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La tensión en Ucrania reaviva la guerra fría entre Rusia y Occidente

Las exigencias de Moscú, inasumibles para la OTAN, amenazan con una guerra en Europa

EEUU y Rusia se dan una semana para solucionar el conflicto en Ucrania.

Un peligroso escenario, el del conflicto que retorne la Guerra Fría, amenaza Europa. Con más o menos intensidad en los tambores, el este del Viejo Continente, con Ucrania como gran protagonista, se ha ungido el tablero de juego de una tensión enquistada entre Rusia y Occidente cuya escalada parece ya alcanzar un riesgo insostenible. En el foco, el Kremlin y los países occidentales —con EE UU como actor preponderante— se han embarcado en unas negociaciones securitarias con citas en Ginebra, Bruselas o Viena de avances casi inexistentes. En el trasfondo de las mismas, que continuarán la próxima semana tras salvarse el pasado viernes el diálogo, se ha hecho visible la que el ex presidente español, Adolfo Suárez, consideró una vez como la «regla de oro» del diálogo: «no se debe pedir ni se puede ofrecer lo que no se puede entregar».

Porque Moscú ha fijado como su gran línea roja frente a Occidente —bajo el pretexto de que esta supone una amenaza para su seguridad nacional— una petición de casi imposible cumplimiento: que la OTAN firme el compromiso de no continuar su expansión hacia el Este de Europa, rechazando por un lado el despliegue militar de tropas en aquellos países que fueron parte del territorio soviético —o de su esfera de influencia— y que hoy pertenecen a la Alianza Atlántica (Bulgaria o Rumania ) y, por otro, negar la incorporación de más de estos territorios a la organización político-militar. Sin ella, lograr un pacto en materias que Moscú considera complementarias, como un desarme nuclear, sería un paso demasiado pequeño dentro de la gran tensión reinante.

Como explica Pablo Del Amo, analista internacional de Descifrando la Guerra, Rusia «quiere que la OTAN vuelva al momento previo a 1997 [antes de que cualquier país de Europa del este se uniera a la Alianza Atlántica, proceso que comenzó en 1999] para asegurar así su zona de influencia», un requerimiento que —a la espera de la contestación de Washington prometida para la próxima semana— viene acompañado de la exigencia de que Georgia y, especialmente, Ucrania —país en cuya frontera el Kremlin ha desplegado más de 100.000 soldados en un nuevo capítulo del incendiado conflicto tras la anexión rusa de la península de Crimea en 2014 y las continuas tensiones en el territorio proruso del Dombás— no puedan incorporarse en el futuro a la organización político-militar.

El poder de decisión estatal

«Son condiciones totalmente inaceptables tanto para la OTAN y los países occidentales como para aquellos países directamente interesados que fueron república soviéticas», explica sobre la situación Carmen Claudín, investigadora especializada en Rusia y el espacio postsoviético del think tank Cidob (Barcelona Center for International Affairs), quien insiste en que en la actualidad lo que pueden hacer los actores occidentales es «mantenerse firmes y no aceptar las condiciones de Rusia».

En esta línea, la propia alianza remarcaba a través de su secretario general, Jens Stoltenberg, la pasada semana que las grandes potencias «no pueden decidir sobre las más pequeñas» porque bloquearía «el derecho de cada nación a decidir su camino», una línea en la que ha incidido también Washington. Y a ello, Stoltenberg añadía una advertencia al presidente ruso, Vladímir Putin: si realiza otra ofensiva en Ucrania «tendrá graves consecuencias» para Moscú, con nuevas sanciones económicas y políticas. El mensaje, con el paso de los días, solo ha hecho que reiterarse entre los diferentes actores de Occidente, de EE UU a la UE.

No en vano, la amenaza de realizar una invasión –pese a que el Kremlin ha insistido en negar que vaya a producirse, culpando a los países occidentales de la tensión por enviar apoyo militar a Ucrania– constituye el eje central de la preocupación en Occidente. Washington ha predicho que Moscú acabará atacando el territorio ucraniano y le ha acusado, incluso, de estar orquestando ya una operación para justificar la intervención. La denuncia la pasada semana vino precedida de un masivo ataque cibernético contra varios ministerios del Gobierno de Kiev. Desde Ucrania, inmediatamente, se apuntó a piratas rusos como los causantes del mismo, aunque los vínculos han acabado señalando al servicio de inteligencia de Bielorrusia, el fiel aliado del Kremlin.

Pero, más allá de mensajes y acciones, que se convierta la tensión en guerra sigue siendo la gran incógnita. Para Carmen Claudín, la invasión inmediata de Ucrania puede estar usándose desde Moscú como una herramienta «para presionar más» a Occidente en el diálogo.

Ello sucede, además, en un contexto en el que la política exterior estadounidense ha ido reduciendo su visión expansiva. Respecto a ello, Del Amo remarca que Moscú percibe que el bloque occidental se encuentra en un momento «de mayor debilidad», especialmente tras la retirada desordenada de Afganistán o la decisión del presidente estadounidense Joe Biden –más centrado en los desafíos con China– de acabar con la etapa de «intervenir en países con guerras interminables».

Una nostalgia imperialista

Mientras, en Moscú, los últimos tiempos han sido el escenario de un aumento discursivo en clave imperialista de Vladímir Putin, quien ha insistido en que los ucranianos y los rusos forman un mismo pueblo, con una misma cultura. Bajo esta visión, Ucrania –entendida para el Kremlin como esa ‘Rusia Menor’, término hoy peyorativo vinculado hasta el siglo XX al actual país eslavo– es junto a Bielorrusia un territorio donde el acercamiento occidental supone un paso intolerable para Rusia. «Si Putin pudiera, volvería a lo que es el territorio de la URSS, no forzosamente al sistema político-social, aunque si al territorio. Pero él sabe que ahora ya no puede», añade en esta perspectiva la experta del Cidob, que ve en la línea roja puesta a la OTAN la manera de Moscú de convertir a los antiguos países soviéticos «en una zona congelada en la que domine Rusia».

