Hace 41 años y medio exactos desde que todo se truncó en Afganistán, desde que su historia cambió para siempre. Durante todo este tiempo, el país centroasiático ha aparecido en los medios casi exclusivamente para hablar de la infinidad de muerte, daño y destrucción que mancha su nombre. Junto con Siria, probablemente, Afganistán se ha convertido en un lugar común, un sinónimo de guerra perpetua: un conflicto que desde lejos se ve como algo cansado y tedioso, como el estado natural de las cosas. Ni lo era ni lo es.

Décadas de guerras e invasiones

Todo empezó en 1979, cuando la Unión Soviética, en plena guerra fría, invadió Afganistán para colocar en Kabul a un gobierno comunista afín. Para contrarrestar a su rival, Estados Unidos ayudó y armó a los talibanes

Afganistán se convirtió para los soviéticos en su particular Vietnam, como retrató la Nobel de literatura Svetlana Aleksiévich en 'Los muchachos del zinc': en 1989, con la URSS agonizando, los soviéticos se marcharon y los talibanes tomaron el control.

Hasta 2001. El atentado del 11-S en Nueva York, orquestado desde Afganistán, empujó a EEUU a la guerra en el país centroasiático. Veinte años después, con los norteamericanos en retirada, la guerra ni ha parado ni ha aflojado. El inicio de la invasión de Estados Unidos supuso, en pocas semanas, la caída del Gobierno talibán en Kabul. Ahora, el grupo yihadista está otra vez más cerca del poder que nunca.

De los talibanes al más allá

Talibán en árabe significa 'estudiante', y el grupo nació a mediados del siglo XX en Pakistán como un movimiento de estudiantes islamistas ultraconservadores y rigoristas. En la actualidad, los talibanes de Afganistán se constituyen como un emirato asambleario en el que impera la 'sharia', la ley islámica. Es un Estado aparte, con sus impuestos, ejército y tribunales, donde se aplican penas como la lapidación y los latigazos por crímenes como que un mujer hable con un hombre que no es de su familia, dependiendo de si esta mujer está casada o no.

Dentro de su territorio se han movido y han proliferado grupos como Al Qaeda y el Estado Islámico (este último ha combatido en algunas ocasiones contra los talibanes), y este ha sido un punto clave en las negociaciones con EEUU: a cambio de la retirada total de los estadounidenses de Afganistán, los talibanes prometieron que no permitirán que se planeen atentados yihadistas desde su territorio en otros países, como pasó en el 11-S. Muchos expertos, sin embargo, dudan de la palabra de estos insurgentes, que también prometieron a Washington que frenarían su ofensiva contra el Gobierno de Kabul y no solo no lo han hecho, sino que la han acelerado.

Afganistán partido

Afganistán es un país fallido y un Estado dividido. Existen ahora mismo dos gobiernos paralelos en el país centroasiático: el nacional, en Kabul, la capital, y el de los talibanes. Los insurgentes controlan la mayoría del territorio del país, sobre todo las zonas rurales, y tienen a cerca de 13 millones de personas viviendo bajo su yugo.

El Gobierno afgano, en cambio, se concentra en las ciudades y capitales provinciales, y controla las vidas de 11 millones de personas -el total de la población afgana es de 35 millones-. Aparte de estas dos zonas existe una tercera, que es la peor: es la zona en disputa entre el Gobierno y los talibanes. Es aquí donde la guerra es más cruenta, donde los civiles mueren en ataques de uno y otro bando a diario. En esta zona viven nueve millones de personas. 

Unos 2,5 millones de afganos han abandonado el país durante la guerra, refugiados que, en su mayoría, han acabado en Irán, Pakistán, Turquía. Y una minoría, en Europa.

Un reguero de muerte y destrucción

Estos 42 años de guerra perpetua no solo han dejado un país dividido -que sigue en guerra- y varios millones de refugiados. También han dejado una infinidad de muertes: en la primera guerra, la de los soviéticos, las estimaciones dicen que entre 500.000 personas y un millón murieron a causa del conflicto. 

La guerra que empezó en 2001 con la invasión estadounidense ha dejado cerca de 150.000 fallecidos, según Amnistía Internacional. El contador de este conflicto, sin embargo, sigue abierto y sumando. Estados Unidos y sus aliados de la OTAN este verano bajan sus persianas afganas y se van; pero la guerra continúa.