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Hackeo masivo al independentismo

Israel, el país de espías detrás de Pegasus y el CatalanGate

El Estado judío ha ganado influencia diplomática en el mundo a base de explotar e impulsar el auge de su industria privada de ciberespionaje, acusada de facilitar la violación de derechos humanos

Israel presume desde hace décadas de ser un país de espías. Esa fama se construyó en los años 70 del siglo XX con la implacable y despiadada tarea del Mosad, la agencia de inteligencia externa conocida por cazar nazis pero también por asesinar a civiles palestinos. En pleno siglo XXI, la fama sigue intacta, pero no emana tanto del espionaje tradicional como del cibernético. El Estado judío se ha convertido en una potencia mundial en la vigilancia en las sombras gracias al desarrollo de un sector privado que ha engendrado armas como Pegasus –con la que se ha espiado a políticos y activistas catalanes—, un poder que le hecho ganarse a no pocos enemigos.

¿Cómo ha logrado un país tan pequeño ser tan influyente en la guerra digital? El dominio de la industria del ciberespionaje israelí no se entiende sin la apuesta nacional por la innovación tecnológica. Ciudades como Tel Aviv han propiciado durante los últimos años la creación de un ecosistema de empresas emergentes a imagen y semejanza de Silicon Valley. Sin embargo, el servicio militar obligatorio ha hecho que, en Israel, los emprendedores tengan amplios conocimientos en ciberdefensa.

Eso, junto a la mentalidad israelí de vivir en una guerra perpetua por su supervivencia, llevó a la creación de instrumentos de espionaje únicos como Pegasus. Este programa es capaz de romper de romper las defensas de cualquier móvil –sea Android o iPhone— y parasitar su sistema para robar todo lo que circule por el dispositivo, incluso activando sus micrófonos y cámaras. La posesión de esa información confidencial robada se convierte en un arma muy peligrosa, lo que ha convertido a Pegasus en la joya de la corona de la industria de defensa israelí.

Diplomacia del espionaje

Durante décadas, los países han utilizado la venta de armas como instrumento de influencia diplomática mundial. Israel lo ha hecho desde 1950 y lo sigue haciendo ahora con su puntera industria del ciberespionaje. El Ministerio de Defensa debe aprobar con sus licencias la exportación de cualquier programa espía, una carta que ha jugado como parte de su estrategia de seguridad nacional para promover sus intereses.

“La venta de Pegasus desempeñó un papel invisible pero fundamental a la hora de asegurar el apoyo de naciones árabes en la campaña de Israel contra Irán”, señala una investigación publicada por ‘The New York Times’ en enero. Otros países como México o Panamá cambiaron su posición para favorecer a Israel en votaciones clave en las Naciones Unidas tras acceder al célebre ‘spyware’. Así, se entiende que las autoridades nacionales reaccionasen enfurecidas cuando Estados Unidos puso a NSO Group, su fabricante, en su lista negra sin avisarles.

Es por eso que el aparato de seguridad israelí ha tejido una relación simbiótica con ese iceberg de la vigilancia informática del que tan sólo hemos visto la punta. Antiguos espías se pasan al sector privado, mientras muchas compañías “mercenarias de piratería” echan sus raíces en la Unidad 8200, rama de la inteligencia militar de las Fuerzas de Defensa de Israel. Es el caso de NSO Group, cuyas iniciales responden a su trio de fundadores: Niv Carmi, Shalev Hulio y Omrie Lavie. El primero, responsable del desarrollo técnico de Pegasus, es un exagente del Mosad, mientras que el segundo es un excomandante del ejército. Es también el caso de reconocidas firmas como Candiru o Rayzone Group, ambas también utilizadas para espiar a políticos independentistas y miembros de la sociedad civil catalana.

Irónicamente, los gobiernos de la Generalitat en manos del catalanismo de centro-derecha –desde la época de Jordi Pujol Artur Mas o Carles Puigdemont– han alabado la construcción nacional del sionismo y han tratado de tejer una red de alianzas diplomáticas con el Estado judío que ha aprobado la venta de las armas con las que han sido espiados.

El negocio de violar los DDHH

Se calcula que los programas de ciberespionaje mueven unos 12.000 millones de dólares al año. De cara a la galería, esas empresas defienden que su tecnología sirve para “combatir el crimen y el terrorismo”, lo que es parcialmente cierto. En 2014, México recurrió a Pegasus para detener a Joaquín “El Chapo” Guzmán, líder narcotraficante del Cártel de Sinaloa y el hombre más buscado del mundo.

Sin embargo, también se ha destapado que sirven a propósitos más oscuros de los que venden sus equipos de relaciones públicas. Así, las compañías mencionadas han vendido sus programas espía a dictaduras y a democracias con tics autoritarios que han usado esas herramientas para vigilar, perseguir y reprimir a políticos opositores, periodistas críticos, disidentes y activistas. "La lógica es que Israel puede estar dispuesto a hacer la vista gorda ante transacciones que se realizan con regímenes amigos en el sentido de que son amigos de Israel pero no necesariamente amigos de los derechos humanos", explicó a CNN Yuval Shany, director de derecho internacional en la Universidad Hebrea de Jerusalén. El asesinato del reportero Jamal Khashoggi, orquestado por la monarquía saudí, es el ejemplo más macabro de ello, pero copa una larga lista con cientos de víctimas en todo el mundo.

Esa sucesión de escándalos no ha evitado que Israel siga defendiendo a sus empresas. Sin embargo, eso podría cambiar. En febrero se destapó que la policía habría usado Pegasus para espiar ilegalmente a ciudadanos israelíes y a un testigo clave en el juicio por corrupción al exministro Benjamín Netanyahu, lo que llevó al actual Gobierno a abrir una investigación. Está por ver si servirá de algo.

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