Para Del Amo, después de la crisis social, económica y geopolítica sucedida tras la caída soviética, Putin ha estado tratando de «recuperar esa asertividad de Rusia en política exterior y volver a ser una gran potencia». En esta línea –y en evitar la entrada de ideas que pongan en peligro la influencia del Kremlin– se entienden movimientos como la búsqueda de lazos económicos más estrechos –en paralelo a un apoyo frente a las sanciones occidentales– con Minsk, su intervención para poner fin a la guerra de Nagorno-Karabaj entre Azerbaiyán y Armenia o, este mismo mes, su rápida intervención en la ciudad kazaja de Almaty, donde más de 2.000 soldados de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva [una alianza militar formada Armenia, Bielorrusia, Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán y la propia Rusia a la cabeza] sofocaron en solo unas horas los disturbios que se produjeron en la urbe. «Han querido dejar claro que su alianza funciona y mostrar que se sienten fuertes», añade el analista. Las últimas maniobras con tropas en Bielorrusia o con buques por todo el mundo seguirían esa misma línea, la de la intimidación.

El gas, arma de presión

Además, en un escenario de tensiones que no cesa, otro elemento en manos rusas cobra más relevancia: el gas. En pleno invierno, si Moscú decidiera cerrar el grifo de este recurso al Viejo Continente –Moscú suministra cerca del 40% de la demanda de gas de la UE y Reino Unido– como medida de presión, provocaría un enorme daño a países dependientes de este como Alemania. No obstante, y pese a esta amenaza, Claudín asegura que la decisión para el Kremlin no sería nada fácil, dado que los países europeos son su mejor cliente y también este negocio «es muy importante para el mercado ruso».

«Es un agujero económico que en este momento Rusia no creo que se pueda permitir, porque tiene muchos agujeros económicos con Crimea, Bielorrusia, el Dombás…», remarca la experta, que ante este contexto de imposibilidad de acercar posturas ve «poco margen de maniobra» a corto plazo y cree que acabará habiendo «un enfriamiento persistente o instalado en las relaciones este-oeste en territorio europeo».

La UE, ante la debilidad de la falta de unión

No en vano, el temor a un conflicto de grandes proporciones crece en la UE. La proximidad geográfica de Ucrania y sus fronteras, así como los intereses comerciales y económicos -con el gas como principal amenaza- entre el bloque comunitario y Moscú, hacen de la situación un foco de preocupación ineludible para Bruselas. Pese a ello, que la UE juegue un papel relevante en la crisis no resulta fácil después de haber secundado, casi sin voz propia, la postura de Washington en buena parte de los asuntos que en los últimos años involucraban al Kremlin.

«Se ha demostrado que Europa no está en las grandes ligas. No somos una potencia geopolítica o militar de primer orden y eso al final impide que podamos estar en la mesa», explica Del Amo, sobre una perspectiva que se vio con claridad en las diversas negociaciones que EE UU y Rusia han llevado a cabo en Ginebra sobre seguridad europea. Pese a que el alto representante de la UE para Asuntos Exteriores, Josep Borrell, ha reiterado que la Casa Blanca no tomará decisiones definitivas sin «coordinarse» con Bruselas, la realidad es que en las trascendentales conversaciones entre actores sobre Europa, la UE no ha estado.

En el trasfondo de este menor peso geopolítico, aclara Claudín, está que la postura europea «ha tenido demasiado cuidado en no molestar a Rusia y por eso el Kremlin se ha ido envalentonando», un reflejo que hoy se aprecia también en las diferentes visiones de los Veintisiete ante las tensiones en Ucrania: Polonia y los Bálticos [Estonia, Letonia y Lituania] más hostiles con Rusia y Francia o Alemania, buscando atemperar la crisis. En este difícil equilibrio, las palabras del jefe de la Armada alemana, el vicealmirante Kay-Achim Schoenbach, en las que pidió «respeto» para Vladímir Putin, calificó de «absurda» la idea de que Rusia vaya a invadir Ucrania y aseveró que Kiev nunca recuperará la región de Crimea, anexionada por Rusia en 2014, obligaron a su Gobierno a salir a la palestra y señalar que esas palabras son solo la «opinión personal» del militar. El propio Schoenbach se disculpó inicialmente por sus «impulsivas» declaraciones, ampliamente compartidas en Alemania, que calificó de «error». Luego presentó su dimisión. El vicealmirante había alegado que sus apreciaciones se produjeron en un foro de debate en la India y que son opiniones personales. Esta semana la ministra de Exteriores alemana, Annalena Baerbock, ahondó en buscar el diálogo con Moscú -en concreto por reavivar el proceso de Normandía para progresar en la implementación de los Acuerdos de Minsk, suscritos para lograr una solución política final en el Dombás-, aunque dejando la puerta abierta a responder si el Kremlin «opta por la vía de la escalada».

Asimismo, ante las posibilidades de conflicto, Suecia ha optado por reforzar con un contingente de tropas la isla báltica de Gotland; y la Alianza Atlántica ha apostado por incrementar su patrulla aérea. Pese a ello, otros estados europeos como Alemania rechazan en público secundar esa línea de acción y se inclinan, como Bruselas, por amenazar con más sanciones políticas y económicas, como no autorizar el gaseoducto Nord Stream II, que uniría Rusia con el país teutón.

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