidente en asuntos económicos, el viceprimer ministro Liu He, la necesidad de aprovechar "la intersección más amplia posible entre los intereses del país y los del mundo entero".

Esta línea maestra se sustenta sobre decenas de principios simplificados por Xi Jingping en innumerables eslóganes para la fácil digestión tanto de los 92 millones de afiliados del partido como de la población en general, como ejemplifica uno de los grandes pilares de su política, la lucha contra la corrupción doméstica, resumido en el lema "Cazar tigres y aplastar moscas". Ni los altos oficiales del partido ni sus responsables locales, quería decir el presidente, saldrían indemnes de cualquier delito que hubieran podido cometer.

Para la población, Xi ofrece una exaltación de los llamados "valores socialistas fundamentales", profundamente tradicionalistas y amparados bajo la bandera de la "armonía social", un objetivo que el país pretende alcanzar echando mano de omnipresentes sistemas de vigilancia ciudadana o la que es, posiblemente, la mayor estructura de censura informativa del mundo: el laberinto de restricciones a la información digital conocido como Gran Cortafuegos.

De puertas al mundo, el presidente chino ofrece una última proclama, heredada esta vez de su predecesor, Hu Jintao: la "construcción de una comunidad con un futuro compartido por la humanidad" o, dicho de otro modo, una "aproximación china", como decía el exmandatario, "a los problemas a los que se enfrenta el planeta". El mejor ejemplo es su gran superproyecto de infraestructuras conocido como la Nueva Ruta de la Seda, un conjunto de conexiones entre China y Europa que habrá costado, cuando concluya, un billón de dólares, según las estimaciones más conservadoras de la multinacional financiera Morgan Stanley.

Frente a este conjunto de deseos y ambiciones, el "socialismo con características chinas" que Xi Jinping planteó en 2017 ha colisionado en numerosas ocasiones con los "valores occidentales" encabezados por Estados Unidos, cuyas relaciones políticas no atraviesan precisamente el mejor momento, como demuestran una reciente guerra de aranceles, cruces de acusaciones sobre el origen de la pandemia de coronavirus identificada por vez primera en la provincia china de Wuhan, las constantes denuncias de Washington contra la expansión militar china en la región del Indopacífico, el tratamiento de las minorías étnicas, o el incremento de su control sobre territorios con cierto grado de autonomía, como Hong Kong.

Nada de esto parece incomodar en público al presidente Xi, que en abril aseguraba que "el tiempo y la inercia están del lado de China" entre especulaciones de expertos sobre la nueva fase de su plan para el futuro inmediato del partido sin sucesor aparente: Xi no mencionó la cuestión al final de su primer mandato, en 2017, y expertos consultados por el 'South China Morning Post' no creen que lo haga tampoco el año que viene. De momento, ha ignorado la regla no escrita que marca la jubilación para los oficiales del partido a los 68 años de edad, que cumplió la semana pasada, y se ha abrazado a la eliminación del límite de mandatos presidenciales aprobada en 2018, que le abre la puerta a gobernar de por vida.

Esta acumulación de poder -Xi es presidente, jefe de las Fuerzas Armadas y secretario general del Partido Comunista -inició una nueva era de centralización en China. Para algunos expertos, una etapa de continuidad más personalizada con asesores capacitados; para otros una amenaza de estancamiento en un mundo volátil y una puerta abierta a luchas internas de poder dentro de un descomunal sistema burocrático que ya no cuenta con la limitación de mandatos como mecanismo de frenada.

Como apuntó en su momento el analista Jeffrey Bader para el grupo de estudios Brookings, "se está enviando el mensaje a los líderes potenciales del partido de que las reglas no importan". Además, Bader pronosticó un periodo de extrema rigidez en la gobernanza. "Los responsables locales, que de por sí son gente cauta, tendrán ahora mucho más miedo de sacar la cabeza y proponer ideas. En lugar de dar su opinión, pedirán consejo, y de nuevo la lealtad desmedida será la moneda más valorada", apunta.

La sucesión de Xi Jinping es un punto de incertidumbre que se suma a un problema interno con el que las autoridades chinas llevan lidiando desde hace largo tiempo: el envejecimiento poblacional. En este sentido, el Gobierno se está preparando para levantar todas sus restricciones sobre la política de natalidad en torno al año 2025 tras descubrir en mayo que la tasa de nacimientos en el país cayó durante cuatro años consecutivos, de 2016 a 2020. Todo para aliviar una incidencia demográfica que pone en peligro otro de los grandes objetivos del plan maestro del presidente como es el "gran rejuvenecimiento de la nación china" para 2049.

Hacia el futuro

Este largoplacismo ha definido los últimos cuatro años de política china y se espera que el presidente haga referencia a ello durante su esperado discurso del jueves, día oficial de la celebración del centenario del primer congreso del partido en un escenario radicalmente distinto al de la actualidad, en un país empobrecido y saqueado por la guerra civil.

A principios de este mes, China lanzó una parte esencial de su nueva estación espacial en órbita y aterrizó con éxito un rover en Marte mientras su economía creció un 18,3 por ciento en el primer trimestre de 2021 en una exhibición de recuperación tras el apogeo de la pandemia. Xi declaraba en febrero el "fin de la pobreza extrema en el país".

Frente a ello, hay que recordar que su renta per capita se mantiene muy por debajo del de los países desarrollados y se sitúa justo por debajo del promedio mundial de alrededor de 11.000 dólares. El país, según expertos de CNN, todavía no puede encontrar la manera de controlar el auge mundial de las materias primas y existen ciertas fricciones con las nuevas políticas ambientales de China. Los cortes de energía en todo el país han molestado a millones de personas en los últimos meses, y existen dudas sobre si el empeño tenaz de Xi para alcanzar la neutralidad de carbono en 2060 estaba limitando su suministro de energía.

Sea como fuere, en 2023, el Partido Comunista habrá gobernado exactamente el mismo periodo de tiempo que su contraparte soviética antes de la disolución de la URSS en 1991: 74 años en los que ha atravesado crisis históricas como la Gran Hambruna de finales de los años 50 provocada por las políticas económicas de Mao Zedong o la matanza de la plaza de Tiananmen en 1989.

Eventos todos ellos que el Gobierno chino ha silenciado oficialmente y perseguido a quienes los recuerdan bajo el delito de "nihilismo histórico"; un esfuerzo según las autoridades de "reescribir el pasado" y que choca de frente con la historia oficial que abandera el presidente, una de resistencia ante los elementos externos y "de adaptación continua del marxismo al contexto chino". Ello condensado en una estrategia que mantiene a China en pie donde otros han caído, y con sus aspiraciones de superpotencia intactas, motivos por sí solos que justifican la "gran celebración" de este centenario.