El Líbano se hunde en el caos. Después de casi nueve meses de negociaciones, Saad Hariri, primer ministro designado en octubre, renuncia a la tarea de formar gobierno. La incapacidad de llegar a un acuerdo con el presidente Michel Aoun ha llevado a quién ya fue primer ministro a dar un paso al lado. En plena crisis económica y sin gobierno desde hace prácticamente un año, Hariri deja al país aún más huérfano. “Que Dios ayude al Líbano”, ha concluido. Algunas voces apuntan a que podrían adelantarse las elecciones generales del próximo mayo. 

Con bolsas bajo sus ojos, un Hariri agotado se ha postrado este jueves frente a los periodistas en el palacio presidencial de Baabda. Tras una reunión de 20 minutos con Aoun, el líder del Movimiento del Futuro ha reconocido la noticia que llevaba semanas anunciándose. Este miércoles el representante suní había presentado una nueva propuesta de gabinete integrada por 24 personas. “Le pregunté al presidente si necesitaba más tiempo para discutir la elección, pero respondió que parece que no estamos de acuerdo y por eso le presenté mi renuncia”, ha dicho brevemente. 

Así, el país vuelve a tocar otro fondo. Después de la explosión en el puerto de Beirut el pasado 4 de agosto, el Ejecutivo de Hasán Diab dimitió en bloque. Desde entonces, el Líbano no tiene gobierno. Durante los dos meses y medio inmediatos a la tragedia, el independiente Mustafá Adib intentó poner de acuerdo a los diferentes partidos para formar un gabinete. Su dimisión dio paso a Hariri, que hacía apenas 359 días que había abandonado el despacho del primer ministro. 

Revolución en el 2019

Las protestas de octubre del 2019 lograron que Hariri se apartara del gobierno. Su partida fue la primera y más relevante victoria de la revolución libanesa. Hoy, en un país en ruinas tras una de las explosiones no nucleares más potentes de la historia e inmerso en una de las peores crisis económicas de los últimos 150 años, solo queda la nostalgia por aquel levantamiento. Lejos del legado de su padre, el histórico primer ministro Rafic Hariri que reconstruyó el Líbano tras la guerra civil y que fue asesinado en el 2005, la renuncia de Saad sume al país aún más en el caos y la incerteza. 

El Líbano cuenta con uno de los sistemas políticos más complejos del mundo, ideado para dar cabida a las 18 sectas religiosas que conviven en el país. El cargo de primer ministro siempre debe ser ocupado por un musulmán suní; el de presidente, por un cristiano maronita y el de presidente del Parlamento, por un musulmán chií, Nabih Berri desde 1992. Las diferencias y los intereses de cada uno de los líderes siempre han dificultado los acuerdos. Desde su nombramiento, Hariri ha protagonizado una lucha de poder contra Aoun y su yerno, Gebran Bassil, quién encabeza el mayor bloque del Parlamento. 

Sumidos en la corrupción y el nepotismo, los protagonistas de la contienda pugnaban por tener mayor influencia en el próximo gabinete. Por ello, llevan meses culpándose mutuamente del bloqueo político. Mientras, el país se sumerge en la debacle económica con más del 50% de la población bajo el umbral de la pobreza. Tras el anuncio de la renuncia de Hariri, la libra libanesa se ha desplomado a otro mínimo histórico: un dólar equivale a 21.000 libras. Hasta el 2019, el cambio llevaba décadas instalado en 1.500 libras. 

Sanciones de la UE

Desde la explosión que provocó más de 200 muertos y miles de heridos, actores regionales e internacionales han intervenido en el intento de salvar al Líbano del desplome. El jefe de la diplomacia de la Unión EuropeaJosep Borrell, dijo el mes pasado en una visita al país que se estaban planteando sanciones para los líderes libaneses ante su incapacidad de ponerse de acuerdo

Tras la tragedia del 4 de agosto, la comunidad internacional reunió 253 millones de euros para la reconstrucción del país. Pero ese dinero no llegaría hasta que se llevaran a cabo reformas económicas que acabaran con la corrupción. Sin gobierno, no ha habido ningún cambio ni ninguna intención aparente de que ocurra. Mientras, a las puertas del palacio presidencial, la sociedad libanesa sufre el egoísmo de una clase política ensimismada en sí misma.